Jue
25
Jul
2013
El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor.

Santiago, apóstol

Santiago, apóstol

Santiago de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor, fue uno de los apóstoles que siguió al Señor y el primero en dar su vida por el Reino. La tradición considera que fue el primer evangelizador de España y que su cuerpo llegó a Galicia siendo enterrado en Compostela.

Es uno de los 12 apóstoles y, dentro de ellos, uno de los tres a los que Jesús distinguía con su predilección. Dos localidades se señalan como su lugar de nacimiento Betsaida (población de la vera del Lago de Genesaret) y Yafía (pueblecito en la montaña de Galilea a unos 6 km de Nazaret).

Su nombre era Jacob, que significa “quiera la Divinidad defender'. Es el nombre que llevó el patriarca, padre de los cabezas de las doce tribus de Israel. En español se cambiará en Santiago como resultado de la transformación lingüística. En efecto, cuando el Rey Alfonso II el Casto, el año 829, dona al apóstol la propiedad del primer coto circunvalando su tumba, este coto recibe el nombre latino de Locus Sancti Jacobi. El uso tendió a hacerlo más corto, y así, suprimido el genérico Locus (Lugar) quedó solo Sancti Jacobi, del que terminó derivando Santiago.

De la comparación de los relatos de la pasión según San Mateo, San Marcos y San Juan podernos afirmar que Santiago y su hermano Juan, ambos hijos de Zebedeo y Salomé, eran parientes consanguíneos de Jesús. En efecto, la identificación entre Salomé, en Marcos (15, 40), la madre de los hijos de Zebedeo en Mateo (27, 56) y la hermana de su madre en Juan (19, 25) es la conclusión lógica que se saca de la comparación.

Aunque nos queda la duda de si Juan al llamarla hermana, querrá referirse a integrante de una familia amplia, según el sistema tradicional de parentesco judío; esta duda parece diluirse al considerar que es una mujer que ha dejado su clan original para trasladarse al del marido, por ello lo probable es que se trate de fraternidad de sangre tal como la entendemos nosotros. Es decir, que María, la madre de Jesús, y Salomé eran hijas de los mismos padres. Por otra parte este dato hace verosímil la intercesión de ella para solicitar los primeros puestos en el reino, tal como veremos más adelante. […]

Siguió a Jesús

Las narraciones de Marcos, Mateo y Lucas son bastante semejantes en este punto. La de Juan es totalmente distinta. Quizá en ella se vea su reticencia a hablar de sí mismo, al mismo tiempo que un intento de llenar vacíos dejados por los otros tres, De las tres paralelas podemos escoger la de Marcos, porque es la que nos da más datos sobre Santiago:

«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores, Jesús les dijo: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres". Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zehedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la harca con los jornaleros, se fueron tras él» (Mc 1, 14-20).

Llama la atención aquí la rapidez de la respuesta de los cuatro pescadores a la llamada de Jesús. Quizá Juan nos da la explicación de la actitud de Pedro y Andrés, cuando nos cuenta cómo Juan el Bautista les presenta a Jesús y el subsiguiente encuentro de Andrés y del otro discípulo con él. Muchos han querido identificar a ese otro discípulo con el autor del cuarto Evangelio, pero esto no parece seguro (Jn 1, 35 ss.).

Sea lo que fuere, esta rapidez en seguir a Jesús denota que ya lo conocían, admiraban y tenían ganas de seguirle. En el caso de Santiago y Juan, con toda probabilidad, su parentesco con Jesús es la razón que explica el mutuo conocimiento y la prontitud en seguirle.

La narración de Mateo nos da otra pista respecto a la personalidad de Santiago y su entorno familiar que no debernos desdeñar. «... Dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros...». El evangelista –tan próximo a Pedro que es llamado por éste »Marcos, mi hijo» (1P 5, 13)– nos indica que Zehedeo y sus hijos tenían jornaleros, lo que no afirma en ningún momento respecto a Pedro y Andrés. Pertenecía, pues, Santiago a una familia pudiente y con algunos bienes de fortuna. Podríamos aventurar que practicaban la pesca como un negocio, más que como un medio de manutención. Probablemente eran una de las empresas de salazón de pescado que había en las ciudades del lago, producto muy apreciado en Jerusalén, Séforis y otras ciudades.

