Feb
Evangelio del día
“ No pudo hacer allí ningún milagro ”
Santa Águeda
Esta joven, de rica e ilustre familia, habiendo decidido desde su adolescencia consagrarse a Cristo, triunfó de todas las tentativas de hacerla contraer matrimonio. A pesar de que fue torturada de múltiples formas se mantuvo firme en su fe y en su virtud. Se la venera desde el siglo V y es la patrona de las mujeres.
Virgen y mártir
Sicilia, siglo III
El culto de esta famosísima mártir se difundió desde Sicilia por todo el Oriente cristiano, por el Norte de África y llegó a Roma, donde se le dedicaron numerosas iglesias, una de ellas por el propio San Gregorio Magno (3 de septiembre), y se la inscribió en la lista de mártires del canon de la misa, volando así su nombre y su fama también a todos los países en donde el Misal Romano ha llegado a estar vigente.
Desgraciadamente sus actas no son anteriores a la segunda mitad del siglo V y han podido por ello ser catalogadas como un romance del gusto medieval más apto para la edificación piadosa que para la noticia histórica.
Los datos seguros, que nadie discute, son muy pocos: que existió históricamente, que fue virgen y mártir, y que fue martirizada por la fe muriendo el 5 de febrero; todas las posibilidades apuntan que fue el año 251 en el imperio de Decio, siendo menos atendibles las indicaciones respecto a su martirio en tiempo de Diocleciano a comienzos del siglo IV. Su nacimiento se lo discuten Catania y Palermo, sin que sobre ello haya datos para concluir, pero su martirio tuvo lugar en Catania, donde su tumba tuvo veneración secular.[...]
Siguiendo la narración de las actas diríamos que esta joven, de rica e ilustre familia, habiendo decidido desde su adolescencia consagrarse a Cristo, triunfó de todas las tentativas de hacerla contraer matrimonio y perder su virginidad. Quintiano, un varón consular, llevado de la lujuria y la avaricia, la deseó y pensó que podría vencer la resistencia de la joven. Al no conseguirlo, aprovechó la persecución desatada contra los cristianos para mandar su arresto y hacerla comparecer ante sí en Catania. Viéndose ella en las manos de los perseguidores, se encomendó a Cristo el Señor, único dueño de su corazón, y le pidió la gracia de poder vencer en la gran batalla que se le avecinaba. Por primera providencia se la envió a una casa de prostitución, llevada por una mujer de duro corazón, que intentó seducir y pervertir a la joven. Como ella se mantuviera firme en su fe y en su virtud, compareció nuevamente ante el juez, y tuvo lugar este diálogo:
Juez: ¿De qué condición eres?
Águeda: Soy de condición libre y de familia noble, como lo prueba la condición de todos mis parientes.
Juez. Si eres libre y noble ¿por qué llevas la baja vida de una esclava?
Águeda: Yo soy esclava de Cristo, y por esto de condición servil.
Juez: Si tú fueses de verdad libre y noble, no te abajarías a tomar el nombre de esclava.
Águeda: La nobleza suprema consiste en ser esclavos de Cristo.
A los pocos días hubo un nuevo interrogatorio, en el que la virgen confesora de la fe volvió a dar un alto testimonio de Cristo y de fe y amor a él. Entonces el juez decidió que fuese atormentada: extendida sobre un caballete fue azotada, y cuando ya los azotes habían desgarrado su frágil cuerpo se aplicó fuego a las heridas. La virgen aguantó con heroica firmeza el tormento, y esta fortaleza no hizo sino irritar aún más al tirano, que mandó entonces le fuesen cortados los pechos, mereciendo que la virgen le increpara por esta afrenta a su dignidad femenina, afrenta que solamente se le podía hacer si el juez olvidaba que de los pechos de su madre se había alimentado de pequeño. Seguidamente, su ensangrentado cuerpo, todo él lleno de heridas y quemaduras y mutilado en su feminidad, fue arrojado a un calabozo, donde la joven entró en oración y puso de nuevo su confianza en el Señor. Tuvo lugar entonces la aparición de San Pedro y la curación de la malherida.
El milagro no impresiona al juez, que la interroga de nuevo, le hace nuevas propuestas de abandonar el cristianismo y recibe nuevas negativas de la santa mártir. Entonces manda que se llene de cascotes de cristal y carbones encendidos el suelo del calabozo y que sobre ellos se tienda a la santa. La desnudan y la tienden, pero entonces un terremoto hace que caiga sobre los verdugos el techo y que la propia ciudad de Catania se conmueva toda por el temblor de tierra. Águeda da gracias a Dios por haberle sido fiel y haberle guardado la castidad de su cuerpo y expira en las manos de Dios.
José Luis Repetto
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.