May
Homilía II Domingo de Pascua
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hc 2, 42-47)
La comunidad es fruto del Cristo Resucitado; va construyéndose por el esfuerzo de la persona y el grupo de los creyentes para rastrear los signos que evidencian la presencia del Señor, pero sobretodo por la acción del Espíritu que lo hace posible. Creer sin haber visto es la exigencia, la fidelidad a la Palabra el camino, el compartir con la comunidad es la meta y la esperanza abierta.
Llama la atención la actitud de los “hermanos” por su “constancia en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”.
Por medio de los apóstoles hablará el Señor; ellos son los enviados para cumplir con la misión de enseñar. A ellos les toca proponer los contenidos de la fe porque fueron testigos de todo lo sucedido en torno al Señor. Predicaban con tanta autenticidad que “todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que hacían”. A la vez conviene juntar la consecuencia de vivir la Palabra: vivir en intensa comunión y perseverar en ella; ponían todo lo que poseían a disposición de la comunidad y repartiendo a cada uno según sus necesidades. Hay dos cosas más que definen a la comunidad como cristiana: la oración y la eucaristía; es la fuente de gracia y presencia del Señor Resucitado. La vida de la comunidad de por sí se antoja como ideal:”comían juntos alababan a Dios con alegría y de todo corazón, eran bien vistos por el pueblo, y el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”.
“Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia” (Sal 117, 4)
Invitación a la comunidad para dar gracias a Dios porque su misericordia eterna llega hasta nosotros HOY. Y a la vez reconocer el poder de Dios para reducir nuestros problemas e implantar una fuerza superior hasta la victoria. Sólo Dios puede hacer maravillas como las que contemplamos hoy en la Resurrección de su Hijo.
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (1ª de Pe 1, 3-9)
Lo primero que se ocurre a Pedro es dar gracias a Dios y bendecir su nombre por el gran acontecimiento. Después reconocer que es obra de su misericordia y que por la Resurrección del Señor “nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura e imperecedera”. Importante animación el saber que la fuerza de Dios custodia nuestra fe. Por todo ello invitación a la alegría aún en medio de pruebas y sufrimientos. Termina el texto que leemos hoy: “no habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis” porque habéis alcanzado la meta de vuestra salvación.
Meditemos esta bella confesión de Pedro pensando en toda su biografía: desde el pescador de Galilea hasta ahora edificando a sus hermanos con toda su experiencia ante el Señor Resucitado.
“¡Señor mío y Dios mío!”… (Jn 20, 19-31)
La aparición tiene lugar en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Ahí y en ese estado espiritual va a llegar el Cristo Resucitado. Es consolador que el Señor llegue incluso en esos estados. Pienso que sería conveniente pensar en todo lo que se dice en el evangelio a propósito de la vida del Señor con los discípulos antes de la Resurrección: su paciente enseñanza, lo que vieron y oyeron de él, los milagros, su comportamiento en la Crucifixión… Y ahí, tal vez, vernos nosotros.
El saludo es el propio del Señor y en este caso repetido, lleno de énfasis, les mostró las manos y el costado (aquel cuerpo glorificado lleva las señales de la Pasión) y directamente pasa a manifestar lo que ya antes les había manifestado: “Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo”. Y acto seguido: exhaló el aliento sobre ellos, les dio el Espíritu Santo y los envió para ejercer el ministerio de la reconciliación.
Después viene el encuentro con Tomás que no había estado cuando vino el Señor. Sus compañeros se lo comunican y él manifiesta su incredulidad de una manera un poco sádica: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en costado, no lo creo”. Nuevamente el Señor manifiesta su paciencia misericordiosa y a los ocho días que estaban otra vez los discípulos reunidos y esta vez con Tomás también, se dirige a él y le dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás cayó rendido y dijo: “¡Señor mío y Dios mío!”. Esta es la confesión perenne de todos los creyentes. El Señor sentenció: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”; aquí el Señor se dirige a toda la Iglesia y llega hasta nosotros. La enseñanza es patente: creer no es asimilar una doctrina, sino creer en una persona, Jesús, muerto y resucitado, que vivió una experiencia con los apóstoles y que ellos nos han trasmitido en un ministerio que ellos inauguran y que llega hasta nosotros por la Iglesia. Toda la vida de la Iglesia está plagada de signos: unos escritos en el libro y otros escritos por la vida de Jesús y sus creyentes; “El que crea en mí hará las obras que yo hago y aún mayores”.
Celebremos todos estos acontecimientos actualizándolos en nuestras personas y en nuestras comunidades.
Ahora algunas conclusiones
Vamos ahora a tratar de insistir en algunos aspectos de los textos comentados que nos sirvan para actualizar la Eucaristía de este domingo.
En primer lugar nos fijamos en cómo las celebraciones comenzaron a hacerse periódicas: los apóstoles y los que se iban sumando a los grupos se reunían en domingo porque era el día del Señor. Era la vida de la comunidad. La aparición de Cristo es en su Cuerpo, pero trasformado; se aparece “estando cerradas las puertas”. No obstante aquel Cuerpo lleva las llagas de la Pasión. El Señor con su presencia y su Palabra crea un ambiente que provoca la fe y la alegría de los discípulos; se está operando en ellos una sorprendente trasformación. El evangelista San Juan en todo su evangelio va detrás de las acciones y palabras de Jesucristo mediante las cuales despierta e inculca la fe. Juan en el caso que nos ocupa lleva esta dinámica hasta un cenit insuperable y queda como la clave de su evangelio y deja para los creyentes el reto que enfrenta la fe en el Resucitado con las dudas, objeciones, excusas… que nos angustian. Tomás, rendido, exclama “¡Señor mío y Dios mío!” El Señor aprovecha para clarificarnos el camino: “Porque has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.
Esta confrontación es básica para plantearnos con rectitud de conciencia el ingreso en la celebración.
Y el Señor continúa con la Paz. Una Paz que para los apóstoles ya fue distinta del “salón” de los judíos; sería una Paz como primer don del Espíritu, y una alegría motivadora para todo lo que habría que emprender. El Señor deja caer su propósito como una cascada de compromisos que, aunque estaban felices por ver al Señor Resucitado, por otra parte no salían de su asombro. Creo que en toda celebración es necesario ponerse “en lugar de”, con todo detalle de que seamos capaces; en este domingo junto con las emociones de los apóstoles pongamos las nuestras, renovemos junto con ellos nuestra fe en el Resucitado, sintiendo codo con codo a nuestro hermanos, escuchando con el corazón la Palabra y hasta donde nos sea posible poder decir con Tomás ¡Señor mío y Dios mío!... Que al final de la Eucaristía sintamos el envío, la misión, que el Señor nos confía.
La carta de Pedro nos sugiere el estar atento a la vez del Papa y de nuestros Prelados que nos guían desde una visión más amplia.
En esta época florecen en nuestras comunidades los dones del Señor a través de los Bautizos y Confirmaciones, las Primeras Comuniones, las Bodas… A veces se nos critica de demasiado ritualistas o de caer en modos de celebración con un mucho de social y poco de espíritu cristiano…; todo puede ser cierto, pero en cada uno está el darle un giro a nuestra vida cristiana y su celebración y no quedarnos en excusas.
Sería conveniente resaltar siempre y en este tiempo más todas aquellas cosas que la iglesia hace bien como Cáritas, Manos Unidas, las Misiones, los Centro de Reeducación, Orfanatos, Voluntariado… y colaboración con instituciones que sirven y ayudan. Y por supuesto aquellas que desde la profesión, la familia y en la sociedad van dando testimonio de haber celebrado al Resucitado.