Nov
Evangelio del día
“ Voy yo a curarlo ”
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 2, 1-5
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.
Salmo de hoy
Salmo 121, 1-2.4-5.6-7.8-9 R/. Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R/.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
Reflexión del Evangelio de hoy
Adviento humano
El Adviento que, litúrgicamente, empezamos ayer, lo encontramos simbolizado hoy en la postura y conducta del Centurión. Ignoramos cómo había llegado al conocimiento de Jesús, pero su proceder no admite fisuras. Acude porque espera; y espera porque confía.
Este es el modelo que nos ofrece la liturgia al comenzar la andadura del Adviento: la singularidad de una persona, en este caso un centurión romano, que ha comprendido el papel esencial de la fe y que obra consecuentemente.
Jesús no escribió tratado alguno sobre la fe; el Evangelio no es una colección de tesis doctrinales para que los cristianos sepamos qué es lo que tenemos que memorizar, creer y practicar. El Evangelio es un compendio de encuentros de personas con Jesús, o quizá mejor de Jesús que propicia el hacerse el encontradizo con ellas; y en esos encuentros surgen actitudes y valores que son el alimento de los que hoy intentamos encontrarnos con él.
Adviento divino
Nuestro Adviento humano se basa en el Adviento de Jesús. El mismo Adviento que experimentó el Centurión al ver a Jesús que entraba en Cafarnaúm, que llegaba a él, aunque no fuera judío ni “oficialmente” creyente.
Nosotros, creyentes, practicantes y seguidores de Jesús que sigue entrando simbólicamente en nuestro Cafarnaúm particular, buscamos la actitud de aquel romano, esperando que Jesús tenga con nosotros la misma compasión. Y, porque sabemos que él no falla, nos fijamos brevemente en lo que creo más significativo de la postura del Centurión.
A mí lo que más me llama la atención es que este hombre no grita ante Jesús como los leprosos y los ciegos, sólo pide con una autenticidad inequívoca, no por él, sino por un siervo que dependía de él. ¿Cómo llegó no ya a comprender sino a practicar que ante Dios hay que hacerse servidores incluso de los que dependen de nosotros? Nosotros recordamos siempre la consigna de Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34), pero lo admirable es que esta persona lo practicara de esta forma.
Entremos en nuestro Adviento con las actitudes del Centurión. Y, con esas actitudes, pidamos por nosotros, y, sobre todo, por los que están más necesitados que nosotros.
Jesús no encontró en Israel a nadie con tanta fe, ¿cómo puedo aprender a vivir una fe similar?
¿Cómo puede afectar a mi vida de fe la convicción del centurión de su indignidad y, al mismo tiempo, su confianza en Jesús?