Por otra parte, no está de más recordar cuál fue el proyecto de Jesús que les cautivó. Los tres evangelistas narran este episodio asociado al tema de la predicación de la cercanía del reino de Dios. No hay duda que este anuncio va a estar presente en todo el resto de la vida de Santiago hasta convertirse en el motivo de su martirio. […]

Resucitó el Señor

No cabe duda que al amanecer del primer día de la semana ninguno de los apóstoles, Santiago incluido, esperaban las noticias que les iban a llegar. Les comunicarán que el sepulcro estaba vacío, que el lienzo en el que envolvieron su cuerpo estaba allí, pero el cuerpo de Jesús había desaparecido. ¿Quién habría pretendido robarlo? ¿Para qué? Para acusarles y terminar también con ellos? Las mujeres dicen que lo han visto vivo a Jesús, pero ¿quién va a creer a las mujeres? La ley judía no admitía jamás su testimonio. Pero las apariciones del Resucitado les devolvió a la realidad y la luz de la Resurrección les ayudó a comprender lo que hasta ahora no eran capaces de entender.

La convivencia intermitente con Jesús los días que siguieron a su resurrección sirvieron para que Santiago y sus compañeros revisasen bajo una nueva óptica su memoria durante el tiempo en que acompañaron a Jesús. Las palabras con las que termina Lucas la despedida de Jesús antes de apartarse definitivamente de los suyos, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Jadea y Samaria, y basta los confines de la tierra,' pudieron quedar grabadas más sensiblemente en la memoria de Santiago. Después de Pentecostés, comenzaron a recorrer los caminos del mundo anunciando la Buena Nueva del Evangelio.

Evangelizador de España

Una antiquísima tradición afirma que Santiago fue el primer evangelizador de España. No sabemos cuándo ni cómo se realizó su viaje a través del Mediterráneo y quizás de la costa de lo que hoy es Portugal. Pudiera ser la ocasión propicia la situación que sigue a la muerte de Esteban, después de la cual muchos discípulos hubieron de escapar de Jerusalén, sobre todo los pertenecientes a la sinagoga de los helenos, huyendo de la persecución que contra ellos se levantó (Cf. Hch 8, 1). El que los Hechos digan que -todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria», no impediría esta hipótesis. No es plausible que se marchasen todos y que quedasen allí sólo los apóstoles. Lo que sí es cierto es que entre el año 36 y 39 en Jerusalén no estaba Santiago ni la mayoría de los apóstoles; se encarga San Pablo de testimoniarlo poniendo a Dios por testigo de su afirmación (Ga 1, 19-20). Por otra parte, el viaje era en aquel momento posible, y hasta podríamos decir que relativamente fácil. La navegación a través del Mediterráneo y la costa portuguesa se realizaba continuamente en los meses de verano desde casi mil años antes de Cristo. La Biblia hace referencia en multitud de pasajes al periplo de las naves de Tarsis. Por otra parte, como veremos después, entre la muerte de Jesús y la de Santiago transcurrieron 14 ó 15 años, tiempo más que suficiente para desplazarse a España, ejercer aquí su ministerio y retornar a Jerusalén.

Las leyendas locales podrían llevarnos a pensar que su apostolado se realizó a lo largo de la vía Romana XVII que unía Cesaraugusta (Zaragoza) con Astúrica y Braga y también la zona de Cartagena, donde hay recuerdos de su embarque o desembarque. El traslado de sus restos a Galicia, en lo que hoy es Compostela parece indicar que aquí logró crear una comunidad de seguidores. Sólo esto explica que sus discípulos buscasen este lugar para depositar su cuerpo, cuando muere proscrito en su tierra.

