Mar
28
Ene
2014
Tu madre y tus hermanos te buscan

Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 6, 12b-15. 17-19

En aquellos días, David fue y trajo con algazara el Arca de Dios de la casa de Obededom a la ciudad de David.
Cuando los portadores del Arca del Señor avanzaban seis pasos, se sacrificaba un toro y un animal cebado.
David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, ceñido de un efod de lino.
Él y toda la casa de Israel iban subiendo el Arca del Señor entre aclamaciones y al son de trompetas.
Trajeron el Arca del Señor y la instalaron en su lugar, en medio de la tienda que había desplegado David.
David ofreció ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión. Cuando acabó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor del universo. Repartió a todo el pueblo, a la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y en pastel de uvas pasas. Tras lo cual, todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.

Salmo de hoy

Salmo 23, 7. 8. 9. 10 R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor en persona

¡Portones!, alzad los dinteles
que se alcen las puertas eternsales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor valeroso en la batalla. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
Él es el Rey de la gloria. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 31-35

En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Y el Rey danzaba desnudo delante del Arca del Señor”

Es fiesta grande. El pueblo de Israel, con el Rey a la cabeza, traslada el Arca de la Alianza, el símbolo de la “presencia de Dios entre el pueblo”, a la tienda –tabernáculo que David ha preparado en la ciudad-. Dios ya tiene “casa propia”. El pueblo espera que esté contento dentro de su tienda, que esté entre ellos, pero oculto a su vista. Parece una tendencia permanente en el hombre de todos los tiempos: Dios está con nosotros, está a nuestro favor, pero que se esté quietito en su casa, que no venga a molestar. Ahora le hemos hecho una tienda seguramente muy lujosa; más tarde el heredero de David, Salomón, edificará un templo grandioso con un “Sancta Sanctorum” donde sólo podrá entrar el sacerdote.

Traemos a Dios dentro de nuestro pueblo, dentro tal vez de nuestra casa, pero no dejamos que se asiente en nosotros. Preferimos cerrar los ojos al Dios que mora en nosotros, que compromete nuestras vidas, para levantar jaulas de oro donde tenerlo contento y confinado; queremos su protección, pero rechazamos nuestro compromiso.

David se busca el desprecio de Micol por la aparente pérdida de dignidad al aparecer como un cómico cualquiera. El rey entiende que nada es indigno delante de Dios, que todo aquello que se hace en su nombre está teñido por la fuerza de la divinidad. ¿Cuántas veces nosotros nos avergonzamos si tenemos que confesar que somos hijos de Dios y lo escondemos o bromeamos, en lugar de confesar abiertamente que somos de Dios y con Él estamos? ¿Por qué nos avergüenza desnudar nuestra alma ante los demás?

  • “Tu madre y tus hermanos te buscan”

Otra vez Jesús es capaz de desconcertarnos. Está rodeado de gente, es, al menos en apariencia, honrado por todos menos por su familia, que acude a buscarlo porque parece haber perdido la razón. Jesús, ante el anuncio de que su madre y sus hermanos le esperaban afuera, da una respuesta que parece despreciar a su familia, a su propia madre, colocándola detrás de los que le escuchan.

Un aparente rechazo que implica una mayor alabanza. ¿Quién ha escuchado la Palabra de Dios y la ha cumplido tan al pie de la letra que la ha encarnado, que la ha hecho hombre?
Cuando Jesús dice que mejor los que escuchan la Palabra y la cumplen, tiene que estar pensando que es su madre la que ha escuchado y ha cumplido la Palabra; la que ha entregado toda su vida al servicio de la Palabra. María ha arriesgado todo al aceptar ser la Madre del Hijo de Dios, confiando plenamente que Dios no la dejaría de lado, que siempre estaría con ella. Y esta confianza se mantendrá firme incluso en el momento de la cruz. Tal vez sin entender del todo lo que estaba pasando, sin entender que su hijo, en lugar de formar una familia se marchara por el mundo adelante a predicar.

La familia de Jesús, el clan entero, cree que ha perdido la razón y parece que nos extraña esa actitud. ¿Qué pensaríamos si un hijo nuestro abandonara trabajo, familia y casa para dedicarse en solitario a predicar el amor, el servicio a un Dios que está lejos del que conocemos, del que nos predican los “rabinos” y “sabios” de turno? ¿Qué piensan padres, hermanos, parientes y amigos cuando una mujer o un hombre, jóvenes y con éxito, abandonan todo para entregarse a Dios? ¿Acaso no dudan -¿dudamos?- de que esté en sus cabales?