Jue
5
Oct
2017
Pedid y se os dará

Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 7-18

Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura, tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada, tierra que lleva hierro en sus rocas y de cuyos montes sacarás cobre, entonces comerás hasta saciarte y bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado. Guárdate de olvidar al Señor, tu Dios, no observando sus preceptos, sus mandatos y sus decretos que yo te mando hoy.
No sea que, cuando comas hasta saciarte, cuando edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes en todo, se engría tu corazón y olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con su maná que no conocían tus padres, para afligirte y probarte, y para hacerte el bien al final. Y no pienses: “Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas”.
Acuérdate del Señor, tu Dios: que es el quien te da la fuerza para adquirir esa riqueza, a fin de mantener la alianza que juró a tus padres, como lo hace hoy».

Salmo de hoy

Salmo 1 Crón 29, 10bc. 11abc. 11d-12a. 12bcd R/. Tú eres Señor del universo.

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos. R/.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad
porque tuyo es cuanto hay en el cielo y tierra. R/.

Tú eres rey y soberano de todo
de ti viene la riqueza y la gloria. R/.

Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargo el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 7, 7-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!».

Reflexión del Evangelio de hoy

No te olvides del Señor

El texto del Deuteronomio nos señala una situación harto frecuente entre los creyentes. La fe implica una confianza absoluta y entrañable en el Dios del amor, que es Padre y, por tanto, nos quiere y acepta como somos y busca nuestro bien y el de todos los hombres… Cuando las cosas nos van bien (o creemos que es así), muchos no reparamos en Dios, nuestra fe se vuelve acomodaticia y meramente teórica. Pero cuando llegan las dificultades, acudimos prontamente a los rezos (normalmente los aprendidos), a las “promesas” que más parecen chantajes… Pero falta la verdadera fe que es confianza en un Padre que siempre está con nosotros. Si supiéramos “ver” con los ojos de Dios, conocer su Palabra, comprometernos con el Reino desde el amor desinteresado y compasivo a los demás… de seguro seríamos realmente conscientes de cómo Dios se revela, aun en las dificultades, durante toda nuestra vida y en todo lo que nos rodea.

El que es de Cristo es una criatura nueva

Precisamente el texto de la carta de San Pablo es como una continuación del anterior del Deuteronomio. En Cristo se hace totalmente visible el plan de Salvación de Dios para con los hombres. Cristo, en quien Dios se hace hombre, nos constituye en criaturas nuevas, plenamente capaces no ya de reconciliarnos con el Dios del Amor, pero no de una manera pasiva. Jesús nos compromete en este plan. El cristiano es “otro” Cristo y somos especialmente enviados a predicarlo, a hacerlo visible, tangible con nuestras palabras y testimonio ante nuestros hermanos los hombres.

Pero todo esto, siendo importante, no basta. La Iglesia, que somos todos, solo tiene sentido si nos implicamos con una Fe viva y comprometida que vaya más allá de los rituales y oraciones aprendidas. El cristiano es un hombre de oración porque pone su vida en manos de Dios y esa oración es capaz de llevarla a la vida, a la suya y a la de los demás, a predicarla como Santo Domingo o el beato Raimundo de Capua, hombres de oración y predicación, grandes reformadores de religiosidades acomodaticias.

Llamad y se os abrirá

El Evangelio de San Mateo nos sitúa en el sermón del Monte, donde el Señor establece con cierto detalle su “programa” del Reino. No se trata de fórmulas acomodaticias, como tantas veces ocurre en nuestra clase política, sino de profundas convicciones nacidas de la experiencia profunda en un Dios que quiere profundamente al hombre y quiere liberarlo de todas sus esclavitudes.

Por esa razón, tras la amonestación severa de no juzgar a los demás y ser consciente de nuestras profundas carencias, nos habla de la oración en el sentido que ya hemos iniciado en el texto anterior. Orar es ponerse en manos de Dios confiando incondicionalmente en Él. Nadie puede considerarse plenamente creyente si no ora, si no es consciente de que Dios está presente en su vida y lo quiere. Toda oración requiere siempre la escucha de su Palabra, hacerle partícipe de mi propio ser y actuar y, sobre todo, ponerse a su disposición. La verdadera oración es “la que me da que hacer”, la que suscita de parte de Dios una Misión… y no solamente alivio terapéutico.

San Agustín, como recordaba recientemente el papa Francisco, decía “Tengo miedo cuando pasa el Señor… que pase y no me dé cuenta” Por eso la oración implica la misión… porque el Señor se hace presente en diversas situaciones, personas… Desde ahí y solo desde ahí, nos dice el Señor que pidamos, que busquemos y que siempre le llamemos… en la seguridad de que no nos va a defraudar.

El beato Raimundo de Capua, cuya memoria celebramos hoy, fue maestro general de la Orden de Predicadores en unas circunstancias muy difíciles para la Iglesia, inmersa en el Cisma de los papas del siglo XIV y para la propia Orden, que corría peligro de “olvidar“ su carisma fundacional. Fue un hombre clarividente que alentó en su misión a Santa Catalina de Siena y consiguió del papa la plena incorporación del laicado en la Orden.

¿Cómo es mi vida de oración? ¿Rezo solamente o lo escucho y procuro ponerme a disposición del Señor?

¿Percibo en mí o en quienes me rodean el olvido de Dios cuando las cosas “nos van bien”?

¿Cómo podemos implicar a quienes solo rezan con frases aprendidas a orar?… ¿o quizás nos limitamos a criticarlos olvidando que somos predicadores?