Sep
Homilía XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios nos ama
Solo un amor muy fuerte explica y justifica el perdón y la misericordia, y de un amor infinito es natural que salga un infinito perdón. Ese amor, tan retratado a lo largo de todo el Antiguo Testamento, culmina en Jesús (“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo…” Jn 3,16) y es colocado por Jesús como centro de la actividad divina en su predicación. Y en ese amor sin medida no caben minucias, descuentos ni débitos.
Las personas sí tenemos nuestras medidas y en nuestros relatos, aunque nos refiramos a Dios, de modo inconsciente, hacemos referencia al amor humano, que siempre es limitado e imperfecto, por muy grande que sea. Y pensamos que el amor de Dios podría ser igual. De ahí ese diálogo de Moisés con Dios suplicando el perdón.
Padre ¿me admites de nuevo?
Jesús es la encarnación humana de ese amor de Dios y de su perdón ilimitado. Y cuando pensamos en lo que Dios nos ama, tenemos que olvidar los ejemplos humanos porque a veces no nos sirven, o sublimarlos hasta tal grado que escapan a lo humano, como ocurre con estas parábolas, sobre todo con la del hijo pródigo, o la del hijo mayor que también es perdonado en su frialdad, orgullo y distanciamiento.
Las parábolas del amor, son un retrato del amor perfecto, incompatible con ruindades y egoísmos… son en definitiva una meta en el camino de los que queremos ser seguidores de Jesús. Lo nuestro debe ser gozarnos en ese amor, confiarnos a él y seguir la marcha. A Jesús, encarnación del Dios amor, le acusan de sentarse con los pecadores, es decir, de amarles tanto como para desafiar las incomprensiones ajenas y los comentarios malintencionados de fariseos y escribas… pero la razón es fundamental: ama. A su lado, nuestros “amores” se parecen tanto a miedos y prudencias, a componendas con intereses dobles, que nos da vergüenza decir que es “por amor”.
Lo terrible es sentirse satisfecho y creerse buenos; lo cristiano es no hablar y no exigir a cambio… simplemente “intentar amar” y lo demás vendrá solo, aunque a veces venga con la incomprensión de los demás.
Dios no se pronuncia, Dios no se revela nunca mejor, que cuando perdona. Por eso, los que conocen y aman a Dios celebran una gran fiesta en el cielo.
¡Felicitadme!
Es lo que tendríamos que decir después: “¡felicitadme!”; y felicitarnos, porque hemos encontrado tantas cosas perdidas de nuestra vida, sobre todo, la más importante: el amor que Cristo nos da al tenerle a nuestro lado.
Éramos la oveja perdida y Dios nos ha encontrado… Habíamos perdido una moneda, y la hemos encontrado… Nos habíamos marchado de la casa paterna y hemos encontrado el camino para volver… Hemos encontrado un tesoro si de verdad somos capaces de decir ¡felicitadme! porque esta palabra está llena, repleta de gracia y de amor.
Estos caminos y búsquedas son nuestras experiencias no agotadas, sino muy repetidas hasta sentir el hambre del Padre, que siempre espera y busca hasta cruzarse en nuestros caminos.
Nosotros, los humanos, solemos exigir muchísimo; Dios no, sólo pide que volvamos… “setenta veces siete”. Eso es todo, y como nos recuerda san Pablo: “Dios se fía de mí… Derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano”.
Y si alguna vez nos sentimos solos y vacíos y nos preguntamos, por cualquier circunstancia ¿dónde está Dios? miremos a nuestro interior, a nuestro corazón, porque quizás está él también sufriendo en nosotros y con nosotros; Dios está siempre junto al que sufre, aunque sea en silencio.