Dom
10
Abr
2016

Homilía III Domingo de Pascua

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Apacienta mis ovejas

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Reconocimiento

Quedaba atrás aquel día en el que unos pescadores, dejando las redes a orillas del lago de Genesaret, habían decidido seguir tras la llamada de Jesús atraídos por su reclamo. Ahora, aunque en el mismo escenario del lago, sus sensaciones eran muy diferentes. Recordaban sin duda su desbandada y dispersión tras el prendimiento del Maestro. Habían mascado el fracaso de la Cruz. Estaban de vuelta. Eso sí, al menos se habían reagrupado, volvían a reencontrarse en su trabajo de siempre. Eran momentos de reconsiderar, de reorientar y de recomenzar sus vidas. ¡Qué difícil resultaba todo ahora, sin la presencia de aquel en quien habían puesto toda su confianza! La dura brega de una noche sin pescar nada, la red vacía…, lo decía todo.

Ahora bien, Dios aprieta pero no ahoga. El mismo Jesús que había degustado en su pasión el sabor amargo del abandono y de la soledad infinita y que había sido resucitado y revalidado en su misión por su Padre Dios, salía de nuevo al encuentro de los suyos para curar sus heridas recordándoles aquella su primera llamada en este mismo lugar: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Ante la asombrosa redada de peces, fue el discípulo amado -el mismo que a instancias de Pedro había mediado ante Jesús en la última Cena para reconocer al traidor (Jn 13, 25)- el que desvelaba ahora a Pedro el misterio de cuanto estaba aconteciendo: Es el Señor. La pincelada teológica del evangelista lo dice todo: era al amanecer, renacía de nuevo la esperanza perdida.

  • Reencuentro y misión

La reacción de Pedro no se dejó esperar. No dudó un instante en lanzarse al agua buscando la orilla para reencontrarse con Jesús. Allí les esperaba una vez más su confidente con la mesa preparada al calor de las brasas. ¿Nuevos recuerdos para Pedro? En Jn 18, 18 leemos: “cuando Jesús entró en el atrio del sumo sacerdote para ser interrogado, los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y, junto con ellos, estaba también Pedro calentándose”. Era el frío gélido de quien había renegando de su Maestro.

La Cena de la traición recuperaba en esta nueva escena el calor del amor incondicional, de la fiel amistad, de la acogida fraterna. Era el mismo Jesus quien les invitaba a degustar de la copiosa redada: Venid y comed… Y tomando el pan, se lo da; y de igual modo el pez. Nadie se atrevió a decir nada, pues todos le habían reconocido en la pesca milagrosa. Era la señal del reencuentro. Había que celebrarlo en silencio, con la emoción entrecortada de quien es incapaz de articular palabra alguna. Desde entonces y para siempre, el pan y el pez serán para los creyentes el signo eucarístico de la presencia sacramental del Resucitado.

Escarbando en el rescoldo de las cenizas, Jesús volvía a encender en sus discípulos la llama de una fe acrisolada por la prueba. Una fe llamada a crecer y fortalecerse en el testimonio generoso de la misión tal como el mismo Jesús les había enseñado: Yo soy el Buen Pastor y he venido para que las ovejas tengan vida en abundancia (Jn 10,10).

  • Apacienta mis ovejas

El evangelio de hoy evoca aquella otra escena de la vocación de los cuatro primeros discípulos, en la que, también después de una copiosa pesca, Pedro, asombrado y anonado, exclama: Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. A pesar de todo, y aún a sabiendas de que un día le negaría, Jesús confía en él: No temas. Desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5,1-11).

Por eso, en estos momentos, después de haberle negado tres veces, serán otras tantas las que habrá que responder a la pregunta del Señor: Pedro, ¿me amas? Pues, siendo así, apacienta mis ovejas. Es la propia misión apostólica la que le irá confirmando día a día en su vocación: yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22,32).

El sígueme final del relato no tenía ya para Pedro las mismas connotaciones de aquella primera llamada a orillas del lago de Galilea. A ejemplo del Maestro, estaba dispuesto a sellar su misión con el martirio.