Dom
11
Sep
2016

Homilía XXIV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • "Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo".

El Testamento judío suele mostrarnos a este  Dios poco paciente y juez que pierde los estribos ante la inmadurez e infidelidades de su pueblo. No le quitamos la razón para mostrar esa impaciencia ya que el pueblo de Israel, como el nuestro, como nuestra Iglesia y las comunidades de las que formamos parte y como nosotras y nosotros mismos, perdemos la perspectiva de la justicia y la misericordia y obramos con criterios que son más nuestros que de Dios. No nos extraña que este, en un arrebato más propio de seres humanos que del Creador bondadoso, quiera acabar, de un plumazo con esta historia, y empezar de nuevo contando solo con Moisés que parece más dispuesto a escucharle.

En este caso será la intercesión del propio Moisés la que recuerde a Yahvé como Él mismo sacó y liberó de Egipto a su pueblo, y la promesa de vida que hizo a sus antecesores. Y el Señor, "se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo"... hasta la siguiente...

Sin embargo, nosotros tenemos también la perspectiva del Testamento cristiano y hemos conocido, gracias a la predicación de Jesús de Nazaret y de la propia Iglesia, el nuevo rostro del Dios, Padre-Madre que nos ama como hijos e hijas y que hará lo posible por sacar adelante a cualquier grupo humano aunque muestre una “dura cerviz". ¡Qué suerte contar con esta novedad del evangelio!, ¿no? A partir de ahora no necesitamos recordarle todo el tiempo a nuestro Dios sus promesas. Ya las tiene en cuenta en su trato diario con nosotros. Quienes nos hacemos llamar creyentes, somos quienes debemos recordar esas promesas, su liberación y actuar de modo coherente. ¿No es eso ser cristiano/a?

Es exactamente de ese Dios del que Pablo habla a Timoteo. El Dios paciente y compasivo que lo escogió, lo perdonó y "derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús". Nos facilita mucho las cosas tener de "ejemplo" cercano y humano a un hombre como Pablo. No tuvo unos inicios que podamos decir "brillantes" en esto de la fe y, sin embargo, nos deja un testimonio de vida. Pero, sobre todo, nos ha transmitido esta Palabra que libera, perdona y que nos da la vuelta como a un calcetín, haciendo de nosotras y nosotros seres humanos nuevos, con todas nuestras capacidades y potencialidades listas para servir en el Reino.

  • "¿No enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra?"

La Palabra hoy se nos presenta cargada, efectivamente, de paciencia, misericordia y alegría. Porque, ¿de qué si no nos habla el evangelio de Lucas cuando se refiere al pastor que una vez que ha encontrado a la oveja que ha perdido, reúne a los amigos y les pide que lo feliciten por ello? O la mujer, que no encuentra la moneda, pero que se pone manos a la obra, "enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado" y cuando la encuentra, hace lo mismo: junta a las vecinas y les dice: "Felicitadme, que he encontrado la moneda que había perdido".

No queremos que se nos escape tampoco un detalle. En las tres parábolas, quien actúa es siempre el mismo. Quien ha perdido la oveja, la moneda o el hijo es quien deja a las 99 y "va tras la descarriada"; quien "enciende la lámpara y barre la casa y busca con cuidado"; quien "lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Los tres personajes buscan "hasta que encuentran", porque en ello les va la vida y la alegría.

Sería un buen ejercicio hoy imaginarnos a nuestro Padre-Madre Dios haciendo esto mismo. Buscándonos, llamándonos, hasta encontrarnos. Y después, reuniendo a todos sus conocidos, montando una fiesta y pidiendo que lo feliciten, porque su pueblo, su Iglesia, cada uno y cada una de nosotras "estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado".