Sep
Evangelio del día
“ Nosotros tenemos la mente de Cristo ”
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 10b-16
Hermanos:
El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. Pues, ¿quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce solo el Espíritu de Dios.
Pero nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que de Dios recibimos.
Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu. Pues el hombre natural no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque solo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, mientras que él no está sujeto al juicio de nadie. «Quién ha conocido la mente del Señor para poder instruirlo?». Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.
Salmo de hoy
Salmo 144, 8-9. 10-11. 12-13ab. 13cd-14 R/. El Señor es justo en todos sus caminos.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba.
Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.
Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz:
«¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús le increpó diciendo:
«¡Cállate y sal de él!».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño.
Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí:
«¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen».
Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.
Reflexión del Evangelio de hoy
«¿Quién conoce la mente del Señor para instruirlo?»
Corinto era una gran ciudad, importante foco de la cultura griega, donde chocaban corrientes muy diversas de pensamientos y religión. El contacto de los nuevos y jóvenes en la fe cristianos de Corinto con el movimiento ideológico y religioso de la ciudad planteó el problema propio de la inmadurez de una fe que pretende apoyarse en la sabiduría e ideología humanas. Ellos pretendían dirigirse por la sabiduría de los evangelizadores -recordemos otros pasajes donde se decía que si eran de Apolo, de Cefas, de Pablo…- más que por la acción del Espíritu. Pablo pretende que comprendan que todos los creyentes están al servicio del proyecto de Dios como colaboradores; pues, «¿quién (de manera aislada y humanamente) conoce la mente del Señor para instruirlo?». En este sentido, todos los creyentes de la comunidad son templos de Dios, miembros de Cristo; es decir, son el rostro de Cristo en su (nuestra) ciudad de Corinto. Así, los evangelizadores son servidores; y cada uno de ellos habrá de actuar según la misión recibida. No debemos alinearnos en torno a líderes humanos porque «todo es vuestro (…) y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1 Cor 3, 21 ss.)»
¡Cuántas veces presentamos el mensaje del Evangelio como nuestro! ¡Cuántas veces nos ponemos en el centro del mensaje! ¡Cuántas veces decimos “este es mi grupo; éstos son mis dirigidos”! La evangelización es un acción movida por el Espíritu Santo, si no ¿de qué manera conoceríamos las palabras del Señor? Este texto que versa sobre «la sabiduría de los predicadores» es una llamada de atención y un estímulo a dejar que nuestra boca sea la de Dios, que nuestras palabras sean las de Dios, que nuestro foro sea el formado por los fieles del Señor porque todos somos de Cristo.
«¿Qué tiene su palabra?»
Relacionado con la carta paulina, el evangelio de hoy nos hace pararnos en la palabra propia pronunciada por Jesús, la que tendrían que dejar pronunciar sus evangelizadores. ¿Qué tiene su palabra? Los que la escuchan resaltan, en esta ocasión, que es una palabra con autoridad y poder.
Quizá por deformación profesional, teniendo en una mano la Biblia y en la otra el periódico, «Autoridad» y «Poder» son dos palabras fáciles de pronunciar, presurosas a desear, ávidas de tener, pero difíciles de articular y realizar. La autoridad sin poder es autoritarismo; el poder sin autoridad es voluntarismo. Jesús no cae ni en uno ni en otro porque articula ambas en todo su ser y actuar y así es reconocido sin que aún pronuncie una palabra. El «endemoniado» nada más verlo lo reconoce -«Sé quién eres: el Santo de Dios»- y lo manifiesta con miedo -«¿Qué quieres de nosotros? ¿Has venido a destruirnos?»-. Jesús no se entretiene en discursos; ante la necesidad actúa: «¡Cierra la boca y sal!».
Releyendo el pasaje y conectándolo con la carta paulina previa, me doy cuenta que el asombro de los espectadores de este acontecimiento viene porque el demonio sale del hombre sin producirle daño alguno y, por eso, se dan cuentan que las palabras de Jesús tienen autoridad y poder. No son las palabras de un erudito humano que cuenta con parte del poder que le da el pueblo y que quiere alcanzar la autoridad de los jefes del pueblo. Las palabras de Jesús son las palabras del Cristo. De ahí viene la autoridad y el poder de sus palabras: Jesús es el Santo de Dios, ante el cual «toda rodilla se dobla en el cielo y en la tierra» (Flp 2, 10) porque «tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad» (Sal 144, 13).