Dom
13
Sep
2020

Homilía XXIV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Hasta setenta veces siete...

Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)



Primera lectura: (Eclesiástico 27,33. 28,9)

Marco: El contexto es una serie de colecciones de sentencias agrupadas por los temas más variados. Se podría titular esta pequeña colección que abarca el fragmento de hoy “reflexiones sobre la compasión y el rencor”, como dos fuerzas antagónicas en el corazón del hombre.

Reflexiones

1ª) ¡El furor y la cólera no son de la estructura del hombre!

El furor y la cólera son odiosos... En las antiguas culturas la venganza era algo habitual. Cuando en la legislación judía se introduce la regla del ojo por ojo y diente por diente, supone una mitigación muy considerable y relevante en medio de aquellas culturas. Israel irá avanzando pedagógicamente en la mitigación de la venganza, hasta que desaparezca con la predicación de Jesús, como nos muestra el sermón de la montaña: se os dijo, pero yo os digo.

El proceso de humanización de las relaciones sociales, que se manifiesta de modo singular en el Deuteronomio, fue una considerable contribución a la comprensión más objetiva del hombre y de sus relaciones sociales. Un modelo ejemplar en este aspecto es la institución de las ciudades refugio de que nos habla la Escritura. Con esta institución se evitaba la muerte, en muchas ocasiones, de verdaderos inocentes, pero que se veían expuestos a la muerte por la costumbre (hecha ley en aquellas culturas) de la venganza. La cólera y el furor no son propios de la estructura humana, sino que proceden del pecado. Un paso previo a la venganza es esta doble actitud de cólera y furor.

La Escritura nos alecciona que la venganza del hombre atrae la venganza de Dios. Esta es una descripción realista de la situación de los hombres en sus relaciones cotidianas a todos los planos. Esta tendencia a eliminar la venganza y sus consecuencias sigue siendo un mensaje con vigor actualmente. Parece que nuestra cultura está muy lejos de aquellas costumbres primitivas, pero la realidad permanece latente en el corazón de los hombres modernos. Sólo desde la desaparición real de la venganza tanto en el corazón humano como en las relaciones internacionales, será posible construir una sociedad en justicia, paz y respeto sincero por todas las personas

2ª) ¡El perdón concedido es garantía del perdón suplicado!

Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonará los pecados cuando lo pidas... El autor de este libro manifiesta y expone una actitud permanente humanitaria frente a los demás. Ha reflexionado sobre el Dios de Israel y sobre la historia de la salvación y sabe que dos de los atributos más frecuentes del Dios de Israel son la misericordia y la fidelidad. Y sabe también que el Dios misericordioso manifiesta esta actitud en dos direcciones: perdonando el pecado y las flaquezas de los hombres (janún) y acogiendo con tiernísimo afecto al desgraciado en todos los terrenos (rajum). Dios posee entrañas de misericordia y benignidad.

Más allá de las amenazas a su pueblo, para hacerle despertar de su situación religiosa, sabe que la última palabra de Dios es de misericordia y perdón para restablecer a su pueblo. Es el reverso de la medalla: contra la venganza, el perdón y la acogida sin condiciones del otro porque Dios me acoge a mí sin condiciones. También nuestros hombres y mujeres necesitan que se proclame lo que suplicamos a Dios en una plegaria pública de la Iglesia y en la que le manifestamos y reconocemos que manifiesta su poder en el perdón y la misericordia. Y, en consecuencia, pedimos lo mismo para nuestras relaciones humanas. Son las dos manifestaciones de Dios para con los hombres.

Segunda lectura: (Romanos 14,7-9)

Marco: El contexto es la caridad con los “débiles” que han de ser acogidos sin discutir opiniones. Esto revela la ternura y comprensión de Pablo y el sentido práctico que poseía. Las personas son lo importante y para favorecer la tranquilidad de sus conciencias es necesario poner todo empeño y estar dispuestos a renunciar a muchas, mientras no afecten a lo esencial.

