Jue
1
Abr
2021

Homilía Jueves Santo

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

Los amó hasta el extremo

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Son muy importantes y clarificadores los adjetivos con los que calificamos a una persona ante una situación. Más aún, si esa situación es crítica y mortal.

En este tiempo de pandemia, de crisis económica, de incertidumbre sobre el futuro, en el que nos hemos hecho más conscientes y sensibles ante nuestra vulnerabilidad, los adjetivos que más nos califican son los de “oprimidos”, “reprimidos” y “deprimidos”. Oprimidos por esas circunstancias  negativas que nos han sobrevenido; reprimidos en tantas cosas: libertad de movimiento, ausencia de contactos interpersonales, proyectos para el porvenir… Deprimidos, porque el ánimo se nos viene al suelo; la esperanza parece una ilusión inútil y por mucho que hablemos de la “nueva normalidad”, nada será como antes. Los psicólogos nos advierten que se ha hecho frecuente la depresión, con consecuencias médicas tan importantes como el mismo coronavirus.

Quizás por ello, hoy resulta más necesario e iluminador volverse a Cristo y aprender de Él cómo vivió sus momentos más duros y difíciles, que hoy celebramos. A la hora de la Última Cena se juntaron todas las causas de dolor que puede sufrir una persona: el peligro inminente y cierto del prendimiento, la tortura, la degradación por la burla, la muerte cruel y vergonzosa. Junto a ello, la incomprensión y traición de los suyos, “sus amigos” (Jn 15, 13-14); el rechazo de su pueblo, al que había querido reunir y guardar de los peligros “como una gallina cobija bajo sus alas sus polluelos” (Mt 23, 37). Y más profundamente aún, como explicitará en la súplica de Getsemaní y el grito de la cruz, el escalofrío y el terror ante “el cáliz” del Padre (Lc 22, 39-46) y su silencio que tiene sabor y resquemor de sentirse abandonado por Él (Mt 27, 46).

Y sin embargo, en estos momentos, Jesús no se manifiesta ni como oprimido, ni reprimido, ni deprimido. Todo lo contrario. Los adjetivos que califican a Cristo y a su actitud son  los de “expandido”, “desprendido” y “compartido”.

“Expandido”: es ahora cuando los ama hasta el extremo, los sirve más desde abajo, lavándoles los pies, les anuncia que participarán en su alegría y en su paz, e incluso, llama a este momento, a esta “hora”, “su “glorificación”, cuando deja más claro quién es, a qué viene y cómo da a conocer al Padre (Cf. Jn 13-17). Ahora, precisamente, es un libro abierto, se le conoce en su verdad, como indicará a Felipe (Jn 14, 8-11).

“Desprendido”: toda esa gloria, esa riqueza de ser, de sentir y de actuar, no es para Él solo. Jesús es lo contrario a un narcisista. Todo Él y todo lo suyo es para darlo, comunicarlo. Él es verdaderamente el “hombre para los demás”, que muestra con ello, ser Hijo de ese Dios que es “todo en todo” y para todos.

“Compartido”: Cristo nos señala con su actitud que ser persona, hijo e imagen de Dios, significa que nuestra identidad, nuestra fecundidad, nuestra felicidad consiste en aprender a ser como El, apoyados en su presencia constante e impulsados por su Espíritu.

En consecuencia, los sacramentos de los que hoy celebramos la institución: la Eucaristía y el Ministerio ordenado, no son simplemente milagros a admirar. La Eucaristía tiene como fin convertirnos en Eucaristía personal y comunitariamente para la vida del mundo. El Ministerio es “hacer lo de Jesús como Jesús”: cuidar a los hermanos hasta dar la vida –dedicar toda la vida- para que tengan Vida. Por eso la caridad, es decir aquel amor que tiene las características del amor de Dios, es la explicación, el sentido, el dinamizador y la meta de todo.

Nuestro examen de conciencia –y de consciencia- a partir de hoy ha de tomar más en serio –en profundo- la indicación de San Pablo: “tened los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5). ¿Revelan nuestros modos de reaccionar ante las circunstancias que sufrimos, que gracias a Él y como Él vivimos “expandidos”, “desprendidos” y “compartidos”?