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Homilía I Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios nos humaniza
La Palabra de Dios, en este primer domingo de cuaresma, nos ofrece una reflexión sobre la condición del ser humano y sobre los recursos que éste tiene para superarse en su propia condición limitada. Algunas preguntas subyacen a los textos que ofrece la liturgia cuaresmal: ¿Cuáles son nuestros límites? ¿En qué somos vulnerables? ¿Dónde está nuestra capacidad de superación? ¿Qué dones hemos recibido de Dios en Jesucristo? ¿Cuáles son nuestras opciones personales en el ejercicio de nuestra libertad? ¿Cómo ejercemos la libertad desde la obediencia y la escucha? ¿Qué compromisos adquirimos con nuestros semejantes?
Podemos responder a estas preguntas desde muchos puntos de vista. Las lecturas de este domingo nos invitan a buscar respuestas. En la primera lectura, del libro del Génesis, la respuesta está en nuestra capacidad de dejarnos interpelar por Dios, para evitar escucharnos sólo a nosotros mismos y poder responder así desde una escucha atenta y obediente. En la segunda lectura, San Pablo muestra su convicción más profunda: la gracia de Dios en Cristo supera toda atadura al mal y al pecado. En el Evangelio de Mateo, nos sumergimos en la experiencia que Jesús trasluce de Dios cuando vence las tentaciones a las que es sometido en una experiencia de desierto y desolación. Pero nosotros, ahora, ¿Seremos capaces de ver cómo Dios humaniza nuestra vida cuando buscamos respuestas en su Palabra? Tres constataciones:
Necesitados de contraste.
Todo ser humano percibe en la experiencia de su vida personal los límites de la propia existencia. También experimenta con mayor o menor fuerza e impulso el deseo de superarse, de ir más allá de las posibilidades que su propia naturaleza y condición le proporcionan. Por otro lado, se fomenta en la actualidad la necesidad artificial de ‘experimentar situaciones extremas’, de ‘divinizar’ lo humano hasta límites insospechados, de poner sólo lo humano como criterio último de realización y decisión. Es la lucha de nuestra propia libertad por alcanzar metas imposibles para nosotros. Caemos, incluso, en el error de pensar que somos más humanos cuando llevamos el ejercicio de nuestra libertad autónoma hasta el extremo, sin contraste con Dios ni con los semejantes.
Somos vulnerables.
Pero la vida también nos muestra su rostro más duro. En ella experimentamos la debilidad, la herida, la enfermedad, la lucha, el pecado, el dolor y la muerte. En la vida el mal adquiere múltiples formas, es sorpresivo y no del todo controlable por nosotros. Estas u otras experiencias de contraste se vuelven negatividad y ponen de manifiesto nuestra vulnerabilidad. Nos recuerdan que somos seres limitados, que no todo nos está permitido ni está a nuestro alcance, que no somos dueños despóticos de los otros, ni siquiera de nosotros mismos. En definitiva, que hay límites. Hay dimensiones de nuestra existencia cuyo señorío no nos pertenece. No somos dueños de la vida ni de la muerte.
El diálogo con lo divino nos humaniza.
El diálogo se nos ofrece como un recurso humano que tenemos para superar nuestras zozobras y contradicciones. También para colmar los anhelos más profundos y asumir los límites de la propia naturaleza. Todo ello en la medida en que Dios y nuestros semejantes se vuelvan contraste para nosotros; nos ayuden a clarificar la voluntad y a purificar los deseos más confusos; a reorientar los proyectos y a serenar las pulsiones; a profundizar en los anhelos y a madurar en las decisiones.
“Está escrito”
Lo ‘escrito’ garantiza nuestro diálogo.
¿Dónde está la garantía del diálogo y por lo tanto de nuestra propia humanización y compromiso? Jesús en el Evangelio es claro al respecto: ‘en lo que está escrito’. Esta es la expresión que reiteradamente se repite en el evangelio de Mateo. Por tres veces es mencionada y le sirve al evangelista para iniciar su respuesta a cada una de las tentaciones que recibe Jesús. Jesús, en diálogo con ‘lo que está escrito’, nos evoca su mejor lectura sobre lo que está fijado de antemano, lo que previamente ha sido reflexionado, lo no improvisado, lo que ha mostrado prueba de veracidad y permanencia, lo valioso en cualquier circunstancia. En definitiva: lo que ha sido transmitido porque previamente ha sido vivido, experimentado y purificado de falsas e interesadas interpretaciones. Esta es su mejor garantía.
Lo ‘escrito’ está en nuestro interior.
¿Qué palabras llevamos escritas en nuestra interior y que resultan imborrables para nosotros? En la vida personal de todo hombre o mujer hay palabras que adquieren mayor relevancia que otras. Algunas, incluso, están escritas en su interior. Recuerdan personas, evocan fidelidades, rememoran infidelidades o sinsabores; provocan estados de ánimo; expresan vergüenza, satisfacción o regocijo. Nos agarramos a ellas como quien busca seguridad. Éstas se vuelven permanentes, ‘están escritas’ en el tejido de nuestra interioridad. Por ello se vuelven también evocadoras de espiritualidad. Lo escrito en nuestro interior es fuente de opciones y decisiones. Es el eje desde el que se mueve nuestra libertad.
Lo ‘escrito’ en la interioridad de Jesús es descrito por Mateo en el relato de las tentaciones.
La respuesta de Jesús a cada una de las tentaciones muestra una opción interior clara y contundente. He aquí sus respuestas y, por lo tanto, su Palabra:
- Es preciso amar a Dios y a los demás con todo el corazón: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Es verdad, ‘no sólo de pan vive el hombre’, pero también de pan. El pan y la palabra, dos elementos imprescindibles para la vida digna, en lo material y en lo espiritual, de todo ser humano. No hay pan sin una palabra que lo reparta y no hay palabra veraz sin alimento para todos.
- Es preciso amar a Dios y a los demás con todo el alma: “No tentarás, al Señor tu Dios”. Dios y los demás nos son sujetos de manipulación ni seres sin dignidad. No están al socaire de nuestros intereses egoístas ni a nuestro servicio interesado. Exigen de nosotros un amor, claro, limpio, entregado, sincero y auténtico.
- Es preciso amar a Dios y a los demás con todas nuestras fuerzas: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”. Una vida centrada en Dios nos lleva a procurar buenas acciones con los demás, a dignificar sus personas y a humanizar más y mejor su vida, a comprometernos con el bien y la justicia de Dios. En este compromiso deben estar nuestras fuerzas.