Nov
Homilía Todos los Santos
Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)
“ Bienaventurados ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
La santidad no es de unos pocos
Se cuenta la ansiedad con que la priora del monasterio de las carmelitas descalzas de Lisieux vivió la muerte de la joven hermana Teresa Martin Guérin, Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux, por no poder consignar en su necrología ningún elemento extraordinario y llamativo de su vida. Y es que la santidad de Teresita se había mostrado en la grandeza de un alma atenta a lo más pequeño de la vida cotidiana. La suya, se ha dicho, es una santidad “pequeña, doméstica, asequible”.
El Papa Francisco ha indicado (Exhortación Apostólica C´est la confiance de 15 de octubre de 2023) cómo “frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subrayó siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia”.
Teresita es una muestra notable de la santidad contemporánea. No se trata de algo reservado a unos pocos héroes y nobles, a una especie de selecta aristocracia de la virtud. Se trata más bien de la respuesta generosa a la llamada a la santidad que Dios, en su amor, nos hace a todos para que vivamos compartiéndolo.
Desde ahí se puede comprender mejor la visión de Juan recogida en el Apocalipsis: “vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas (que) exclamaban: ¡La salvación viene de Dios!”.
La santidad, por tanto, no es algo reservado para unos pocos, es un modo de vivir al que todos somos convocados por el Padre. La iniciativa es suya, la respuesta, siempre deficiente pero confiada, es nuestra.
La santidad es una vida con amor
¿Cuál es ese modo de vivir? Sin duda, un modo basado en el Evangelio: la felicidad, a la que todos aspiramos, sólo es posible en el amor.
Todos los santos conocidos son diferentes entre sí. Cada uno hay recibido una gracia. Cada uno la ha respondido a su manera. Pero tienen un rasgo en común: se han sentido radicalmente amados por Dios y se han entregado con amor a los hermanos más débiles y necesitados.
Conforta oír al Papa Francisco: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Gaudete et exultate. Alegraos y regocijaos. Sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, 7).
Esta llamada del Padre a ser perfectos como Él lo es no es sólo una invitación a la virtud individual e intimista. Es una convocatoria a vivir el amor en las familias, en las amistades y en las sociedades, superando las tentaciones individualistas e indiferentes de la cultura actual. Superando también una actitud racionalista y positivista que sólo da valor a lo que podemos pensar, a lo sensible y a lo inmediato. Quienes hemos sido educados en la convicción de que “pienso luego existo”, debemos pasar a esta otra: “amo luego existo”.
La vida de los santos es una vida en el amor que es paciente, benigno, no envidioso, no presumido ni engreído, no indecoroso ni egoísta, no irritado, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, como nos ha enseñado Pablo en la carta a los corintios.
Ser llamados a la santidad no es ser llamados a lo extraordinario y llamativo, sino a vivir lo ordinario con nobleza de espíritu y buena voluntad. Con amor.
Esto no excluye los fracasos. Algunos de los grandes santos conocidos fueron también, antes de su conversión, notables pecadores. Pero en su fragilidad no dejaron de creer y de esperar en la misericordiosa comprensión de quien nos amó primero. Al decir de San Juan, “quien tiene esperanza en Él, se purifica, así como Él es puro”.
Santidad es vivir con el espíritu de las Bienaventuranzas
Si algo identifica a los santos es que han vivido en el espíritu de las bienaventuranzas. El Sermón de la Montaña no es el sueño de un visionario ni la exaltación de un poeta. Es la confidencia de quien ha visto en profundidad el corazón humano y ha sabido leer los surcos de felicidad que dan belleza y hacen amable nuestra historia.
Culminado su destino, los santos son intercesores ante Dios por nosotros, los que aún seguimos en el mundo, y con su ejemplo nos estimulan para nuestra propia aventura.
Para la reflexión
Dice el Papa Francisco que: “la santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Pero aún fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita “signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo” (Gaudete et exsultate, 9).
¿Cuáles de esos signos actuales de santidad te confortan y estimulan? ¿Los contemplas sólo con admiración o también con agradecimiento y esperanza?