Reflexiones

1ª) ¡Todos juntos formamos una comunidad con un solo destino!

Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. San Pablo lleva hasta las últimas consecuencias la realidad del cuerpo de Cristo. Poco antes, Pablo ha dedicado una reflexión a esta realidad para interpretar las distintas funciones en la Iglesia (Rm 12,5; un desarrollo más pormenorizado puede leerse en 1Cor 12). Todos dependemos de todos, en la Iglesia nadie debe vivir aisladamente, el bien de los unos repercute en el bien de los otros. La paz y la armonía en la comunidad, como ocurre en el cuerpo, sólo se alcanza con la generosidad de los que más pueden dar y con la aceptación gozosa de los que se sienten más limitados por la causa que sea.

Esta visión de Pablo, necesaria para sus lectores que eran cristianos provenientes del judaísmo y de la gentilidad, tiene una vigencia universal y perenne. Podríamos traducirlo en una frase diciendo que se trata de mantener vivo siempre el diálogo de las vidas iluminado por el diálogo de las mentes y de los corazones. La realidad de la Iglesia de Roma exigía esta exhortación de Pablo llena de sabiduría, ponderación y realismo. También hoy sigue teniendo vigencia esta línea de comportamiento. Es necesario recuperar un diálogo sincero entre los discípulos de Jesús y, a la vez, entre estos y el mundo ambiente que los rodea. La comprensión sincera que sabe mantener lo esencial y sabe ceder y aceptar lo circunstancial sigue siendo una exigencia necesaria para el buen entendimiento entre los hombres y mujeres.

2ª) ¡Jesús es el centro y el lugar para el encuentro de todos!

Si vivimos, vivimos para el Señor... La realidad que mueve a Pablo a dirigirles esta exhortación es el asunto de la licitud de comer o no comer la carne sacrificada a los ídolos y que luego se vendía en los mercados. Este mismo problema vuelve a aparecer en las cartas a los Corintios. Algunos miembros de la comunidad entendían que los ídolos no son nada y que, por tanto, las carnes sacrificadas y vendidas eran como las demás que se vendían en el mercado. Pero otros miembros de la comunidad entendían que al ser sacrificadas quedaban contaminadas por los ídolos y por tanto no era lícito comerlas.

Se trata de un problema real y puntual de especial incidencia en la convivencia diaria de los hermanos. Aquí de nuevo Pablo remite a la primera parte para entender su pensamiento. En ella expuso la realidad bautismal (c. 6) mediante la cual el creyente se incorpora realmente a Cristo. Y Éste pasa a ser el Señor de su vida. La participación en el Cristo muerto y resucitado posibilita la incardinación real, personal y verdadera (aunque sacramentalmente todavía) en su cuerpo. Pues bien, Pablo ha desarrollado con especial fuerza y vigor la realidad de la soberanía de Cristo. Esta soberanía nos hace a todos iguales en él.

Ahora traduce estas convicciones doctrinales en unas consecuencias prácticas: en la comunidad no hay señores y esclavos, porque el único Señor y lugar de encuentro para todos es Cristo Jesús, el verdadero y único Señor. Nadie puede pretender el control y menos dominio de la conciencia de nadie. En este momento, en esta exhortación a los romanos, Pablo les recuerda con toda claridad que el único Señor de las personas y de las conciencias es Cristo Jesús. Y en este Cristo Jesús, en su muerte y resurrección, nos ha conseguido la libertad para todos.

Esta libertad ha de ser salvaguardada con especial atención cuando se trata de los débiles y cuando se trata del bien de los débiles en sus conciencias: libertad sincera y conciencia delicada y fraterna; libertad y respeto por el hermano. Muchas gentes se rigen por estos criterios: lo importante es lo que me parece mejor, lo que me conviene más, lo que me procura algún gramo personal de bienestar. Pablo sigue diciendo lo contrario: lo importante es que el otro posea muchos gramos de bienestar, que lo que al otro le conviene y le construye es lo mejor.

