Abr
Evangelio del día
“ ¿No ardía nuestro corazón? ”
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 1-10
En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Salmo de hoy
Salmo 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 R/. Que se alegren los que buscan al Señor
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
No tengo plata ni oro
El relato de esta primera lectura es muy vivo y lleno de contrastes. Lo primero que salta a la vista es el contraste entre movimiento y parálisis: un paralítico de nacimiento que es llevado y colocado junto a una puerta, un lugar de paso. Este hombre que estaría raquítico, con los huesos entumecidos, la masa muscular totalmente perdida, sin moverse desde el nacimiento, nos está hablando de las parálisis interiores que todos tenemos y que nos impiden vivir una vida con dignidad.
Lo segundo que llama la atención es el sentido de su vida, pedir limosna, frente a la absoluta libertad de Pedro y Juan. Así pasa su vida, mendigando a los que sí pueden moverse, esperando recibir algo. Es lo que nos pasa si el sentido de nuestra vida lo ocupan las parálisis del corazón y del alma, nos pasamos la vida mendigando que otros nos den sentido. ¡Qué vida más triste!
Sin embargo, la resurrección se hace presente en el Nombre de Jesús. Y el movimiento irrumpe en la vida del paralítico como un volcán. Pedro y Juan no tienen “ni oro ni plata”, sólo tienen a Jesús y eso es lo que dan y junto a Él le devuelven al hombre la capacidad de levantarse, es decir, de resucitar y entrar al templo a relacionarse con Dios y con los hermanos. A partir de ahí todo es alegría, alabanza, admiración. Ojalá podamos vivir nuestra vida así, resucitados, y pasarla alabando y dando gracias a Dios por todas las resurrecciones que ha obrado en nuestra vida.
¿No ardía nuestro corazón?
El Evangelio de los discípulos de Emaús es un texto riquísimo en imágenes, que no podemos dejar pasar de largo; por eso hoy es un día para meditar tranquilamente en cada frase, en cada palabra y sacar las consecuencias para nuestro propio camino de Emaús.
Dos discípulos, uno se llama Cleofás, ¿y el otro? El otro discípulo eres tú, Juan, María, Pepe, Marta, Antonio, Dolores... Se hacían preguntas, estaban ofuscados y no eran capaces de reconocer la realidad. Así vivimos muchas veces, ofuscados con nuestras cosas, sin parar de darle vueltas a las cosas, perdiendo la distancia necesaria para ser objetivos y darnos cuenta de que los caminos de Dios no son nuestros caminos.
Los dos hablan en pasado, “esperábamos, no encontraron, decían que está vivo, no lo vieron”. La desesperanza ha entrado de lleno en su corazón y por eso se vuelven a su vida de antes, ya no les interesa este Jesús libertador de Israel que les ha fallado. ¡Qué bien refleja nuestra poca fe y torpeza para comprender la historia de salvación que Dios hace con cada uno de nosotros! En cuanto las cosas no salen como queremos, abandonamos y nos volvemos a enfrascar en nuestros pequeños proyectos humanos.
Y nuevamente dos realidades nos devuelven al centro: la Palabra y la Eucaristía. La Palabra de Jesús que explica, que hace arder, que devuelve la esperanza; y la Eucaristía, pan compartido que abre los ojos del alma para reconocer lo que ya estaba presente.
El camino de vuelta no se hace pesado, en aquel mismo instante se pusieron de camino y regresaron a la comunidad, de donde nunca tenían que haber salido. Cuando una comunidad pone en el centro a Dios, presente en las Escrituras y la Eucaristía, puede hacer la experiencia del Señor Resucitado que está siempre presente donde se reúnen los hermanos. No abandonemos nunca la comunidad, no dejemos de escuchar y meditar la Palabra de Dios y nunca dejemos de participar en la fracción del pan.
¿Conoces tus parálisis interiores y a qué actitudes te llevan? ¿Pasas la vida pidiendo limosnas? ¿Qué actitud interior adoptas ante eso que te paraliza?
¿Abandonas la comunidad cuando las cosas no salen como a ti te gustan, cuando los planes de Dios son diferentes de los tuyos?
¿Tienes la lectio divina como eje de tu vida de fe y la eucaristía como el centro de tu vida?