Ene
Evangelio del día
“ Tú eres el Hijo de Dios ”
Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 7,25–8,6:
Hermanos:
Jesús puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.
Esto es lo principal de todo el discurso: Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, y es ministro del Santuario y de la Tienda verdadera, construida por el Señor y no por un hombre.
En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también Jesús tenga algo que ofrecer.
Ahora bien, si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la ley.
Estos sacerdotes están al servicio de una figura y sombra de lo celeste, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la Tienda:
«Mira», le dijo Dios, «te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña».
Mas ahora a Cristo le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador: una alianza basada en promesas mejores.
Salmo de hoy
Salmo 39,7-8a.8b-9.10.17 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.
«—Como está escrito en mi libro—
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,7-12
En aquel tiempo, Jesús se retirá con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.
Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban:
«Tú eres el Hijo de Dios».
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Reflexión del Evangelio de hoy
Una alianza basada en promesas mejores
La lectura de la carta a los Hebreos confronta el sacerdocio antiguo con el sacerdocio de Cristo. El sacerdocio antiguo necesitaba de purificación porque estaban sujetos a la debilidad de los hombres. Tenían que hacer sacrificios continuamente y purificaciones rituales para ser fieles a la promesa antigua.
Pero con Cristo se establece, una alianza nueva, un nuevo sacerdocio y único. De él participamos todos por medio del bautismo. El único sacrificio fue realizado una vez para siempre en la cruz, y fue realizado en la obediencia a Dios.
La promesa es participar de la vida de Cristo como coherederos del Reino de Dios. Semejantes a él, viviremos en la esperanza manifestada en Cristo Jesús.
Tú eres el Hijo de Dios
En el Evangelio de Marcos encontramos a un Jesús evitando la fama, huyendo del gentío. Cuando necesitamos de la vida interpretamos nuestra necesidad como una urgencia. Queremos sacar partido de inmediato cuando vemos una vía de escape o de curación. Es lo que le ocurría a la muchedumbre cuando se encontraba con Jesús. Queremos de manera inmediata que se nos alivie el dolor, el sufrimiento, poder vencer nuestras debilidades sin encontrar la verdadera razón de nuestro encuentro con Jesús.
Jesús, aunque se compadece de la gente, no quiere una relación donde prime la inmediatez superficial y ocasional de cada encuentro. La relación con Jesús ha de ser mucho más profunda. Una relación diaria que confiese la verdadera esencia de Jesús, su salvación, su mesianismo, su filiación divina. Una relación de encuentro personal lleva a la plenitud y conduce a una forma de relacionarse completamente distinta. No es el interés útil lo que prima, sino una relación más sana y auténtica que culmina en salud, pero no es lo primordial.
La relación con Jesús, tiene como consecuencia la curación personal, pero no es la única forma de relacionarse con él. La escucha de su palabra, el encuentro interior con Dios desde la oración, la búsqueda de la verdad de Dios y de su Reino, la comprensión de los valores de ese Reino de Dios que él predica, son mucho más importante que la curación. La curación será consecuencia de todo eso.
Pidamos a nuestro Señor Jesucristo que sepamos confesar plenamente que Él es el Hijo de Dios, y que en Él nos reconocemos como hermanos e hijos de un mismo Padre. Que sepamos vencer nuestra inmediatez y que nuestra relación con Él no esté marcada por ella.