Protomártir de los Apóstoles

La muerte de Santiago, «el primero entre los apóstoles en beber el cáliz del Señor», aparece reseñada en el libro de los Hechos de los Apóstoles:

Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los Ázimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo después de la Pascua... (Hch 12, 1-4)

Además de la noticia de la muerte, este escueto texto nos permite situarla en el tiempo. Fue, pues, un poco antes del día de los Ázimos. Si atendemos a algunos calendarios litúrgicos antiguos del Oriente, que colocan su fiesta en 25 de marzo, tendríamos que dar como posible esta fecha para su martirio. El año también puede deducirse con bastante probabilidad, porque Herodes Agripa reina entre mediados del año 42 y mediados del año 44. El libro de los Hechos, inmediatamente después de la huida de Pedro de la cárcel, nos refiere la muerte de Herodes ante una delegación de Tiro y Sidón. Lo mismo nos cuenta Flavio Josefo, pero afirmando que esto fue en Cesarea. La inmediatez y la forma de narrar ambos acontecimientos en la redacción de los Hechos sugiere la proximidad entre ambos. Parece, pues, muy probable que la muerte de Santiago tuviera lugar el 25 de marzo del año 44, 14 ó 15 años después de la muerte de Jesús.
También nos queda claro el género de muerte de Santiago y sus consecuencias. Morir por la espada, se entiende ser decapitado. No así el motivo de la muerte, aunque la afirmación: ... viendo que les gustaba a los judíos..., puede indicarnos una acusación de traición a las leyes mosaicas, único motivo válido para Santiago y Pedro. Pero una muerte por este motivo llevaba aparejada en la legislación judía la proscripción; es decir, ser arrojado al desierto para que las aves rapaces y las bestias del campo devorasen su cadáver. Esto no era aplicable a Jesús que murió bajo el Procurador Poncio Pilato que, siguiendo las costumbres romanas, no tuvo inconveniente en entregar su cadáver para ser sepultado con honor y dignidad, En el caso de Santiago el supuesto legal era otro.

Sobre las circunstancias de la muerte de Santiago poco sabemos. El conocido relato, integrado en la Leyenda áurea, es un desarrollo tardío de una noticia que se remonta, lo más tarde, al siglo II. De ella poco más podemos deducir que Santiago no padeció el martirio solo, sino que fue acompañado por uno de sus acusadores que, impresionado por la declaración de apóstol ante el rey, creyó en Jesús y confesó su fe.

Traslado de sus restos

Para concretar las circunstancias del traslado de sus restos y su sepultura no tenemos otro remedio que recurrir a leyendas y, como punto de contraste, los restos arqueológicos que han llegado hasta nosotros. Las leyendas aparecen recogidas en documentos de los siglos X al XII, por ello están infladas con infinidad de símbolos e imágenes que les dan una apariencia de transmisoras de noticias poco verosímiles, pero en su auxilio han venido hallazgos arqueológicos muy recientes. Un estudio crítico sobre las mismas irá dando espacio a un relato básico y escueto, por lo demás verosímil, La secuencia cle los hechos pudo ser más o menos la siguiente:

El cadáver de Santiago, según la costumbre judía respecto a los proscritos, fue llevado al desierto de Judá —que por cierto llega a las mismas puertas de Jerusalén— y allí abandonado Para que fuese pasto de las fieras. Sus discípulos recogieron el cuerpo y, amparados en la noche, lo trasladaron al puerto de Joppe o Jafa. Allí necesariamente hubieron de embalsamarlo conforme al método más adecuado para lograr la deshidratación. Método practicado por curtidores que consistía en absorber el agua del cuerpo sumergiéndolo en substancias avidas de ella. Quedaba así momificado, libre de putrefacción y, lo más importante en este caso, reducido a la tercera parte de su peso. Así sería fácil envolverlo en un fardo y embarcarse con él en una nave de las muchas que surcaban el Mediterráneo precisamente a finales de abril o primeros de mayo. La travesía no debió tener mayor complicación a juzgar por la expresión «mano Domini gobernante» que utilizan los relatos y que muchos quieren leer en clave de milagro.

