Jul
Evangelio del día
“ ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado! ”
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22
Esto dice el Señor:
«Yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón.
Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto.
Aquel día - oráculo del Señor -, me llamarás “esposo mío”, y ya no me llamarás “mi amo”.
Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor».
Salmo de hoy
Salmo 144, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R/. El Señor es clemente y misericordioso
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.
Una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas. R/.
Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias. R/.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo:
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y al verla le dijo:
«¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado».
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús Llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
«¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Reflexión del Evangelio de hoy
A mediados del siglo VIII a. C., surgió el profeta Oseas en el reino del Norte, continuando la labor de Amós. Su vida personal fue un drama, pero quizá le dolió más el drama de la infidelidad de su pueblo con respecto a Dios. La historia de Oseas revela la postura de Dios con su pueblo entonces, y con nosotros ahora.
El Evangelio nos muestra a dos personas en busca angustiosa de Jesús, en busca de Dios. ¿Búsqueda teologal o un tanto egoísta? Probablemente ambas cosas, como casi siempre entre nosotros, los humanos. Pero, lo importante y, para nosotros, impactante, es que lo buscaron y lo encontraron, o, si preferís, que se dejaron encontrar por Dios.
Un hombre importante pide un milagro
Se llamaba Jairo. Tenía fe, por eso acudió a Jesús. Jairo era jefe de la sinagoga de Cafarnaún, pero ni el cargo ni el dinero podían solucionarle el problema de su hija. Por eso acudió a Jesús pidiéndole que fuera a su casa y la curara. Mientras iban, sucedió lo inevitable, la niña murió y, creyendo que ya no había nada que hacer, por delicadeza hacia Jesús, quiso “no molestar más al Maestro”. En aquel momento tomó Jesús la iniciativa con aquellas palabras tan consoladoras: “No temas”. E infunde confianza a aquel hombre hundido, pidiéndole “que tenga fe”. Y, ya en casa, con fe y sin plañideras, vuelve a la vida la niña por las palabras y poder de Jesús.
Jairo tenía fe, pero tan incipiente e imperfecta que no veía claro que Jesús fuera un Dios de vivos cuando su hija había muerto. Pero, ante las palabras de Jesús, cree, no hace caso de “delicadezas” de muerte que le aconsejan “no molestar al Maestro”, se acerca con Jesús a su casa, expulsa a las plañideras, símbolo de muerte, y con Jesús, símbolo de vida, consigue el milagro.
Una mujer sin importancia pide, también, un milagro
Se llamaba… ¡perdón!, no lo sabemos y tampoco es importante. Ha pasado a la historia como la Hemorroísa, “la que tenía una hemorragia crónica”, el Evangelio habla de doce años. Su encuentro con Jesús tuvo lugar mientras éste iba hacia la casa de Jairo. Junto y en medio de la multitud que se agolpaba alrededor de Jesús, se acercó tímidamente a él para, sin que se diera cuenta, como una más entre los que lo apretujaban, rozar sencillamente su manto; sabedora de que, sólo con ese gesto, el milagro podía producirse. Ella no podía pedir, como Jairo, que fuera a su casa, no estaba al frente de sinagoga alguna, no era importante, era mujer, una mujer enferma y con una enfermedad que la convertía en impura. Pero, se conforma con un milagro pequeño, sin que ni siquiera se dé cuenta el interesado. ¡Quién es ella para abusar de su precioso tiempo! Le basta tocarle el manto. Y, como buena mujer, lo logra. Y se cura. Y los detalles que, luego, tiene Jesús con ella, hasta oír lo más consolador: “Vete en paz y con salud”.
Un hombre y una mujer creyentes
Prototipos de hombres y mujeres de todos los tiempos, con convicciones y alguna que otra seguridad. Y, muy humanos, con problemas y dificultades a las que han hecho frente decididamente, hasta que se impuso la evidencia y comprobaron que, humanamente hablando, ya no podían más. Por eso acudieron a Jesús, Jairo abiertamente, ella a escondidas, con la timidez propia de una mujer enferma, un tanto desesperada y legalmente impura. Pero, acudieron y oyeron a Jesús lo inimaginable. “No temas, basta que tengas fe”, le dijo a Jairo. “Tu fe te ha curado”, dijo a la mujer. Siempre la fe. La fe que les llevó a acercarse a Jesús pidiendo su intervención. Intervención, que, aunque no lo diga el Evangelio, marcó un antes y un después en su vida entera.