Nov
Evangelio del día
“ ¿Qué quieres? Señor, que vea otra vez ”
Primera lectura
Comienzo del libro del Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5a
Revelación de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio. Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.
Juan a las siete iglesias de Asia:
«Gracia y paz a vosotros
de parte del que es, el que era y ha de venir;
de parte de los siete Espíritus que están ante su Trono».
Escuché al Señor que me decía:
Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso:
«Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras».
Salmo de hoy
Salmo 1, 1-2. 3. 4 y 6 R/. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol,
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 35-43
Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».
Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por ti?».
Él dijo:
«Señor, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
Reflexión del Evangelio de hoy
Empezamos la lectura del Apocalipsis, palabra que significa revelación. Es un libro nada fácil de comprender, lleno de simbolismos e imágenes. Llama la atención la lucha entre el dragón y el Cordero, simbolizando el mal y el bien.
El Evangelio nos narra la curación de un ciego, cuando Jesús, acercándose a Jericó, camino de Jerusalén, se encuentra con él y sus gritos de auxilio, al percatarse el ciego de la cercanía de Jesús.
Ciego y mendigo
Pero, sabiendo dónde estaba y dónde podía llegar a estar. Sabía que estaba ciego y que su sitio era la vera del camino pidiendo limosna. Lo más probable es que hubiera oído hablar de Jesús; por eso, al oír a la gente que se acercaba y escuchar que se trataba de Jesús, los sentimientos se le amontonaron y decidió aprovechar aquel momento, aquel don, aquella gracia, porque pudiera ser que no volviera a repetirse en su vida. No sé si lógica o ilógicamente, el hecho es que la gente y los discípulos le mandaron callar, pero él gritaba cada vez más fuerte pidiendo a Jesús que tuviera compasión. Como siempre, Jesús accede, se le acerca, le pregunta qué quiere y escucha el segundo grito del ciego: “Señor, que vea otra vez.
Hoy sigue habiendo ciegos, a la vera del camino y moviéndose por los caminos de la vida como si realmente vieran. Se les han acabado las fuerzas, se sienten frustrados, desorientados, sin luz. Y, en el camino, en la oficina o en el hogar, se sientan y se sienten incapaces de dar un paso más, desanimados, como si su vida no tuviera sentido. Y los que hacen hoy las veces de Jesús, sus seguidores, siguen pasando junto a ellos. A veces, aquéllos gritan también como el ciego del Evangelio pidiendo ayuda; otras… no les dicen nada los nombres de los que pasan; y, sea cierto o no, también en ocasiones comentan que “les dicen demasiado” y no se fían.
Jesús
Jesús, siguiendo la llamada, se acercó a Jesús. Sabía lo que Jesús podía hacer por él, o sea, confiaba en Jesús, se fiaba de él. Eso es fe. Es a esta fe a la que Jesús atribuye su curación.
El primer presupuesto para encontrar a Dios es tener necesidad de él y querer encontrarle. El ciego del Evangelio se encontró con Jesús porque, desoyendo los consejos de los discípulos y la gente, pidió reiteradamente a gritos encontrarse –todavía no podía ver- con Jesús. Jesús iba hacia Jerusalén y no nos consta –y menos todavía le constaba al ciego- que volviera a pasar por allí. Hubiera sido la mayor fatalidad desaprovechar aquella ocasión, aquella gracia. Otra vez el “timeo Jesum transeuntem” – “me da miedo Jesús que pasa”- de san Agustín.
“Y en seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios”. El descaminado que sólo podía estar en la cuneta, encontró otra vez el camino y lo siguió. ¿Hacia Jerusalén? El Evangelio no nos lo dice, pero nosotros sabemos que el camino de Jesús conducía a Jerusalén, con todas las connotaciones que este itinerario tuvo y tiene. Y lo hizo “glorificando a Dios”, con la alegría de los mejores seguidores de Jesús. Y, porque fue curado, sanado y salvado, porque Jesús tuvo misericordia de él, seguro que, en adelante, también él la tuvo con los “ciegos” que se encontrara. No pudo ser de otra forma.