Dom
10
Nov
2024

Homilía XXXII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

Ha echado todo lo que tenía para vivir

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La seducción de las apariencias

El evangelio es de una actualidad sorprendente. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo eclesiástico y en el civil, ¡cuántos hay que sólo sirven para figurar, o sea, que no sirven para nada! ¡Cuántos hay que lo único que pueden lucir es la apariencia, la ropa que llevan o el asiento que ocupan! Y, a veces, quienes les vemos, envidiamos este puesto, este ropaje, esta apariencia. ¡Cuanta vaciedad, cuanta inconsistencia!

Sí, el Evangelio de Jesús es siempre actual. El de hoy es una advertencia a todos los que nos dejamos seducir por lo superficial. Y es también una invitación a saber descubrir, detrás de otras apariencias que mundanamente no valoramos, los auténticos valores del Reino de Dios. Una advertencia a todos aquellos que como los letrados están encantados de “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas o buscan los asientos de honor en las Iglesias y los primeros puestos en los banquetes”. Advertencia, porque todo esto a los ojos de Dios no vale nada. Y una invitación a mirar con otros ojos lo que el mundo no valora, para descubrir en la pobre limosna de la pobre viuda, la abundante riqueza de un corazón amante. Invitación a descubrir dónde están los verdaderos valores, lo fundamental, dónde la auténtica humanidad.

Las cosas que valen no suelen ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el amor, a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar como débil lo que tiene apariencia de debilidad.

Uno de los grandes pecados del ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira.

Sin olvidar las dimensiones sociales y políticas de la apariencia, conviene quizás que empecemos por detectar y corregir las dimensiones personales de la misma; nuestras propias caretas, nuestras ganas de aparentar, de parecer lo que no somos. Nuestra envidia, adulación y falta de crítica hacia aquellos que ocupan puestos importantes. Nuestra inatención e incluso nuestro desprecio hacia los pobres, los marginados, lo que no tienen puesto.

¡Atención!, nos dice hoy el Evangelio. Atención a mí, a ti, a todos los que sólo sirven o servimos para figurar, para presidir. A todos estos que, cuando no presiden, no tienen nada que hacer, porque en el fondo lo suyo es pura vaciedad. Y así va todo lo que tocan y así van los que les siguen o se dejan engañar por ellos.

¡Atención!, nos dice el Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso. ¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama.

¿Tras de qué se nos van los ojos? ¿Qué tipo de vida tenemos que llevar para ver lo valioso, lo de dentro de las personas? ¿Por qué nos gustan tanto las apariencias si… las apariencias engañan? ¿Por qué será que Dios resulta tan inaparente, que no se impone, que no nos fuerza, que siempre nos deja libres? ¿Por qué razón canta María que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes? Es que el Señor, leemos en el libro primero de Samuel (16,7) “no se fija en las apariencias ni en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón”.