Jul
Homilía XIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)
“ Ven, pon las manos sobre ella para que se cure y vivirá. ”
Introducción
La primera lectura nos dice que el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Precisamente por eso ha sido creado para la inmortalidad. Pero el hombre cuenta con un enemigo desde el principio: el demonio. El demonio indujo a la primera pareja humana al pecado para privarle de esta inmortalidad dichosa. Pero también en el principio de la humanidad aparece la promesa divina del rescate y de la rehabilitación del hombre. Del seno de la humanidad saldrá un vencedor que aplastará la cabeza del enemigo del hombre.
Pablo ha recibido de los apóstoles el encargo de recoger limosnas de los gentiles para aliviar la pobreza de los cristianos de Jerusalén. Esta campaña ya la ha llevado a cabo en Macedonia. Y los macedonios respondieron con mucha generosidad. Ahora les propone a los corintios participar en esta colecta en favor de los pobres de Jerusalén. A Pablo esto le parece justo, pues “si los gentiles han participado en sus bienes espirituales, ellos a su vez deben servirles con sus bienes temporales” (Ro. 15,27). De hecho, los corintios abundan en los bienes espirituales de la fe, la palabra y el conocimiento, que antes no tenían. Así, con esta colecta, las cosas quedarán compensadas. Los corintios deben fijarse también en el ejemplo de “Cristo, que siendo rico, por vosotros se hizo pobre” para enriquecerlos con tantos bienes espirituales.
En el Evangelio Jesús se nos muestra como vencedor de la enfermedad y de la muerte curando a la hemorroisa y resucitando a la hija de Jairo. En ambos casos ha precedido la fe de la mujer y la fe del padre de la niña. Jesús ha escogido como testigos presenciales de la resurrección de la niña, a Pedro, Juan y Santiago. Los mismos que estuvieron presentes en la Transfiguración y en la agonía de Getsemaní. Son los tres testigos que se necesitan para contar con un testimonio de autenticidad. En la resurrección de la hija de Jairo Jesús impone, como en otros casos, la ley del silencio. No quiere ser reconocido como el milagrero de la comarca y le pidan milagros sin fe. Prefiere que le escuchen, que se llenen de fe y, después, le pidan un milagro.