Jul
Evangelio del día
“ Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro ”
Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo 16, 1-5. 9-15:
Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, entre Elim y Sinal, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.
La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:
-«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad. »
El Señor dijo a Moisés:
-«Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. El día sexto prepararán lo que hayan recogido, y será el doble de lo que recogen a diario.»
Moisés dijo a Aarón:
-«Di a la comunidad de los israelitas: "Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones. "»
Mientras Aarón hablaba a la asamblea, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube.
El Señor dijo a Moisés:
-«He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: "Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios."»
Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron:
-«¿Qué es esto?»
Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:
-«Es el pan que el Señor os da de comer.»
Salmo de hoy
Salmo 77, 18-19. 23-24. 25-26. 27-28 R. El Señor les dio un trigo celeste.
Tentaron a Dios en sus corazones,
pidiendo una comida a su gusto;
hablaron contra Dios:
«¿Podrá Dios preparar
una mesa en el desierto?» R.
Pero dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste. R.
Y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.
Hizo soplar desde el cielo el levante,
y dirigió con su fuerza el viento sur. R.
Hizo llover carne como una polvareda,
y volátiles como arena del mar;
los hizo caer en mitad del campamento,
alrededor de sus tiendas. R
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,1.11-18
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
Reflexión del Evangelio de hoy
«Yo haré llover pan del cielo»
En el relato del Éxodo, vemos el desánimo del pueblo de Israel que, tras la euforia de la salida de Egipto y el paso del Mar Rojo, se enfrenta a la dura realidad; tienen que cruzar el enorme desierto que les separa de la Tierra Prometida y comienzan a dudar de si realmente Dios está con ellos.
Añoran el -digamos- «bienestar» del que disfrutaban en Egipto; a pesar de estar sometidos por el Faraón, podían gozar de comida hasta hartarse. Ahora en el desierto comienzan a sentir el azote del hambre y piensan que Dios les ha abandonado.
Dios se dirige a Moisés y le promete hacer «llover pan del cielo», dándoles instrucciones de cómo deben recogen la ración.
Siempre pecamos de lo mismo, ante las dificultades, desconfiamos de que Dios está con nosotros. Ante la más mínima adversidad, nos es más cómodo acogernos a lo mundano, que pensar que Jesús prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Necesitamos ver signos, como el maná, para comprender que Dios no nos abandona.
¡Qué distinto aquellos que ponen su confianza en el Señor!, están tan seguros que Dios está siempre con ellos, que jamás pierden la esperanza pase lo que pase.
En el salmo 77 vemos que el autor relata que el Señor les dio pan del cielo y el hombre comió pan de los ángeles, mandándoles provisión hasta la hartura.
«¡MARIA! Ella se vuelve y dice: ¡RABBONI!»
Tras el abatimiento que queda en sus seguidores, con la muerte de Jesús, hay que enfrentarse a la realidad. La costumbre decía que había que perfumar el cadáver y dejarlo preparado para la resurrección del último día.
María de Magdala, aquella a quien Jesús había librado de sus pecados, aquella que sentía un amor tan profundo por el Maestro, movida por su admiración hacia Él , va a cumplir con el rito y lleva perfumes al sepulcro; pero, entonces, encuentra la losa movida y el cuerpo no se encontraba donde lo habían depositado. Con esto la desesperación fue total, después de todo lo ocurrido, les quedaba el consuelo de recordarlo y acudir al sepulcro a orar por Él, sin embargo, ahora, sin el cuerpo en el sepulcro, ¿cómo le iban a rezar?, ¿quién había sido capaz de profanar un sepulcro? Algo inconcebible en el mundo judío.
La desolación era total y no pudo reconocer a Jesús cuando le habló, confundiéndolo con el hortelano. Pero Cristo le habla al corazón, llamándola por su nombre y, me imagino, con el tono cariñoso con que siempre se dirigía a ella. María, al sentirse tocada en su corazón, le reconoció y sintió una explosión de alegría y jubilo en su alma.
María tiene la reacción que cualquiera podemos tener cuando encontramos al ser amado que consideramos perdido; se abalanza sobre él, lo abrazo, lo besa, como queriendo impedir que se vuelva a ir. Esa es la reacción que debemos tener los creyentes cuando Cristo nos llama. Él nos llama por nuestro nombre, se dirige directamente a nosotros y nos toca en nuestro corazón. Debemos exultar de alegría y entregarnos en alma y cuerpo a Jesús y su doctrina. Comunicar la alegría de la presencia y la acción de Dios a todo el mundo; en fin, como cualquier enamorado, entregarnos enteramente a Él y, por consiguiente, a los demás.
Siguiendo el ejemplo de María Magdalena, alegrémonos y transmitamos nuestra alegría a los que nos rodean. Llevemos el mensaje de Jesús a todo el mundo y vivamos este mensaje en nuestra intimidad, en los momentos en que nos encontramos solos con Cristo en la Eucaristía, en nuestra oración personal, en nuestro ser más íntimo.
Ante los avatares del mundo, ¿confiamos siempre en Dios?
¿Somos capaces de transmitir la felicidad del mensaje de Jesús a los demás?
¿Nos consideramos ejemplo para que los demás vean en nosotros auténticos testigos de su resurrección?