Mar
25
Jul
2023
No sabéis lo que pedís

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.

Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.

Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».

Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.

El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

Salmo de hoy

Salmo 66, 2-3. 5. 7-8 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 7-15

Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.

Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.

Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.

Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.

Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».

Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».

Contestaron:
«Podemos».

Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.

Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Celebramos la Solemnidad de Santiago, aquel apóstol que, como le reza uno de los himnos de la liturgia de este día: “En Judea y Samaría al principio predicaste, después a España llegaste, el Espíritu por guía, y la verdad has plantado donde reinaba el error”.

Que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros

Además de festejar y agradecer el don de la fe plantada desde los inicios de la Iglesia en nuestras tierras por la generosidad apasionada de este apóstol y los primeros cristianos; las lecturas de hoy nos animan a recoger el testigo de nuestro santo Patrón en la evangelización. Si la primera lectura nos sitúa históricamente y recoge el testimonio final de Santiago el mayor con su martirio: “El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan”; es la segunda lectura la que nos da la clave para interpretar este testimonio en el conjunto de la vida del cristiano. El martirio, las tribulaciones, el acoger y aceptar la cruz que forma parte de la vida del apóstol, no son una especie de apéndice inevitable al que se enfrenta uno en soledad, como si se tratara de la “guinda del pastel” a la que hay que resignarse por incluida en el lote del apóstol en tiempos de persecución; como si se tratara de una consecuencia aislada, privada y personal sin nada que ver con la misión encomendada.

La misión, el testimonio se hace fecundo, real y concreto precisamente en la cruz. No son dos cosas separadas. La predicación del apóstol es mucho más que un discurso, mucho más que palabras; es la experiencia transformante que, en el reconocerse débil, pobre, incapaz –verdad que solo llegamos a reconocer y palpar a través de la cruz- descubre la fuerza extraordinaria de Dios, de la que se hace testigo en su propio cuerpo, en su vivir y existir. “Llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. No es sufrir por sufrir; no es masoquismo ni resignación; es hacerse instrumento, con el todo de nuestra existencia, acoger lo que hay de muerte en nuestras vidas y dejar que, más allá de nuestras fuerzas que se encuentran superadas –“no proviene de nosotros esta fuerza tan extraordinaria”-, sea la vida de Jesús la que se manifiesta en medio de todo ello. Entregar la vida y ser apóstol va de la mano. No hay predicación del Evangelio sin cruz. A medida que el testigo se deja despojar y reconoce su pobreza e incapacidad, se capacita para descubrir y creer realmente que es la gracia de Cristo la que actúa en él y su vida entera se convierte en testimonio de la fuerza y el poder de Dios.

No sabéis lo que pedís

El Evangelio de esta Solemnidad nos desmonta toda idealización posible y, al mismo tiempo, nos descubre cómo Dios, conociendo de sobra el corazón humano, no se escandaliza de él; es más, cómo es capaz de servirse de lo más ruin y mezquino para comenzar a realizar su obra en nosotros.

Santiago y Juan aspiran a ser algo en esta vida, como cualquiera de nosotros. Lo sorprendente es que Jesús, al escuchar la petición –en boca de su madre, en este pasaje- no se escandaliza ni les regaña. Cierto que les dice “no sabéis lo que pedís”; pero decide servirse de su ignorancia y también entusiasmo, aunque sea algo imperfecto, para llevarles más allá. Cuando contestan convencidos que son capaces de beber el cáliz siguen sin tener ni idea de lo que eso significa, pero no importa: “mi cáliz lo beberéis”. Tampoco nosotros tenemos mucha idea de lo que pedimos y menos aún de lo que aseguramos que estamos dispuestos a pasar en los momentos de fervor y mayor ardor, pero Dios acoge eso, aunque tenga bastante de nuestra ignorancia y vehemencia; pero ya se encargará de purificarlo. No se trata por tanto de acallar los sueños, los anhelos y los entusiasmos, tampoco el fervor, aunque esté poco aterrizado; sino que se trata de beber el cáliz y permanecer en la misión y la fidelidad cuando nos demos cuenta que no tenía nada que ver con lo que nosotros creíamos.

Cuántas veces nuestros deseos de evangelizar y de dar testimonio tienen un alto porcentaje de búsqueda de nosotros mismos, de reconocimiento o compensación de nuestros complejos, de ser servidos más que de servir. Cuántas veces nos creemos que seremos nosotros quienes llevemos a Cristo y descubrimos que es Él quien nos espera en la misión misma. La experiencia de la misión – a veces sin salir de nuestros entornos más cotidianos– nos hace descubrir que aquel Dios que creíamos dominar, poseer, del que íbamos a dar testimonio tiene demasiado de nuestro ego, y que nuestras certezas -¿Sois capaces? ¡Podemos!- se disuelven tan pronto como las dificultades empiezan. No importa, Dios se vale de todo ello, ya contaba con nuestras mezquindades y conocía nuestro corazón cuando nos llamó. En el proceso mismo se aquilatarán nuestras intenciones y la experiencia –marcada por la cruz- purificará nuestras ansias de ser y ser servidos, buscar el poder y querer dominar e imponer. La clave estará –porque nunca dejamos de ser libres- en aceptar que nuestras seguridades se desmoronen y nuestras ansias de poder se frustren un poco para acoger la novedad del Espíritu en una misión de la que no somos dueños ni guionistas; o en rebelarnos y mantenernos en nuestros trece, haciendo infecundo cualquier intento de ser testimonio creíble, por muy bien que hablemos, hagamos planes pastorales u organicemos la vida de los demás.