Dom
1
Dic
2024

Homilía I Domingo de Adviento

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Estad despiertos en todo tiempo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá

Con la Fe y el cumplimiento de las Promesas de Dios a su pueblo, como la Primera Lectura del Profeta Jeremías nos trae, tiene que ver la Primera Venida de Dios, la de la Encarnación del Hijo, la que sucedió en la historia hace dos milenios. Es esta espera la del cuidado de la memoria de lo acontecido. La Navidad como memoria de la venida en la historia del Hijo de Dios, Jesús, el Cristo, encarnado de María la Virgen, para traer la salvación y la plenitud a los hombres. La memoria de su nacimiento y de su vida en su enseñanza y su camino hasta la muerte en Cruz y la Resurrección. La fe necesita de la memoria porque recordar, pasar por el corazón, es lo que la enciende y la mantiene viva y fresca.  El mayor enemigo de la fe no es la increencia, sino la distracción, la superficialidad, el despiste y el descuido. Estar a todo y a nada. El olvido. Por eso la atención y la memoria son imprescindibles para la fe. Prepararse es así ejercitar la memoria con la vuelta constante a la Escritura que la alimenta. Recordar, regresar, releer la Palabra, como camino de preparación, de creencia, de volver a encender nuestra fe.

El Señor les da a conocer su Alianza

La otra venida que esperamos tiene que ver con el Amor, pues esperamos la venida diaria y cotidiana del Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de su amor, a nuestra vida. Acogerle con el amor, el cuidado, el afecto, de saber que viene para cada uno de nosotros a traernos vida y vida en plenitud. El Salmo que proclamamos nos recuerda que el Seños nos ha enseñado cómo vivir y vivir en plenitud. La venida diaria a nuestra vida del mensaje del Evangelio nos llama a cambiar nuestro corazón, nuestra mente, nuestra vida, para que el mensaje de Cristo, el mensaje del Amor, se haga realidad con su poder salvador en nuestro día a día. Con su Resurrección, nos dejó el Espíritu como presencia viva, actuante, santificadora en nuestra vida, en la Iglesia, en los sacramentos. Pero que comenzó en esa Navidad de la Encarnación con la que comenzó nuestra historia de salvación. Para acoger esta venida del Amor de Dios en nuestra vida, de su Espíritu, para la espera de la venida y Navidad en esta dimensión de amor y Espíritu, se hace necesario volver al silencio. Vaciar la mente y la vida de todo ruido que estorba y oculta el susurro del Espíritu, limpiar y purificar corazón y espíritu de todo lo que no deja que el amor sea el que mueva nuestra vida. Aquí cobra sentido también ese cierto espíritu penitencial y austero que tiene también el Adviento como tiempo de conversión, de purificación interior para acoger al que vino, y al que viene. Limpiar y silenciar todo lo que no deja que nazca cada día, cada año, cada tiempo, a Dios en nosotros.

…de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos

Y para acoger también al que vendrá. Pablo a los Tesalonicenses nos recuerda también que esperamos una venida más de Cristo. La tercera de las claves de la espera y la venida del Adviento tiene que ver con la Esperanza, porque como dice San Cirilo de Jerusalén (315-386) en una preciosa catequesis que se lee en el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas del Primer Domingo de Adviento, esperamos también la segunda venida de Dios, la venida definitiva que traerá el Reino Divino definitivo a la creación. Esperamos la plenitud del tiempo, la llegada manifiesta y en gloria de Dios Padre para juzgar la creación y consumarla en sí. La Parusía, la venida futura de Dios, la aparición completa de la gracia de la salvación que abrirá a todo lo creado al Reino y Reinado del buen Padre Dios. Esperamos la llegada que completará lo que existe con su venida en Gloria, renovando, completando, perfeccionando lo que ha sido en el tiempo para sacarlo del tiempo. Esperamos el amanecer sin ocaso donde todo anhelo, todo sueño, todo limpio deseo profundo del hombre se completará en Dios. Esperamos el banquete eterno de la creación donde no habrá dolor, sufrimiento ni enfermedad alguna, donde toda injusticia y sufrimiento serán sanados y limpiados, donde se enjugará toda lágrima. Esperamos esa eternidad de plenitud donde se dará todo, siempre, completamente, a la vez, y sin cansancio, donde resucitarán todos los muertos que en la historia han vivido, y donde la creación entera se culminará. ¿Cómo nos preparamos para eso? La oración es la herramienta. La petición, la adoración, la vigilia consciente de la búsqueda de Dios. Nos preparamos pidiéndole al señor y orándole para que venga, y que venga ya, Ven Señor Jesús, Ven, Maranata. Orar sin desfallecer.

…levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación

Desde esas claves, el Adviento no es un mero tiempo bisagra hasta la Navidad, es una inmensa posibilidad que se nos ofrece el prepararnos para renovar nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Para regresar y reconectar y convertir nuestra mente y nuestro corazón al Dios Trino de la vida. Para preparar nuestro tiempo y todo lo que somos, para el Dios que vino, que viene y que vendrá. Para esperar con auténtica Fe, Amor y Esperanza la liberación que nos llega.

¿Cómo cuido mi memoria de la fe? ¿Acudo a la Palabra con frecuencia? ¿Recuerdo las maravillas que ha hecho Dios en mi vida?

¿Logro identificar lo que en mi vida no deja que venga el amor y el Espíritu de Dios a mi vida? ¿Busco el silencio y vaciarme de mí para dejar que Él guíe mis días? ¿Qué he de cambiar, dejar, apartar de mi vida para ir convirtiéndome?

¿Dónde están mis esperanzas puestas? ¿Cuál es el horizonte último al que guío mi oración? ¿Qué espero de Dios?