Abr
Homilía Domingo de Ramos
Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)
“ Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
La primera lectura tomada del libro profeta Isaías tiene ciertamente el objetivo de mostrar que lo que anunció el profeta Isaías en el s.V a.C. tuvo su cumplimiento en Jesús. Estas palabras tal y como las leemos nosotros, las leyó Jesús. Estas mismas palabras fueron luz para Jesús para comprender su propia misión esencial. Jesús asumió que su misión era llevar a plenitud estas palabras del profeta Isaías.
El mismo Jesús, tal y como nosotros leemos hoy esta lectura, pudo haber leído e interpretado estas palabras del profeta Isaías como si fueran directamente dirigidas para él: “Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”.
La segunda lectura contiene una de las primeras descripciones de la persona de Jesús como Dios. El problema para los primeros cristianos se encontraba en reconocer en Jesús al mismo Dios puesto que lo conocieron en la carne, es decir, vivieron con él; lo escucharon hablar no sólo de lo divino sino también de lo humano; lo vieron reírse de las cosas cotidianas de la vida, lo vieron enfadarse, lo vieron serio, lo vieron preocupado, lo vieron enfermo… Los primeros cristianos conocieron su finitud y, por consiguiente, era prácticamente imposible reconocer al Infinito en aquella finitud tan evidente.
Los primeros cristianos que recibieron esa nueva luz (la luz que viene con la Resurrección) para ver en la persona finita de Jesús al Infinito, que es Dios, no tuvieron mejor forma de expresar semejante experiencia con cantos e himnos. Eso es precisamente lo que tenemos en la segunda lectura de hoy: una obra maestra de los primeros cristianos para expresar que Jesús es Dios.
Cuando Pablo escuchó por primera vez este cántico, que hoy leemos, de los labios de los que conocieron a Jesús, describiendo precisamente la persona de Jesús, quedó ciertamente tocado interiormente. Aquel himno entró en la persona de Pablo, lo arrebato: Pablo lo integró haciéndolo único contenido de su predicación. Y esto, casi sin ningún aditamento, fue lo que les predicó a los cristianos de Filipo, una comunidad bien lejana de Jerusalén y cuya líder era Lidia.
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Una vez que uno reconoce en Jesús a propio Dios, uno se da cuenta de que en las palabras de Jesús es Dios quien habla; en las acciones de Jesús es Dios quien actúa. Y cuando nos damos cuenta que podemos escuchar, ver, imaginar, recrear a Dios por medio de Jesús, entonces con Pablo quedamos maravillados cantando:
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre
El evangelio del Domingo de Ramos siempre es el relato de la Pasión de Jesús de uno de los tres evangelios sinópticos. El Viernes Santo siempre se lee de nuevo el relato de la Pasión pero la versión de Juan. Este año se nos propone la versión de Lucas de los días finales de Jesús.
Por desgracia, los liturgistas que hicieron el leccionario optaron por dejar fuera los primeros 14 versículos del relato de la Pasión de Lucas donde aparece no el protagonista, que es Jesús, pero principal personaje tras el protagonista: Satanás.
Es eclesialmente incorrecto plantear una predicación hoy en estos términos de Satanás; pero no soy quien escribió el evangelio de Lucas. Lo siento.
Lucas nos has presentado durante su evangelio a Jesús sembrando el bien como forma de acabar contra el mal en la vida. Sin embargo, el mal siempre tiene una última carta guardada: la muerte. La muerte es un enemigo constante del ser humano porque quiere imponernos su ideología y su miedo: ¡vive y disfruta sin mirar a tu lado! ¡a vivir que son dos días, aunque haya que pisar a otros! ¡no plantes el bien, no vivas tu bondad… al final todo se acaba conmigo, la muerte! ¡al final, yo acabo con todo con las relaciones, con las personas! ¡Morirás y nadie se acordará de ti!
El relato de la Pasión nos narra como Jesús afronta la batalla decisiva contra el mal y su brazo intimidante que es la muerte. Jesús lo dice lacónicamente con palabras saturadas de divinidad: nadie me quita la vida, sino que yo la entrego porque quiero (Jn 10,18). Sí, Jesús se lo dice al mal y a su muerte arrasadora. Se lo dice a descaro: ¡yo entrego mi vida; tú no me la quitas! Estas palabras son el resumen de todo el relato de la Pasión en el cual se va desvelando el misterio de la muerte en cada una de las escenas. El relato de la pasión es un paulatino desprendimiento de Jesús. Cada escena del relato de la Pasión es un despojamiento que hace Jesús de algo voluntariamente; se despoja de defenderse, de la palabra, de las vestiduras, de protegerse de los latigazos, de no sufrir…. De todo se desprende, de todo se despoja, de todo se desnuda porque Él quiere. Y finalmente, se desprende de la Vida. En ese momento, el miedo que infunde la muerte llega a fin, ha cumplido su tarea…. La muerte finalmente también pudo con Jesús…
Querido predicador o lector, no te olvides de ir a misa el sábado por la noche… no todo está perdido…. quizás allí encuentres una nueva Luz…. La luz de la Vida… Allí encontrarás el poder de Dios sobre la muerte. Allí sentirás que Dios es nuestro valedor delante de la muerte. O como le dijo Pablo a los cristianos de Roma: Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros? (8,39)
¡Feliz Semana Santa!