Oct
Homilía Vigésimo octavo Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Una conversación sincera y cercana.
El evangelista Marcos nos ofrece hoy uno de esos relatos que resultan extraordinariamente directos y luminosos. Se trata, fundamentalmente, de la narración de un diálogo entre Jesús y una persona a quien nosotros solemos llamar el joven rico. En realidad, Marcos no especifica la edad, y tampoco lo hace Lucas. Es únicamente Mateo quien afirma que se trataba de un joven, pero no es esto lo que nos importa. De lo que no cabe duda es de que era rico, incluso “muy rico”. Y esto sí nos importa porque ahí se ubica el centro y quicio del pasaje.
No nos encontramos en una de esas frecuentes ocasiones en que alguien pretende maliciosamente poner a prueba a Jesús. La conversación entre éste y el joven rico, por más que termine de forma triste, transcurre en un tono sincero. Para empezar, el joven se acerca a Jesús con toda reverencia, tratándole de “maestro bueno”. Éste le invita a que deje un poco de lado tanta reverencia -“¿por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”-, seguramente porque reverenciar crea distancia y Jesús es hombre de cercanías. El joven acepta la invitación y, en adelante, ya sólo le llamará maestro.
El Reino de Dios: la prioridad de los hermanos y la solidaridad con los pobres
Lo que el rico quiere saber es qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, es decir, para estar en sintonía con el proyecto de Dios y, por lo tanto, en comunión con Él. Jesús le responde que ha de cumplir los mandamientos, pero vale la pena que caigamos en la cuenta de algo muy importante: los mandamientos que Jesús cita no son los que se refieren a Dios (por ejemplo, santificarás el sábado o no tomarás en falso el nombre de Dios), sino únicamente los que guardan relación con los demás: “No matarás, no comentarás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. De ahí podemos y debemos obtener una primera enseñanza: para estar en comunión con Dios es prioritario el comportamiento justo y bueno con los demás.
El joven añade que todo eso, cumplir los mandamientos, es algo que no sólo ya hace, sino que siempre ha hecho. Debió tratarse de una respuesta honesta porque Jesús -dice San Marcos- “se le quedó mirando con cariño”. Es, sin embargo, justamente ahora, en este momento de afecto, cuando comienzan los problemas porque Jesús replica: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Se trata de un clara invitación al seguimiento, es decir, a incorporarse al grupo de los discípulos, pero él se puso triste y se marchó. Su riqueza le incapacita para seguir a Jesús; le impide la comunión con Dios, una sabiduría que él había buscado, quizás con sinceridad, pero no la suficiente como para “preferirla a los cetros y a los tronos” (Sb 7,8). El obstáculo viene dado por su riqueza, de eso no cabe duda: se marchó -explica el evangelista- porque era muy rico y el propio Jesús comenta: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
La riqueza: el reino de la explotación y del poder.
Vale preguntarse qué es lo que tiene el dinero para constituir un obstáculo para la comunión con Dios, para el Reino de Dios. El dinero en sí mismo no es malo, por la sencilla razón de que todos necesitamos una cierta cantidad de bienes para poder vivir (sólo quienes anden muy sobrados podrán pretender, tramposamente, lo contrario). No tenemos ninguna buena razón para despreciarlo. El problema no es el dinero. El problema es la acumulación de dinero, la desigual distribución del mismo, la riqueza. ¿Y por qué la riqueza es contraria al Reino de Dios? Porque el Dios de ese Reino es el Padre de todos. Dios reina allí donde se vive en fraternidad. La riqueza, en cambio, es el reino de la explotación y del poder.
Es el reino de la explotación porque casi nunca procede del trabajo honrado, sino casi siempre del fraude, de la injusticia, del abuso. El reverso del enriquecimiento de unos pocos suele ser el empobrecimiento de muchos. Con razón ha escrito Benedicto XVI en su reciente encíclica social que “los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia» (Laborem exercens, 8)” (Caritas in veritate, 63).
La riqueza es el reino del poder porque casi siempre es utilizada para imponerse sobre los demás y para hacer valer los intereses propios sobre los derechos ajenos. Por eso la riqueza es opuesta a un Reino que, siendo del Dios Padre de todos, lo es también de la fraternidad.
No dejarse embelesar.
Es poco probable que entre los lectores de estas líneas y los destinatarios de sus homilías se encuentre algún rico. Podríamos pensar, en ese sentido, que el evangelio de hoy no representa para nosotros ninguna interpelación.
Mucho me temo, sin embargo, que, si pensamos las cosas una segunda vez, fácilmente podremos caer en la cuenta de que, con alguna frecuencia, unos y otros hacemos el juego a los ricos, por ejemplo dejándonos obnubilar de tal manera por su poder que perdemos el sentido de nuestra propia dignidad, hasta el punto de renunciar a la defensa de nuestros derechos en la expectativa -me niego a llamarla esperanza- de obtener algunas de la migajas que caen de las mesas de los señores. A veces nos dejamos deslumbrar de tal manera por sus brillos que somos los primeros en reconocerles alguna forma de privilegio, con lo que acabamos por traicionarnos a nosotros mismos y al evangelio.
Jesús, en cambio, era siempre el mismo y él mismo, ajeno a acomodos motivados por fines particulares. Nunca se dejó embelesar por el poder de un rico ni le trató de forma privilegiada. Nunca ignoró la dignidad de un pobre ni le trató de forma despectiva. ¿Sabremos nosotros respetar siempre, también ante un rico, nuestra propia dignidad personal y la de nuestros hermanos?