Mié
6
May
2009

Evangelio del día

Cuarta Semana de Pascua

El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 24-13, 5a

En aquellos días, la palabra de Dios iba creciendo y se multiplicaba. Cuando cumplieron su servicio, Bernabé y Saulo se volvieron de Jerusalén, llevándose con ellos a Juan, por sobrenombre Marcos.

En la Iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, llamado Níger; Lucio, el de Cirene; Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo.

Un día que estaban celebrando el culto al Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo:
«Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado».

Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre.

Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos.

Salmo de hoy

Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 44-50

En aquel tiempo, Jesús gritó diciendo:

«El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.

Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».

Reflexión del Evangelio de hoy

En la comunidad de Antioquia las decisiones se tomaban comunitariamente, incluido el Espíritu Santo, que aparece como protagonista de la vida y misión de la comunidad. Allí se ora, se ayuna y se celebra la liturgia de la Palabra y la Fracción del Pan. Y allí, un día, el Espíritu Santo toma la iniciativa de enviar a Bernabé y a Saulo para una misión, la gran misión de san Pablo, su primer viaje apostólico por toda la cuenca del Mediterráneo.

En el Evangelio, Jesús sigue profundizando en el misterio de su identidad, como enviado de Dios. Reitera su papel de alumbrar caminos, vidas y personas: “Yo he venido al mundo como luz”.

  • Jesús y el Padre

“El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado”.  “El Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna”

¿Qué es lo que manifiesta Jesús al hablar así de su Padre? De entrada, una relación especialísima y única, hecha de pura filiación, familiaridad, proximidad y confianza total. Una relación cariñosa entre Padre e Hijo. Es cierto que nosotros, por puro don, somos también hijos de Dios, pero no de la misma forma. Cuando Jesús dice “nuestro Padre” no se engloba él mismo en esta expresión. En diversas ocasiones habla cuidadosamente Jesús de “mi Padre” y “vuestro Padre”. El Padre es el mismo, pero el misterio de la filiación divina de Jesús y la nuestra no es la misma, es real pero análoga. Jesús y el Padre son una misma cosa.

  • La luz y las tinieblas

Jesús ha usado otras veces las imágenes del pan, del agua o del pastor. Hoy emplea la de la luz, como había hecho otras veces. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

El problema es que Jesús, también en el aspecto de luz, es signo de contradicción. No todo el mundo quiere ver la luz, hay quien prefiere la oscuridad o la simple penumbra (Cfr. Jn 3,19). Todo en dependencia de las obras, La luz nos delata y delata nuestras obras. La luz nos viene por su Palabra. Si la escuchamos y la seguimos, nos convertimos en “hijos de la luz”, o sea, en personas que tratan de caminar abiertamente en la verdad o, lo que es lo mismo, en el amor.

  • Los caminos del Espíritu

“Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo…”. “Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia…”. Hoy es en Antioquia; ayer, en Samaría; mañana, en Éfeso. El Libro de los Hechos de los Apóstoles es una especie de recopilación histórica del Espíritu Santo confortando y animando a la primitiva Iglesia. Esta presencia del Espíritu sostiene a los discípulos, les hace capaces de discernir y, en momentos de duda, les ayuda en la elección de los ministros adecuados.

“Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos… hasta el extremo de la tierra” (Hch 1,8). Un testigo es algo más que una persona piadosa y cumplidora. Testigo es quien ha vivido una experiencia, un acontecimiento, que ha cambiado su vida y su conducta. Esta experiencia normalmente es un encuentro con el Señor, como Pablo. Este encuentro cambió sus sentimientos, su conducta y su persona entera. Movido siempre por el Espíritu, como Jesús en la Encarnación: “El Espíritu santo vendrá sobre ti…”; más tarde, en el Bautismo: “El Espíritu Santo bajó sobre él…”; y finalmente, en la Resurrección: “”El Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos”. Siempre el Espíritu

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)