Jun
Evangelio del día
“ No juzguéis y no os juzgarán ”
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis 12,1-9
En aquellos días, el Señor dijo a Abrán:
«Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.
Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra».
Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abran tenia setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Abrán llevó consigo a Saray, su mujer, a Lot, su sobrino, todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Jarán, y salieron en dirección a Canaán.
Cuando llegaron a la tierra de Canaán, Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén, hasta la encina de Moré. En aquel tiempo habitaban allí los cananeos.
El Señor se apareció a Abrán y le dijo:
«A tu descendencia le daré esta tierra».
Él construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido. Desde allí continuó hacia las montañas, al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante; construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor. Abran se trasladó por etapas al Negueb.
Salmo de hoy
Salmo 32,12-13.18-19.20.22 R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,1-5
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano».
Reflexión del Evangelio de hoy
De ojos, motas y vigas
Jesús ya nos lo había dicho en la parábola del “fariseo y el publicano”, que fueron a orar, y sólo fue escuchado el que se sentía “con una viga” en los ojos, y no lo fue el que creía que, de tener algo, sólo era una mota. Y, por eso, podía permitirse el lujo de juzgar y condenar al pobre publicano.
Hoy Jesús llama a esos que se erigen en “jueces” de los demás, sin mirarse a sí mismos, hipócritas. Hipócrita es el que finge ser lo que no es. Jesús se lo llamó repetidas veces a los fariseos. Hipócrita es el que aparenta tener cualidades, actitudes y una bondad que realmente no tiene. Jesús hila muy fino en el caso del fariseo y el publicano. Viene a decir que realmente el publicano era lo que decía, un pecador; y, en ese sentido, nada imitable. Y en el caso del fariseo, también era cierto lo que decía: era cumplidor de la Ley que había estudiado y que conocía mejor que el publicano. Lo malo, en el fariseo, era su actitud y la forma de juzgar a los demás: lo bueno del publicano era su actitud y la forma de juzgarse a sí mismo. Porque pecadores, equivocados muchas veces, somos todos; unos, pecadores perdonados; otros que, al no sentirse pecadores, sólo dan gracias por ser como son.
De corazones limpios
Los hipócritas hablan más, vocean más; se les nota más. Pero, también hay personas sencillas, incluso con motas y vigas en sus ojos, pero con un corazón bueno, limpio, que se dan cuenta y se disculpan y piden perdón, y que sólo piensan en cómo hacer la vida un poco más llevadera y agradable a los demás.
Pienso que todos, particularmente los que nos sentimos y nos sienten mayores, recordamos a unos padres, unos maestros, unos sacerdotes a quienes no podemos apodar más que con la palabra “bondad”. Eran pura y auténtica bondad. Sin los medios que se han tenido después, sin los conocimientos que hemos admirado en otros muchos profesores, fueron capaces de enseñarnos vida, al tiempo que nos pusieron los cimientos para la eterna. Con seguridad que, en los ojos, tenían motas y a veces vigas; pero, tenían un corazón limpio, sano, bueno. Y su bondad irradiaba paz, serenidad y seguridad.
Si, a esta bondad, pudiéramos añadir la luz del Espíritu, el don de discernimiento, podríamos, al levantarnos, no sólo ducharnos, sino sacarnos motas y vigas de nuestros ojos y nuestro corazón, y, con un respeto enorme y hasta con ternura, intentar hacer lo mismo con los ojos y el corazón de los demás hermanos.
De entrada, existe mucha crítica y, con frecuencia, acompañada de juicios negativos. ¿Me percato del peligro? ¿Soy capaz de mantenerme ecuánime? ¿Soy de los que juzgan para condenar o de los que comprenden para perdonar?