Jue
23
Jun
2022
La mano del Señor estaba con él

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 49, 1-6

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:

El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».

En realidad el Señor, defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.

Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.

Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.

Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Salmo de hoy

Salmo 138, 1-3. 13-14. 15 R/. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.

Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R/.

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras. R/.

Mi alma lo reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 22-26

En aquellos días, dijo Pablo:

«Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.

Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía:”Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”.

Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a vosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre» Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».

Porque la mano del Señor estaba con él.

El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La solemnidad de mañana, Sagrado Corazón de Jesús, hace que los responsables de la Liturgia adelanten la fiesta de san Juan Bautista al día de hoy, 23 de junio.

Te hago luz de las naciones

La lectura hace alusión a la llamada de Dios cuando el ser humano está aún en el seno materno. San Lucas señala cómo el niño que está en el seno de Isabel reacciona ya ante la presencia de María portando a su vez en su seno a Jesús. Se suele interpretar como el momento de santificación de Juan. Por eso celebra la Iglesia su nacimiento, cuando lo que se suele celebrar en los santos es el momento final de la vida, el nacimiento a otra vida. Sobre todo, si son mártires, como lo fue Juan Bautista. La misión de este niño es ser “luz de las naciones”, anunciar la salvación universal, “hasta el confín de las naciones”. La luz que aportó Juan fue la que permitió descubrir a Jesús, el verdadero salvador, la referencia universal de la salvación.

Predicó a todo Israel un bautismo de conversión

 La lectura recoge un discurso de Pablo que también habla de mensaje de salvación. Juan Bautista es quien “predicó a todo el pueblo un bautismo de conversión”, quien proclama la realidad salvífica de quien es superior a él, que señala con la expresión que recogerán los evangelistas. “no soy digno de desatarle las sandalias”.

La mano del Señor estaba con él

El texto recoge el acontecimiento del nacimiento de Juan, que es, como he indicado, lo que se celebra. Pero apunta a lo esencial “la mano de Dios estaba con él”. Junto a la “mano de Dios”, Juan pone lo que le corresponde de su parte. Así nos dice que “vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”. El texto evangélico no pertenece a los que nos hablan de la misión de Juan: como voz que anuncia a la Palabra, precursor que anuncia al Enviado, quien bautiza con agua, pero no “con Espíritu Santo y fuego”.  Es resumen a “quien es más fuerte que yo”, según su propia confesión.

La liturgia quiere resaltar más bien que quien nace es un elegido de Dios, para la gran misión de anunciar a quien salvará la humanidad. Para ello se fue al desierto para fortalecer su carácter, darse tiempo a la oración, a la reflexión, llevar una vida sobria, austera, a distancia del vivir público,  bajo la forma de “vivir en el desierto”. Juan en palabras elementales, nació -no fue concebido, pero sí nació-, santo; pero no se le dio todo hecho, tuvo que forjar su carácter, descubrir su misión, la razón de su existir en la oración y la reflexión. Para así situarse ante quien va a anunciar y proclamar como el verdadero salvador.

Nosotros continuamos la labor de Juan: hacer presente a Jesús en nuestro mundo, su persona, vida y evangelio. Huir de predicarnos a nosotros mismos, sino a él. Algo de lo que advertía ya san Pablo.

Necesitamos para ello tiempo de oración, reflexión; vivir en nuestra sociedad sin dejarnos envolver por la aceleración de procesos, de la búsqueda de la satisfacción inmediata, o entregados a una actividad que no contrastamos en nuestro interior a la luz del evangelio; dejándonos a arrastrar por lo prescindible, a costa de no dar tiempo a lo imprescindible que conforma nuestro ser humano, cristiano. Necesitamos desierto para descubrir el proyecto de Dios sobre cada uno y saber con audacia mostrar a Jesús en nuestro mundo. Como Juan Bautista hizo en el suyo.