Sáb
5
Dic
2009

Evangelio del día

Primera semana de Adviento

Id anunciando que está llegando el reino de los cielos.

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 30, 19-21. 23-26

Esto dice el Señor, el Santo de Israel:

«Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá.

Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro.

Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: “Éste es el camino, camina por él”.

Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con pala y con rastrillo.

En toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres.

La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes».

Salmo de hoy

Salmo 146, 1-2. 3-4. 5-6 R/. Dichosos los que esperan en el Señor

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 35 — 10, 1. 5a. 6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Reflexión del Evangelio de hoy

Durante esta semana nos abrimos paso al tiempo de Adviento, tiempo de espera, o más bien, tiempo de esperanza; de sueños, de deseos… y por supuesto de acciones, de trabajo y de entrega.

Nos movemos en un tiempo en el que más que nunca es necesario esperar en Dios. Como cristianos, nos preocupa la falta de trabajo, de recursos y de posibilidades, la pobreza cada vez más instalada en nuestra sociedad, la angustia de todos aquellos seres humanos que ven que su vida se ahoga en un mar de necesidades a las que no pueden dar respuesta. Pero no termina nuestra preocupación en el campo material, como cristianos también nos preocupa la falta de sentido en la vida de las personas, la falta de respuestas satisfactorias a las inquietudes del ser humano; la tristeza, la apatía, la insatisfacción vital, la necesidad de un absoluto, una máxima, un Dios que de verdad construya y que dé vida.

Acercándonos a estas lecturas podemos reflexionar tres ideas: La primera surge del texto del profeta Isaías, es la profunda convicción de que nuestro Dios, padre-madre, cuida de su pueblo, de sus necesidades, que escucha nuestros clamores y sufre por nosotros. La segunda idea se expresa en el Evangelio, si bien es cierto que Dios se apiada y responde a las necesidades de su pueblo, no es menos cierto que nosotros, los que decimos querer vivir el Evangelio, hemos de ser los mediadores entre el sufrimiento de las gentes y la respuesta de Dios, que somos nosotros los responsables de que esa respuesta llegue a aquellas personas que necesitan de Dios, que somos quienes constatamos que Dios sufre con nosotros. La tercera idea, y quizá la más importante, es que no puede haber una respuesta orientada al ser humano y que nazca del Evangelio que no tenga un principio positivo, sanador; un principio de construir, de mejorar, de salvar.

No se trata de condenar, sino de curar, de sanar, de resucitar lo que está muerto. No se trata de juntarnos con los buenos, sino de ir a las ovejas perdidas del pueblo de Israel, ahí es donde encuentra sentido pleno el anuncio del Evangelio, ahí es dónde se vive en plenitud la experiencia de Dios, nuestro ser cristiano; pero no juzgando sino liberando, construyendo humanidad, viendo con los ojos de Dios aquello que a los nuestros es miserable y está muerto.

El tiempo de Adviento no solo es el tiempo de la espera, más bien es el tiempo de la Esperanza. No podemos limitarnos a esperar un mundo mejor, una Iglesia mejor. La esperanza nos conduce a trabajar con la confianza y la seguridad de que otro mundo mejor es posible, que otra iglesia es posible. En el fondo es la esperanza de que el Ser Humano es posible.