Evangelio: (Mateo 18,21-35)

Marco: El contexto sigue siendo el discurso comunitario. La lectura recoge una parábola que invita a perdonar siempre y de corazón.

Reflexiones

1ª) ¡El perdón hay que concederlo siempre y de corazón!

¿Hasta siete veces?... El narrador juega con el valor simbólico de los números*: el siete ya significa un grado de perfección en aquello de que se habla. La respuesta de Jesús intenta, utilizando el múltiplo de siete, indicar que el perdón no admite matemáticas ningunas. Que se trata de otra cosa que ha de ser entendida con otras claves interpretativas. El perdón siempre, en toda circunstancia y sin condiciones, encaja mal en nuestra mentalidad moderna.

Por esta causa y por otras, muchos de nuestros contemporáneos tienen la impresión, y la expresan, de que el Evangelio de Jesús fue útil para aquel tiempo, pero hoy ya no tiene valor en muchos de sus aspectos. Es cierto que el Evangelio necesita siempre de una viva actualización seria, pero no creo que la solución sea cambiar el Evangelio de Jesús por otro Evangelio. Y todavía menos porque el Evangelio de Jesús molesta al modo de entender la vida, las personas y las múltiples y complicadas relaciones humanas. El Evangelio fue y es la expresión de lo que el hombre necesita de verdad para ser solidario, feliz y realizado.

2ª) ¡Desconcertante paradoja!

En el plano narrativo se quiere poner frente a frente dos situaciones desconcertantes e inexplicables. Las cantidades y las reacciones de las personas merecen una atención especial: las del rey, las de los diversos deudores y las de los sirvientes. Todo tiene la función de invitar y urgir al oyente de la parábola* y, ahora al lector del texto, a adoptar una postura frente al relato. Y, a través del relato, frente a la realidad del reino. Los detalles del relato están al servicio del mensaje central. ¿Cómo es posible que el rey perdone toda la ingente deuda del siervo por que se lo pidió y éste no sea capaz de perdonar la ridícula deuda que tiene contraída con él un hermano suyo? Jesús y el narrador quieren colocar al oyente en una situación extrema frente al perdón.

Esperan que reaccione y tome postura. ¡Es necesario parecerse al rey que condona toda la deuda sin pedir compensaciones! O, de otro modo, que el perdón que concede el rey es gratuito y el perdón y condonación del siervo con su compañero ha de ser también total, gratuito y sin condiciones. Pero no todos los personajes del relato se comportan así. No se ha cumplido la condición necesaria. La interpretación en el orden religioso o la traslación del relato a la vida real sólo tiene un mensaje: Dios perdona siempre, a todos (aunque sea ingente la deuda) y gratuitamente.

Los hijos del reino deben hacer otro tanto cuando se trata de sus hermanos. El perdón y la remisión ha des ser total, gratuita y universal. ¿Esta actitud evangélica fundamental encajaría en nuestra mentalidad moderna crematística y pragmática? ¿No estaría condenado el Evangelio del perdón y de la reconciliación al fracaso y al ridículo por irreal y alejado de los grandes intereses de nuestros hombres y mujeres? Quizá. Pero Jesús quiere que se siga proclamando a través de la palabra y del testimonio de los creyentes en medio de este mundo porque lo necesita y, además, de manera urgente y profunda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano. La condición para el perdón es que ha de ser de corazón*. El Padre celestial, en su misericordia, perdona al hombre en su interioridad. En coherencia con la actitud del Padre celestial, el hombre ha de perdonar desde su corazón. Allí donde alcanzó el perdón del Padre (corazón) es desde donde ha de partir el perdón para el hermano. Tiene por tanto el perdón dos condiciones imprescindibles: que proceda de la intimidad alcanzada por Dios y que se extienda a todas las ofensas y para siempre. Dios no concede el perdón con condiciones y quiere que sus hijos se perdonen mutuamente sin condiciones. Dios cuando perdona olvida. Y lo mismo han de hacer los discípulos de Jesús, su Hijo.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
(1937-2019)