Ene
Evangelio del día
“ El que cumple la voluntad de Dios es mi madre… ”
Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 10,1-10:
Hermanos:
La ley, que presenta solo una sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan, pues lo hacen año tras año y ofrecen siempre los mismos sacrificios.
Si no fuera así, ¿no habrían dejado de ofrecerse, porque los ministros del culto, purificados de una vez para siempre, no tendrían ya ningún pecado sobre su conciencia?
Pero, en realidad, con estos sacrificios se recuerdan, año tras año, los pecados. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.
Por eso, al entrar él en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste
holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
—pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí—
para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley.
Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Salmo de hoy
Salmo 39,2.4ab.7-8a.10.11 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios. R/.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.
He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios,
Señor, tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu justicia,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35)
En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Reflexión del Evangelio de hoy
“Quién es mi madre”
¡Vaya si sabía Jesús quién era! Su madre es María, que concibe a Jesús, siendo virgen, por obra del Espíritu Santo (Mt 1,28; Lc 1,26). Una doncella israelita, tan humana como todos los demás humanos. Y tan llena de gracia y gracias como ningún otro ser humano lo ha sido jamás, aparte su propio Hijo. Así es llamada por Dios, sirviéndose del ángel, en la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,29). Así se lo dice Isabel, su prima, en la Visitación: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1,42-43). Así se porta en las Bodas de Caná, influyendo ante su Hijo para que haga el milagro. Y así en todo lo que conocemos de su vida. Ya nos guastaría que Juan y Lucas nos hubieran contado lo que, presumiblemente, sabían de sus relaciones e intimidades con su Hijo Jesús. Pero, sólo conocemos algunos detalles, insuficientes para calmar nuestra curiosidad, y suficientes y sobrados para saber de ella.
La nueva familia de Jesús
Las palabras de Jesús, aparentemente duras, no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Jesús, como en otras ocasiones, aprovecha la ocasión para acotar el terreno de la nueva comunidad, de la nueva familia que ha venido a instaurar: el Reino de Dios. Y señalando, al mismo tiempo, lazos nuevos y nuevas afinidades y valores para esta nueva familia, en lugar de los viejos de la sangre y la raza: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Fe y vida acompasada con esa fe.
Y Jesús, al decir esas palabras, señala a sus seguidores, a los que se fían de él, a los que confían en él y, por eso, le siguen. Entre ellos, la primera, María: “Dichosa tú porque has creído” (Lc 1,45). Y, luego, todos los que intentar vivir y plasmar en sus personas las actitudes y valores del Evangelio, sin importar razas, sexos, títulos, riquezas o cualquier otra diferencia o distinción humana.
Quién es mi padre
En la nueva familia, y en la antigua, siempre hay un padre o Padre. El Padre de la nueva familia de Jesús es su Padre, con el que Jesús tuvo y tiene unas relaciones únicas, sumamente entrañables. A su Padre lo llama Abbá, término arameo conservado en la versión griega del Nuevo Testamento, que significa padre, indicando una relación cariñosa y confiada entre padre e hijo. Desde entonces, éste es también nuestro Padre, de forma distinta, pero también Padre nuestro. “Mirad qué amor tan grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos!” ( I Jn 3,1). Filiación que nos tendría que llevar a agradecérselo de forma similar a como lo hace Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo más que el Padre y al Padre más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-27).