Oct
Evangelio del día
“ Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo ”
Primera lectura
Lectura del libro de Baruc 4, 5-12. 27-29
Ánimo, pueblo mío, que llevas el nombre de Israel. Os vendieron a los gentiles, pero no para ser aniquilados; por la cólera de Dios contra vosotros os entregaron a vuestros enemigos, porque irritasteis a vuestro Creador, sacrificando a demonios y no a Dios; os olvidasteis del Señor eterno que os había criado, y afligisteis a Jerusalén que os sustentó. Cuando ella vio que el castigo de Dios se avecinaba dijo: «Escuchad, habitantes de Sión, Dios me ha enviado una pena terrible: vi cómo el Eterno desterraba a mis hijos e hijas; yo los crié con alegría, los despedí con lágrimas de pena. Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos. Si estoy desierta, es por los pecados de mis hijos, que se apartaron de la ley de Dios. Ánimo, hijos, gritad a Dios, que el que os castigó se acordará de vosotros. Si un día os empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño. El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.»
Salmo de hoy
Salmo 68,33-35.36-37 R/. El Señor escucha a sus pobres.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R/.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 17-24
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»
Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»
En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»
Reflexión del Evangelio de hoy
La memoria de San Francisco de Borja y, particularmente, las palabras de Jesús en el Evangelio, nos invitan a dar gracias a Dios por la bondad, por la santidad, por la inocencia, por la belleza, por tantas personas solidarias y fraternas como existen entre nosotros.
También hay cizaña. Pero, prevalece lo bueno, por eso damos gracias. Como los discípulos que “volvieron muy contentos de su experiencia apostólica” porque “hasta los demonios –le decían a Jesús- se nos someten en tu nombre”. Y, en su nombre, se siguen sometiendo.
“Te doy gracias, Padre”
Jesús, bendiciendo al Padre, hace un elogio de la gente sencilla, de aquellos que le seguían, porque estaban enfermos, porque eran pobres, porque eran personas tan honradas que, al ver cómo hablaba y, sobre todo, cómo actuaba Jesús, seguían depositando en él toda su confianza. Y Jesús, bendice al Padre porque es a estas personas, aparentemente sin importancia, a quienes ha manifestado el Reino. Y se produce una mutua complicidad entre ellos y Jesús: le siguen y él se siente a gusto con ellos, y así recorría sus aldeas curando enfermos, expulsando demonios, liberando a cuantos lo necesitaban del mal, de la indignidad y de la injusticia y exclusión.
La actitud y el comportamiento de los sacerdotes, de los escribas y de los fariseos eran muy distintas. Y no porque no supieran o no practicaran, sino porque les faltaba corazón, les faltaba cercanía. Eran cumplidores, pero duros y exigentes con aquellos pobres que bastante tenían con “pasear” su pobreza y su desgracia por los atrios del Templo. Estas autoridades no necesitaban revelación alguna del Dios a quien creían conocer y de quien lo único que esperaban era justicia. Jesús predicó, practicó y pidió compasión y misericordia para todos, porque, en cuanto hijos de Dios, todos la necesitaban y la seguimos necesitando. Y porque Dios, su Padre, era misericordioso, Jesús le da gracias.
“Todo me lo ha entregado mi Padre”
Jesús es el único que conoce en profundidad al Padre. Sabe de sus intenciones, de su voluntad y de sus designios paternales. Por eso, nadie como él está en disposición de proclamar solemnemente su unión con el Padre. Y, al hacerlo, proclama también la unión del Padre con nosotros.
Porque nosotros somos “la gente sencilla”, los que no somos importantes más que para Jesús; los que, encandilados por lo que dice y por lo que hace, intentamos seguirle con todas las consecuencias. Una de ellas es que, a veces, nos sentimos cansados y agobiados, y, recordando su invitación, vamos a él y encontramos su alivio para seguir adelante. Y, cuando nos reúne al atardecer de muchas jornadas, como solía hacer con sus discípulos, le oímos que nos recalca que abandonemos cargas pesadas, algunas un tanto inhumanas, y que carguemos con las suyas, no porque sean más suaves, sino más humanas, más solidarias, más fraternas, más llenas de compasión y misericordia. Todo un camino para llegar a tener un corazón limpio, al través del cual nos sea más fácil obrar como él, construyendo su Reino. Como San Francisco de Borja en su tiempo; como el Papa Francisco hoy, aquí y ahora.