Oct
Evangelio del día
“ El Espíritu Santo os enseñará lo que tenéis que decir ”
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4,13. 16-18
Hermanos:
No por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero del mundo.
Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros.
Según está escrito: «Te he constituido padre de muchos pueblos»; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe.
Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho:
«Así será tu descendencia».
Salmo de hoy
Salmo 104,6-7.8-9.42-43 R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Porque se acordaba de la palabra sagrada
qué había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 8-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios.
Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza
No debió serle fácil a Pablo explicar a la comunidad de Roma los fundamentos de la fe en Cristo. Muchos (no eran tantos) procedían del judaísmo y conocían bien las Escrituras. Otros eran recién convertidos, para quienes el personaje Abraham debía de sonarles extraño; y menos aún considerarlo padre de los creyentes. ¡Largo me lo fiais!, responderían para sus adentros, pero, aun así, fueron aceptando aquella fe que Abraham había tenido y traspasado a su familia, a sus descendientes, a los suyos, que con él compartían la vida. Así de generación en generación. Y que ahora Pablo se la traspasaba a ellos, judíos y romanos conversos, por ser los verdaderos descendientes de Abraham, porque son los que han recibido la fe en Jesucristo, sean o no de nacionalidad judía.
Pablo, siempre con amplias miras, les dice que no fue el apego y observancia de la ley, la que le dio a Abraham y los suyos la certeza interior de la promesa de heredar el mundo (que parecía mucho decir), sino la fe. La clave de Abraham fue la fe en la promesa. De la fe depende todo, sin ella, nada tiene sentido. Disfrutar de la gracia de la fe hace que “todo sea gracia”, que decía G. Bernanos. Esa fe es lo que le dio a Abraham el título de padre de muchos pueblos: porque creyó, esperó. Supo moverse entre la espera y la esperanza y en el medio, la fe. Las tres, en su justa medida, se ensamblan en la vida espiritual cristiana. Sin el apoyo de la esperanza, el resto… se tambalea.
De ese impulso interior, brotaría la vida, la vida hecha alianza/amistad con Yahvé, nacería el servicio, el amor, la comprensión… tantas actitudes con las que moldear el vivir creyente.
El filósofo Kierkegaard tenía un afecto especial por Abraham. En él encontraba el origen de su fe en Jesucristo. Por eso le rezaba a Dios así: “Señor, danos ojos débiles para cuanto carece de importancia y ojos claros, penetrantes, para tu verdad toda”.
En este día nos apoyamos en la fe y en la esperanza para pedirle a Dios que nos dé una visión limpia, serena, para clavar nuestra pupila en quien es el único que merece ser visto, contemplado: Jesucristo.
El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir
Jesús instruye contra la hipocresía. Nada nuevo. Sabe que no es fácil hablar en público, defenderse de muchas acusaciones que, sin duda, les van a hacer una vez que Él ya no esté con ellos. Conoce bien la capacidad, más bien poca, de sus discípulos para hablar, exponer, defenderse; sus entendederas no son de largo alcance; por eso tiene que darles un ánimo de fortaleza especial. Y les habla de Espíritu Santo, del que ellos tan poco sabían. Les promete el Espíritu de Dios, que no otra cosa es el Espíritu Santo, que habita en ellos sin saberlo, para salir en su defensa, para darles la locuacidad precisa y hablar con sensatez.
Solo les pide estar de su parte, no titubear (mucho pedir). Les insta, nos insta, a ser fuertes y a no renegar para que Dios los reconozca en el momento de acogida. Todo les será perdonado: falta de capacidad, negación y titubeos momentáneos, renuncias indebidas; pero despreciar al Espíritu de Dios, no contar con ÉL, que cada uno porta dentro de sí, eso es imperdonable. He ahí el pecado más grande: no dejarle actuar, no confiar en Él, no dejarse llevar e imbuir por el Espíritu de Dios que es santo, fiel compañero de fatigas, sustentador de sus vidas. Y decir de sus vidas, es lo mismo que decir de las nuestras también.
La falta de confianza en el Espíritu de Dios que nos fue dado como aval ante los demás, viene a significar el rechazo de Dios mismo y de su Hijo Jesús, que es quien nos ha transmitido la confianza plena y nos ha pedido confiar, abandonarnos en Dios.
Jesús es claro: les advierte de las dificultades que van /vamos a tener y para ello hay que estar bien pertrechados con la fortaleza que da el Espíritu de Dios, el santo de los santos.
Lo que para los discípulos vale como preparación de lo que los espera, vale para nosotros en las circunstancias nada fáciles que nos toca vivir, testimoniar, hablar, defender o a veces guardar silencio. Si no nos aferramos al Espíritu, el nuestro flaqueará.
Decía Sto. Tomás de Aquino: “Los que han sido llamados a la acción, se equivocarían si pensasen que están dispensados de la vida contemplativa”. Y cuando decimos vida contemplativa es vida enraizada en Dios, sustentada por su Espíritu; de lo contrario, la acción evangelizadora no tendrá la savia interior precisa para arraigar en nosotros ni tampoco en el campo que nos ha sido asignado para cultivar y sembrar.
Confiar en que el Espíritu nos dirá lo que hemos de decir, no nos exime de preparar la Palabra a conciencia, meditarla en nuestro corazón, buscar el momento idóneo para exponerla de la mejor manera posible. Nada más lejos que “ponerlo todo en manos del Espíritu” y no poner lo mejor de nosotros mismos, de arrimar el hombro, para que la Palabra de Dios encuentre su lugar y su eficacia. Le echamos, a veces, demasiada responsabilidad la Espíritu Santo.