Jul
Evangelio del día
“ El Reino de los cielos se parece a un tesoro, a una perla de gran valor que, quien la encuentra, vende todo lo que tiene y la compra ”
Primera lectura
Lectura del profeta Jeremías 15,10.16-21:
¡Ay de mí, madre mía, me has engendrado para discutir y pleitear por todo el país!
Ni he prestado ni me han prestado, en cambio, todos me maldicen.
Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón, y tu nombre era invocado sobre mí, Señor Dios del universo.
No me junté con la gente amiga de la juerga y el disfrute; me forzaste a vivir, pues me habías llenado de tu ira.
¿Por qué se ha hecho crónica mi llaga, enconada e incurable mi herida?
Te has vuelto para mi arroyo engañoso de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor:
«Si vuelves, te dejaré volver, y así estarás a mi servicio; si separas la escoria del metal, yo hablaré por tu boca.
Ellos volverán a ti, pero tú no vuelvas a ellos.
Haré de ti frente al pueblo muralla de bronce inexpugnable: lucharán contra ti pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte - oráculo del Señor -.
Te libraré de manos de los malvados, te rescataré del puño de los violentos».
Salmo de hoy
Salmo 58,2-18 R/. Dios es mi refugio en el peligro
Líbrame de mi enemigo, Dios mío;
protégeme de mis agresores,
líbrame de los malhechores,
sálvame de los hombres sanguinarios. R/.
Mira que me están acechando,
y me acosan los poderosos:
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor. R/.
Por ti velo, fortaleza mía,
que mi alcázar es Dios.
Que tu favor se me adelante, Dios mío,
y me haga ver la derrota de mi enemigo. R/.
Pero yo cantaré tu fuerza,
por la mañana proclamaré tu misericordia,
porque has sido mi alcázar
y mi refugio en el peligro. R/.
Y tocaré en tu honor, fuerza mía,
porque tú, oh, Dios, eres mi alcázar,
Dios mío, misericordia mía. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,44-46
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».
Reflexión del Evangelio de hoy
Las dudas sobre Dios no las inventó Judas, el “discípulo incrédulo”, aunque las suyas hayan quedado para la posteridad como las más famosas. Hoy vemos a Jeremías en una situación de duda similar que, curiosamente, él mismo soluciona de forma también similar a la del apóstol: con oración y confianza en su misterio. Confianza que, en grado sumo, vemos en el Evangelio, reflejada en quienes, sin despreciar nada, lo abandonan todo al encontrar lo mejor.
La gloria del Reino
La gloria del Reino, el banquete del Reino del que Jesús nos habló repetidas veces, es de aquí y de “allí”, de ahora y de después. Nace y se desarrolla aquí y adquiere su esplendor en la otra vida. Por eso, hablamos de la alegría del Evangelio. Lo consideramos el tesoro de los tesoros, la perla imperecedera con garantías de eternidad. Y quien lo posee, quien la tiene, lo aprecia, lo agradece, y su felicidad y alegría sólo quedan empañadas ante el riesgo de perder aquella prenda y aquella ventura.
Ahora bien, intuir dónde está escondido el tesoro, encontrar la mejor perla, no significa que despreciemos los tesoros menores que nos han permitido llegar hasta el mejor, ni las perlas de menos quilates que nos fueron señalando el camino hacia la perla única y sobresaliente. Se trata de valorar lo bueno, discernir, escoger, y quedarnos con lo mejor. Nuestro tesoro y nuestra perla son Dios y su Reino. Siguen existiendo cosas buenas, pero todas palidecen ante lo que consideramos la oportunidad única de nuestra vida.
El precio del tesoro. El valor de la perla
Si solemos decir que todo tiene un precio en la vida, el tesoro en cuestión con mucha más razón. Hay que “venderlo todo” y quemar las naves para impedir volvernos atrás en la apuesta hecha. Esto, en Evangelio, significa fe y confianza para fiarnos de Dios por encima y al margen de cualquier otro apoyo de tipo humano y sólo temporal. ¿Qué sucede? Que aparentemente brillan más otras perlas, que hay otros tesoros más tangibles con los que se suelen conseguir más “seguridades” momentáneas. Y “venderlo todo” por un tesoro no tan palpable, por una perla menos concreta, menos “evidente”, no es tan fácil.
Pero, el precio no lo es todo. Más aún, se ha dicho que es un insensato “el que sabe el precio de todo y el valor de nada” –así definía Oscar Wilde al cínico-. Para los que tenemos fe y ejercemos, Dios y su Reino son un tesoro único, un don ante el cual el dinero, la salud, el poder y la fuerza pierden intensidad. Para los que tenemos fe, el valor único que queremos tener y mantener es Dios y su voluntad, sus planes, caminos y expectativas sobre nosotros. E intentamos conseguir este don, al precio que sea, sabedores de que, con él, tendremos también el amor verdadero, la felicidad tranquila y serena, en una palabra, la paz.