Dom
13
Abr
2025

Homilía Domingo de Ramos

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Perdónales porque no saben lo que hacen

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Tres palabras sobre la Pasión según San Lucas: perdón, hoy y espíritu

Quizá hoy no es muy recomendable hacer largas homilías. El relato de la pasión según San Lucas es tan rico en contenidos que cada detalle que encontramos, por pequeño que sea, y cada reacción de los diversos personajes que aparecen, bien podría dar pie a un comentario homilético por la profundidad y riqueza espiritual que trasmiten. Pero no es posible emprender tal empresa en este breve espacio. La lectura reposada y nuestro escuchar orante el relato lucano durante la celebración litúrgica de hoy, nos harán descubrir cómo la actitud de Jesús es de serenidad, perdón y entrega absoluta a las manos de Dios. Sin embargo, sí estimamos oportuno detenernos aquí en tres palabras. De todos es conocida la expresión «las siete palabras». Dicha expresión hace referencia a las últimas que pronunciara Jesús en la cruz según nos cuentan los relatos evangélicos. Hay expertos en espiritualidad que, partiendo de estas palabras, ven la cruz como una verdadera cátedra y a Jesús como un conmovedor orador. Pues bien, Lucas, en concreto, nos ha dejado tres de esas últimas palabras: «Perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Vamos a intentar acercarnos, brevemente, a cada una de ellas.

«Perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)

Esta palabra parece no encajar en lo que está ocurriendo. Porque, si nos paramos a pensar con detenimiento, ¿en qué cabeza cabe que después de ser traicionado y negado; después de recibir golpes y burlas y justo en el momento de ser clavado en la cruz, la primera palabra que salga de los labios de Jesús sea «perdón»? ¿Cómo antes de buscar cobijo y amparo para su madre -que intuimos observaba todo (cfr. Lc 23, 49)- es más, cómo antes de confiar su espíritu al Padre lo primero que suplica e implora es compasión para sus verdugos? En los cálculos mentales humanos es prácticamente impensable que pueda ocurrir semejante situación. Sin embargo, hay biblistas que afirman que esta palabra no solo es clave dentro del relato evangélico, sino necesaria, imprescindible, vital. ¿Por qué? Pues porque es la que hace que el texto se ajuste no a los cálculos humanos, sino a los de Dios. El tema del perdón es fundamental en el evangelio de Lucas. La conocida como parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15, 11-32), entre otros relatos, ejemplifica, y de qué manera, esto que decimos. Por ello, lo que podemos contemplar en esta palabra es que Jesús, en el momento de mayor dolor físico, abandono afectivo y sufrimiento racional sigue siendo coherente con su predicación y nos ofrece su propio ejemplo. No echemos en el olvido que Jesús de Nazaret, después de proclamar el mensaje de las Bienaventuranzas en el sermón del llano (cfr. Lc 6,20-26), la primera indicación que lanza es «amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian» (Lc 6,27-28). Y es que Jesús, al extender sus brazos en la cruz acoge tanto a amigos como enemigos. Porque es así como podrá condenar todo odio, toda ira y toda cerrazón y dureza de corazón del ser humano de todos los tiempos.

«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43)

