Abr
Homilía II Domingo de Pascua
Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)
“ Hemos visto al Señor ”
Introducción
Que todos piensen y sientan lo mismo (antes se decía: ‘como un solo hombre’) es el sueño dorado que se esconde detrás de muchas ideologías y de la mayoría de las religiones. No se trata solo de tener muchos adeptos y seguidores, también que lo sean con entusiasmo, militancia y radicalidad, es decir, que lo sean hasta en sueños. En el pasado, la fuerza utópica del sueño de la igualdad, de la libertad y de la fraternidad, movilizaron a no pocos entusiastas, hombres y mujeres, a la lucha por construir un mundo más equitativo, justo, libre, hermanado y solidario. Aunque algo se ha conseguido al respecto, el camino es largo y complejo y está lleno de obstáculos y de sombras. Mientras existan las fuerzas de los sueños, todo es posible.
El cristianismo naciente también tuvo sus sueños. La liturgia de la Palabra de este segundo domingo de Pascua nos habla de algunos de ellos. Tras la muerte humillante por crucifixión de Jesús, sus seguidores quedan desconcertados, huyen o se esconden donde pueden, están aterrados, además, por el miedo a que los pillen. Es en este clima de pavor y terror sucede un hecho insólito: Jesús no está muerto, aparece vivo; ha resucitado, como lo había predicho durante su ministerio público. Esta experiencia, personal y comunitaria, de la resurrección de Jesús por parte de sus seguidores será lo que desencadene el proceso religioso que tendrá como resultado la religión cristiana.
Uno de los primeros efectos de la experiencia compartida entre los seguidores de Jesús, después de percibir su resurrección, fue la puesta en común de sus bienes, la koinonía. El sueño de una vida digna, en la que no se carezca de lo fundamental y lo suficiente para vivir, ha sido muy potente a lo largo de la historia humana. Este sueño no está muerto en nuestros días. La realización de este sueño, siempre presente en la fe cristiana, pasa por la superación del egoísmo, la disposición personal a repartir en equidad los bienes disponibles y por una práctica vital basada en el cuidado, la responsabilidad y la solidaridad. Cerrar la mano, el pensamiento y el corazón al otro atenta al núcleo del Evangelio y desvirtúa la experiencia compartida de la resurrección.