Feb
Homilía Domingo cuarto del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Les enseñaba con la autoridad del amor ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? Ésta es la eterna pregunta que nos seguimos haciendo sus seguidores continuamente. ¿Qué quieres de nosotros? Porque también nosotros sabemos que es “el Santo de Dios”, que predica, explica las Escrituras, y, luego, vive, obra y actúa en consonancia con lo que enseña.
Jesús habla con la gente en todas partes, allí donde se encuentren. Pero, su lugar preferido es la sinagoga, donde se reunían los vecinos piadosos, sobre todo los sábados, para rezar, recitar o cantar salmos, interpretar la Palabra de Dios y dialogar sobre los problemas comunes y puntuales. En su oración, pedían la llegada del Libertador y Mesías prometido.
La sinagoga de Cafarnaúm es hoy el marco de referencia de una de las primeras jornadas de trabajo de Jesús narrada por san Marcos. Allí resultó que se encontraba un hombre que tenía un espíritu inmundo, y Jesús, que ha venido a sanar, liberar y salvar, comienza a ejercer.
Nosotros esperaríamos el asombro de aquellas gentes ante el gesto y milagro de Jesús. Con seguridad que existió, pero el Evangelio recalca su asombro en otra dirección. “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”.
“Este enseñar con autoridad es nuevo”
Con Jesús, todo va cambiando en relación a los enfermos o excluidos por cualquier causa. Cuando estos cambios se van consolidando, la gente ve que todo va siendo nuevo.
El primer cambio fue con relación a Juan el Bautista. Con un prestigio enorme, Juan predicaba la conversión de los pecados, y, a los que se convertían, los bautizaba en el Jordán. A Jesús le preocupaba también el pecado, todo lo que se pudiera interponer entre el hombre y Dios. Y, entre todos los pecados, a Jesús le preocupaba la injusticia, la pobreza provocada e injusta, la enfermedad injustamente tratada. Por eso, para Jesús, los más indefensos por su sufrimiento, los enfermos, los excluidos, los que no contaban, fueron siempre sus predilectos. Y en una sociedad donde la pobreza y la enfermedad se veían más como castigo de Dios que como condición humana o injusticia de los hombres, aquella actitud de Jesús era nueva y provocativa. La gente sencilla estaba encantada, los jefes y autoridades preocupados. Algo se les estaba yendo de las manos.
El segundo cambio, más radical si cabe, fue el Reino de Dios. Jesús no hace otra cosa que predicar y curar. Predica el Reino y cura cualquier clase de mal con el que se encuentra. Mediante ambas acciones, Jesús está cambiándolo todo en Israel. Y, porque no podía ni pretendía sanar a todos los afectados por algún mal, encargó a sus discípulos que continuaran esta misma misión: “Habiendo convocado a los doce, les dio poder sobre todos los demonios y de curar enfermedades, y les envió a predicar el reino de Dios y a hacer curaciones” (Lc 9,1-2).
“Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”
El evangelista Marcos nos presenta en esta página, como en síntesis, el doble papel de Jesús desglosado a lo largo de todo su evangelio: predicar y curar. Predicar el Reino y ofrecer gestos y signos del mismo Reino.
Entre lo que más deshumanizaba entonces y siempre a las personas, estaba el mal en sus múltiples variantes, y la enfermedad física, sicológica y moral, entre las más denigrantes.
En las sociedades y pueblos primitivos se pensaba que el mal y el pecado provenían de dioses malos, contrarios al Dios bueno, origen del bien y de la salud. Más en concreto, en Palestina, en tiempos de Jesús, estaba bastante extendida la creencia de que el demonio o los demonios se encontraban en el origen de las enfermedades, sobre todo de las sicológicas y mentales. Jesús, de entrada, se acomoda a la mentalidad de sus oyentes, para llevarlos, luego, a lo fundamental, al reino de Dios donde cabe la enfermedad, pero donde no puede tener lugar el mal, y donde nunca puede prevalecer ningún poder extraño o superior a Dios y su reino.
En el origen de todo está la persona y personalidad de Jesús, su amor apasionado a la vida que contagia salud y bienestar. Todo lo que dice y todo lo que hace está orientado a que las personas sean más humanas, a que su vida sea más digna, más justa, más fraterna. Dios, su Padre –les dice- sólo busca su bienestar. Y por eso, cura, libera, exorciza, buscando únicamente que, al ser todos más humanos, puedan más fácilmente tener acceso al nuevo reino de Dios. Y eso lo hace por su propia autoridad y poder: “cállate y sal de él”, sin conjuros ni amuletos donde apoyarse.
El gran secreto de Jesús, su Buena Noticia, estuvo en la manifestación del rostro y de la persona entera de su abbá, su Padre. Jesús destacó entre sus rasgos identificativos, su bondad. Dios es bueno, más y por encima de todo lo que nosotros podamos entender por esta palabra. Dios es bueno con Él y con todos sus hijos e hijas. Este debería ser el marco de referencia donde encuadrar las palabras y gestos de Jesús hoy en el evangelio y todo lo que vamos a seguir proclamando a lo largo de todo el año litúrgico.