Solo Lucas pone voz al que se conoce como «buen malhechor». Los otros evangelistas -Mateo y Marcos- sobre los dos «ladrones» indican que se unían, desde sus patíbulos, a las ofensas y reproches que las autoridades tanto civiles como religiosas proferían contra Jesús. Pero en Lucas hemos de centrarnos en la actitud del bueno. Y en él podemos descubrir que era consciente de la injusticia que se estaba cometiendo con Jesús. Y no solo eso. También sabía que su destino -el de Jesús- iba a ser dichoso porque traspasa las fronteras de este mundo colmado de tanto malhechor y sinvergüenza. ¡Qué paradoja! ¿Quién iba a pensar que un absoluto desconocido; un maleante, delincuente culpable de delitos graves y condenado a muerte por ello, fuera el que reconoció a Jesús como portador de un Reino de felicidad plena en el que nadie, por muy inmoral que haya sido, es olvidado para siempre? Mientras que Pedro, el amigo, el confidente, el incondicional dispuesto a todo, incluso a lo más extremo (cfr. Lc 22,33), había negado rotundamente pocas horas antes, conocer siquiera la existencia de Jesús. Sabemos que bastó una mirada directa (cfr. Lc 22,61), indescriptible, pero con toda seguridad colmada de amor y ternura, para que el primer Papa de la historia reconociera la gravedad de su pecado: negar a Dios. Por ello, esta palabra dirigida al buen malhechor nos ha de llevar a contemplar que en una vida repleta de errores siempre va a estar presente la posibilidad de transformación. Porque la conversión nos habla del hoy misericordioso de Dios que, actuando en la historia, cambia la necedad del hombre por conocimiento y sabiduría. Porque el buen malhechor no pidió un puesto de honor en el Reino de Jesús, como otros se habían disputado (cfr. Lc 22,24). Eso lo había conseguido sin necesidad de pedirlo. Este delincuente solo imploraba que fuese recordado por aquel en quien había descubierto, no la posibilidad de ser indultado de sus delitos, sino algo mucho mayor a la par que liberador. Porque la palabra que dirigió Jesús al malhechor bueno antes de que ambos cerraran los ojos en este mundo, le abrió, en ese preciso instante, las puertas de la felicidad plena para que su conversión sincera, su confianza en Dios y su oración de petición fueran recordadas como ejemplo a seguir, por toda la eternidad.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46)

Antes de que Jesús pronuncie esta última palabra, Lucas nos ha ido preparando para que descubramos que algo grande va a ocurrir. Y es que el mundo se ha quedado a oscuras; y en el Templo, el velo, ese que debía ocultar lo más sagrado, se ha roto por la mitad (cfr. Lc 23, 44-45). Por ello, después de esto, Jesús se lanza con una confianza absoluta a los brazos del Padre. A diferencia de otros evangelistas en Lucas no encontraremos grito alguno en este momento (cfr. Mt 27,50; Mc 15,37). ¿Es importante esta distinción? Y otra cuestión. ¿Por qué Lucas ha puesto en labios de Jesús el salmo 31 en lugar del salmo 22, como encontramos en otros relatos (cfr. Mt 27,46; Mc 15,34)? La respuesta al interrogante planteado quizá sea que Jesús, sin tener duda alguna, sabe que Dios jamás abandonará a nadie. Y menos en momentos de sufrimiento, angustia y soledad. Así pues, en esta palabra hemos de descubrir y contemplar el culmen de esa esperanza que Jesús de Nazaret había mostrado siempre a lo largo de su vida con sus dichos y hechos. Sin embargo, la realidad es que el mundo, en esa hora, ha quedado en tinieblas. La oscuridad lo domina todo. Tan solo falta dar sepultura (cfr. Lc 23, 50-56). ¿Y ahora? ¿De verdad que esta es la última palabra? ¿De verdad que no hay nada más que decir? Sabemos perfectamente que la respuesta es no. Cristo ha entregado su espíritu. Y aquí, en esta palabra -espíritu- está la clave. Porque será ahora el Espíritu el que va a dar el impulso necesario para que la predicación del Evangelio llene de luz la vida del ser humano. Para que descubra que hay una claridad nueva más allá de lo conocido. En definitiva, para que el confiar del hombre quede preñado de esperanza, y se siga lanzando, en cualquier situación de adversidad, a los brazos del Padre.

No podemos alargarnos más. Tan solo una última cosa. Mencionábamos al comienzo que la escucha atenta del relato de la Pasión de Lucas nos haría descubrir la serenidad, el perdón y la entrega absoluta de Jesús. Pues bien, ¿nos hemos dado cuenta de que el texto de la celebración de este Domingo de Ramos no nos quiere trasmitir tragedia alguna sino, más bien, el acontecimiento que da fuerza para que se colme de esperanza toda la humanidad?


Abril 2025