Dic
Evangelio del día
“ El Señor venda la herida de su pueblo ”
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 30, 19-21. 23-26
Esto dice el Señor, el Santo de Israel:
«Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén,
no tendrás que llorar,
se apiadará de ti al oír tu gemido:
apenas te oiga, te responderá.
Aunque el Señor te diera
el pan de la angustia y el agua de la opresión
ya no se esconderá tu Maestro,
tus ojos verán a tu Maestro.
Si te desvías a la derecha o a la izquierda,
tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: “Éste es el camino, camina por él”.
Te dará lluvia para la semilla
que siembras en el campo,
y el grano cosechado en el campo
será abundante y suculento;
aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas;
los bueyes y asnos que trabajan en el campo
comerán forraje fermentado,
aventado con pala y con rastrillo.
En toda alta montaña,
en toda colina elevada
habrá canales y cauces de agua
el día de la gran matanza, cuando caigan las torres.
La luz de la luna será como la luz del sol,
y la luz del sol será siete veces mayor,
como la luz de siete días,
cuando el Señor vende la herida de su pueblo
y cure las llagas de sus golpes».
Salmo de hoy
Salmo 146, 1-2. 3-4. 5-6 R/. Dichosos los que esperan en el Señor
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 35 — 10, 1. 5a. 6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
Reflexión del Evangelio de hoy
El Señor venda la herida de su pueblo
El mensaje del profeta dispone de un excelente apoyo pedagógico: al igual que el Señor escucha la súplica de su pueblo, los habitantes de Jerusalén atienden la voz de su Maestro que les indica el camino adecuado. Ocurre que el mismo Señor se ha convertido en maestro de un pueblo que no siempre ha estado presto a escuchar la enseñanza de su valedor; pero eso no obsta a que este mismo Señor haya caminado junto al pueblo y sea el garante de su mejor dirección. Es más, es también el que habilita a una tierra para ser fecunda, para ser patria de promesa y, sobre todo, para ser la mejor imagen de todo lo que la presencia del Señor otorga a su pueblo. No obstante, el pueblo es veleidoso y ni con la amenaza del castigo orienta su vida hacia la esperanza; por eso el Señor no desea comprar la vuelta del pueblo con sus dones, sino que actúa con sus hijos en clave de gracia y misericordia. Parece como que Dios, lejano y silencioso, abandonara en la prueba a sus hijos, pero no es así, sabe hacerse presente entre los suyos al indicarles el camino justo, al rebosarlos de bendiciones y sanarles sus heridas con el bálsamo de su entrañable presencia.
Proclamad que el Reino de los cielos está cerca
Insisten los relatos evangélicos en que la actividad de Jesús se centraba en enseñar, anunciar el evangelio y curar, sobre todo. Suficiente mensaje para poner de manifiesto no solo los signos que acreditan que el Reino de los cielos está ya entre nosotros, sino también manifiestan las evidentes diferencias entre la sinagoga judía y la familia de los hijos de Dios que surge en torno al Maestro. Y ahora se da un paso más: Jesús llama a sus discípulos y les ofrece el vademécum del misionero: que el campo a laborar no es del enviado, sino del Señor, y que nunca tendrán razones suficientes para dispensarse de estar al lado del que sufre en el que el dolor puede hacer labor de zapa deshumanizadora. Dios Padre no sabe, ni quiere, estar lejos de cada uno de sus hijos, por eso nunca se puede silenciar el bello recado de esta página: que Dios está siempre con todos y cada uno de sus hijos. El abatimiento del pueblo, incluso el desconcierto, por no tener buenos guías se contrarresta con la fuerza del poder que Jesús transmite a los suyos: serán de su familia, compartirán su misión, anunciarán el Reino, la misericordia y la generosidad les acompañarán siempre como aval de su vida y entrega. Porque es voluntad de Dios Padre que sus hijos sepan que Él no sabe dejar de su mano a quienes tanto quiere.
¿Cómo dinamizamos la esperanza en nuestras comunidades y en nuestros corazones?
La falta de efectivos –vocaciones- duele en la Iglesia ¿en quién confiamos, en nuestros planes vocacionales o en la voluntad del dueño de la mies?