Ene
Evangelio del día
“ Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo ”
Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17
A la vuelta de un año, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel. Masacraron a los amonitas y sitiaron Rabá, mientras David se quedó en Jerusalén.
Una tarde David se levantó de la cama y se puso a pasear por la terraza del palacio. Desde allí divisó a una mujer que se estaba bañando, de aspecto muy hermoso.
David mandó averiguar quién era aquella mujer.
Y le informaron:
«Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías, el hitita».
David envió mensajeros para que la trajeran.
Ella volvió a su casa.
Quedó encinta y mandó este aviso a David:
«Estoy encinta».
David, entonces, envió a decir a Joab:
«Mándame a Urías, el hitita».
Joab se lo mandó.
Cuando llegó Urías, David le preguntó cómo se encontraban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego le dijo:
«Baja a tu casa a lavarte los pies».
Urías salió del palacio y tras él un regalo del rey. Pero Urías se acostó a la puerta del palacio con todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa.
Informaron a David:
«Urías no ha bajado a su casa».
David le invitó a comer con él y le hizo beber hasta ponerle ebrio.
Urías salió por la tarde a acostarse en su jergón con los servidores de su señor, pero no bajó a su casa.
A la mañana siguiente David escribió una carta a Joab, que le mandó por Urías.
En la carta había escrito:
«Poned a Urías en primera línea, donde la batalla sea más encarnizada. Luego retiraos de su lado, para que lo hieran y muera».
Joab observó la ciudad y situó a Urías en el lugar en el que sabía que estaban los hombres más aguerridos.
Las gentes de la ciudad hicieron una salida. Trabaron combate con Joab y hubo bajas en la tropa, entre los servidores de David. Murió también Urías, el hitita.
Salmo de hoy
Salmo 50, 3-4. 5-6b. 6c-7. 10-11 R/. Misericordia, Señor, hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R/.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Reflexión del Evangelio de hoy
Hemos visto otras veces a David en sus mejores momentos; hemos admirado su fe y sus relaciones con Dios. Hoy le vemos más humano, tan pecador como nosotros, por debilidad y por humanidad, primero, y por injusticia premeditada, después. Al final, se arrepentirá y Dios le perdonará.
En el Evangelio se compara el Reino a dos clases de semillas: la del cereal y la de la mostaza; y en ambas se trata de un proceso completo, desde su pequeñez, cuando son plantadas, hasta la siega, en un caso, y su conversión en árbol frondoso, en el otro.
Trabajar, pero no sólo
En la parábola de la semilla llama la atención su autonomía: crece por sí misma. Una vez sembrada, como si se olvidara todo el trabajo que el labrador conoce muy bien sobre el terreno, el agua y la lucha contra la sequía, el sol y la preocupación por las inclemencias del tiempo.
Dando por descontado la preocupación y el trabajo del labrador, se busca hacer hincapié en el crecimiento de la semilla y del Reino al margen de nosotros. Se trata del Reino de Dios. Y es Dios mismo el que, admitiendo la cooperación humana, propicia el crecimiento, nuestra dependencia con respecto a él Toda la potencialidad del Reino está ya en la semilla, en la predicación, en la Buena Noticia de Jesús.
Hay que trabajar. Hay que quitar obstáculos que pudieran impedir o retardar y aplazar el crecimiento. Pero, sobre todo, hay que confiar en el Labrador. Porque la semilla está depositada en nuestros corazones. Y, a no ser que positivamente nos empeñemos en lo contrario, crecerá, se desarrollará y, por ella y el Labrador, se convertirá en lo que Dios tiene reservado para nosotros.
Pequeñas semillas. Pequeños detalles. Grandes árboles
Jesús, entre líneas, nos habla hoy de la importancia decisiva de los detalles, de los pequeños gestos. Estos y aquellos son las semillas que otros –como mediadores- y el Otro, como origen y Padre de su Reino, depositaron en nosotros para que, creciendo y desarrollándose, se convirtieran en las ramas de ese Reino.
Estas semillas, estos detalles y gestos, son compatibles con cizañas, gestos y detalles insolidarios que con frecuencia acompañan a aquéllas y aquéllos. Que no nos quiten la paz y la serenidad. Necesitamos discernimiento, Que el Espíritu nos conceda este don, para ser capaces de esperar y saber dar razón de nuestra esperanza (Cfr. 1 Pe 3,15). Lo nuestro es siempre esperar, confiar y no cansarnos de plantar semillas y gestos de cercanía y de humanidad. Jesús nos recuerda hoy cómo esas semillas crecerán, luego, un tanto al margen de nosotros, por su propia fuerza. Al final, sólo quedará el Reino, dentro de nosotros, y Dios.