Ago
Evangelio del día
“ ¡Llega el Esposo, salid a recibirlo!. ”
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 17-25
Hermanos:
No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios.
Pues está escrito:
«Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces».
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?
Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen.
Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Salmo de hoy
Salmo 32, 1-2. 4-5. 10-11 R/. La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes.
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz:
“¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.
Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las prudentes:
“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Pero las prudentes contestaron:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo:
Señor, señor, ábrenos.
Pero él respondió:
“En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».
Reflexión del Evangelio de hoy
"Dios quiso salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación."
San Pablo tiene clara la misión que Dios le ha confiado. Sabe que Cristo le ha enviado a anunciar el Evangelio. Y… ¿en qué consiste este anuncio? ¿Cuál es la “esencia” de la predicación? Él mismo nos lo dice: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado”. ¿Un escándalo? ¿una necedad? ¿una locura…? pero en realidad, todo aquel que vuelve sus ojos a Él y le abre el corazón, descubre que este Cristo crucificado es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
¿Cómo es posible esto… que el Evangelio de un Cristo crucificado sea fuerza y sabiduría de Dios para todos nosotros? ¿Quién es capaz de explicarlo? Por algo ya decía la Escritura: “Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces…” “¿Dónde está el sabio… el letrado? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos?”.
Somos enviados a anunciar dónde está la verdadera fuerza y sabiduría, pero siempre en nuestra pobreza y debilidad para “no hacer ineficaz la cruz de Cristo”. Sí, así lo ha querido Dios: “valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes”.
"¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”.
Esto es lo que dijo la voz de la medianoche a las doncellas que con sus lámparas habían salido a esperar al esposo. Por el diálogo que establecen entre ellas, se podría haber pensado que lo que esa voz había dicho era: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Pero oye… que salgan a recibirlo sólo aquellas que tengan las lámparas bien luminosas; las que no tengan casi aceite y anden medio a oscuras… que vayan de una carrera a la tienda del pueblo a por aceite, o mira… mejor que sigan durmiendo, ¡que no hubieran sido necias!”
Después de mucho meditar y orar esta parábola, podría dar la impresión, por la reacción tanto de necias como de prudentes, que la importancia radica en sus lámparas, en el mucho o poco aceite que tienen… cuando el verdadero protagonista es (o debería ser) el esposo que llega. En la espera del esposo, puede ocurrirnos que llenemos nuestra cabeza y nuestro corazón con preocupaciones de “lámparas, aceites o alcuzas…” y nos olvidemos de Aquél a quien esperamos: que el centro de atención en nuestra vida es el esposo, Nuestro Señor Jesucristo.
“Y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas”. Las que entraron al banquete fueron todas aquellas que estaban esperando al esposo en el momento que llegó. TODAS las que allí estaban fueron las que entraron con Él. Podríamos preguntarnos… Si las cinco que se marcharon de compras, a esas horas de la noche, no se hubieran marchado, y hubieran permanecido esperando, junto a las otras cinco, con sus lámparas casi apagadas pero con el deseo de encontrarse con el esposo y pasar con Él al banquete… ¿qué habría ocurrido? O si las “prudentes” hubieran compartido su aceite, y resulta que llega el esposo y encuentra a las diez casi a oscuras, pero ahí presentes, esperándole a Él… ¿qué habría sucedido?
Si conociéramos de verdad a este esposo, el mismo que unos capítulos antes nos ha dicho: “dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, le esperaríamos tranquilos y confiados en su infinito amor y misericordia. Quizá… la confianza en Él, es la que rellena nuestras lámparas. “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”.