Tras la travesía, que debió durar alrededor de un par de meses, llegaron al puerto de Iria', ciudad situada entre los ríos Ulla y Sar. Una vez aquí empezaron nuevos problemas. Llaman la atención dos cosas insólitas: la primera por qué los discípulos de Santiago eligen embarcarse con su cuerpo a un lugar tan remoto y apartado de las tierras judías. Cierto que tenían que salir de allí; Santiago era un proscrito. Pero ¿por qué ir tan lejos? La segunda es el hecho de que, una vez en Iria, recurriesen a la matrona más importante, la «reina» del lugar, que, tras una inicial resistencia, terminó dándole sepultura en su propio mausoleo, dato que dejan bastante claro los hallazgos arqueológicos bajo la catedral compostelana. Esos dos hechos no tienen otra explicación plausible que la existencia de una comunidad de seguidores de Santiago en lo que hoy es Compostela, o alrededores, con la que estaba muy relacionada la mítica reina Lupa. Los relatos nos cuentan una serie de aventuras pasadas por los discípulos en los que, mezclados con imágenes y símbolos, aparecen datos imposibles de inventar en la Edad Media. Lupa se niega a facilitarles las cosas, y les envía a pedir permiso al rey de Duio. Evidente que el término rey es un invento medieval, pero lo que no puede ser lo mismo es el situarlo en Duio. Éste, a juzgar por los restos aparecidos, era un puerto con un cargadero de mineral situado en los arenales de Langosteira, junto al cabo Finisterre. En toda la documentación medieval de que disponemos, que no es poca, no hay una sola mención a este lugar, lo que evidencia que era remoto y poco atendible. A ningún falsario o tabulador medieval se le podía ocurrir situar allí a un rey. Este dato, heredado a través de la tradición, nos muestra la enorme antigüedad de que goza, remontándose al siglo III o antes. Más que rey tendríamos que identificarlo con un prefecto o legado romano encargado de la explotación minera. Era normal que Lupa exigiese un permiso, en conformidad con la ley romana, para sepultar a un cadáver muerto lejos y decapitado. Era lógica la reacción del prefecto que mandó encarcelarlos hasta que se aclararan las cosas. Pero los discípulos logran huir, perseguidos por los soldados que casi les dan alcance en las inmediaciones de Negreira. Tras cruzar un puente los discípulos, éste no pudo soportar el peso de los caballos de los perseguidores y se vino abajo, sepultando a soldados y caballos en las ocasionalmente embravecidas aguas del Tambre o Támara. Las pilastras de este puente, sin duda de madera en su estructura superior, se conservaron hasta hace poco tiempo en que fueron anegadas por un embalse. Los lugareños lo conocían como Puente Pías, vinculado a este episodio.

Lo ocurrido debió impactar a Lupa, que aun exigió más pruebas a los discípulos: debían uncir una pareja de toros bravos a un carro para así trasladar el cadáver desde Iria. Los discípulos consiguen convertir un par de toros ibéricos en una yunta de bueyes que mansamente arrastran el carro. Esto venció la resistencia cíe Lupa que se bautiza y acepta el cadáver en su mausoleo.

Éste sería el relato legendario reducido a lo esencial. Los nombres de sus protagonistas también llegaron a nosotros. Se trata de San Atanasio y San Teodoro, cuyos restos comparten con Santiago la urna de plata, alojada hoy dentro de lo que resta del mausoleo de la reina Lupa. En algunas de las versiones aparece alguno más, pero siempre coincidiendo con alguno de los Varones Apostólicos.

Mons. Julián Barrio Barrio

Arzobispo de Santiago de Compostela.
 

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.