Te daré lo que me pidas

Primera lectura

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 1-9

Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes nuestro hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo.

Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.

Salmo de hoy

Salmo 144, 2-3. 4-5. 6-7 R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Señor.

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.

Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas. R/.

Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tu justicia. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 17-29

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.

El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.

Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».

Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».

Ella salió a preguntarle a su madre:
«¿Qué le pido?».

La madre le contestó:
«La cabeza de Juan el Bautista».

Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan.

Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.

Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

En vosotros se ha probado el testimonio de Cristo

San Pablo da gracias a Dios por los “santos” de la comunidad de Corinto. Todo cristiano es santo porque, por la Gracia, ha sido llamado a vivir la comunión con Cristo y, en este sentido, experimenta ya en sí la Vida con mayúscula. Esta certeza es, al mismo tiempo, un gran don, pero también una tarea de gran responsabilidad.

Creer en Cristo es también estar dispuesto, como Él, a la entrega generosa por el Reino. Movido por el Amor, el cristiano experimenta en su carne la Pasión de Cristo en la persecución, difamación e incluso en el martirio, pero al mismo tiempo sabe que nada será en vano porque, desde el bautismo, vive ya la Pascua Eterna prometida por el Maestro.

Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino

Herodes respetaba al Bautista y le tenía en gran consideración porque era muy consciente de que Dios hablaba y actuaba en él y por él. Y esto, a pesar de que continuamente el Bautista le reprochaba sus malas acciones, su adulterio... Pero, a la hora de la verdad, su propia dinámica de poder corrupto, su egoísmo, el “quedar bien” y una lascivia desenfrenada y absurda le hicieron caer en el sinsentido más absoluto. Y se olvidó del Dios en quien decía creer. Y se olvidó de su Justicia, de su Verdad y mandó matar al Bautista.

Herodes es un prototipo perfectamente actual y, probablemente, alguna vez nosotros nos hemos comportado como él... o al menos nos lo hemos planteado. Es muy fácil “dejarse llevar” por mis apetencias personales aun a costa de ser muy conscientes de lo que Dios quiere de mí y que es, sin duda, lo que más me hacer crecer en fe y santidad.

Juan el Bautista, al contrario, era, en toda la extensión de la palabra, un Profeta Santo de Dios. Toda su vida fue una entrega generosa sin importarle las consecuencias. Es seguro que tendría momentos de temor o incertidumbre, pero Dios estaba con Él, hablaba por Él y, animado por la Gracia, no desfalleció nunca.

El testimonio de Juan el Bautista tendría que hacernos reflexionar sobre lo que significa creer en Dios y dar testimonio de la Verdad en un mundo demasiado aferrado a la mentira y la hipocresía. Jesús, que se hizo hombre por nosotros y para nosotros, está en lo más profundo de nuestro ser y nos llama a ser santos y profetas ante nuestros hermanos los hombres.

“Vemos esta gran figura (Juan el Bautista), esta fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos. Preguntamos: ¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, entregada de modo tan total por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es sencilla: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino durante largo tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc 1, 13); un don grande, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril (cf. Lc 1, 7); pero nada es imposible para Dios (cf. Lc 1, 36). [...] Toda la vida del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en especial el período transcurrido en regiones desiertas (cf. Lc 1, 80); las regiones desiertas que son lugar de tentación, pero también lugar donde el hombre siente su propia pobreza porque se ve privado de apoyos y seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia firme es Dios mismo”.

Benedicto XVI. Audiencia de 29 agosto de 2012 en Castelgandolfo