Dom
14
Ene
2018

Homilía II Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

Venid y lo veréis

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Estamos inmersos en una sociedad que parece no escuchar. Una sociedad marcada por un afán comunicacional que no deja espacio para la acogida de la palabra del otro y tampo para considerar el relato existencial que el “otro” significa. Tenemos un problema no fácil de resolver. Hay demasiado “ruido” ambiental e interior. Parece que un cierto temor al silencio nos invade y los gritos del silencio no se escuchan. De ahí que las relaciones interpersonales estén expuestas a la quiebra.

En el silencio de la noche Samuel escucha cómo se pronuncia su nombre

Lo entiende como llamada y en su razonamiento lógico, corre a ver qué se espera de él, poniéndose delante de Elí. El muchacho es pura disponibilidad: aquí estoy. Esto sucede por tres veces. La misma respuesta por parte de Samuel y la misma indicación proviene de Elí. Señala el autor que Samuel aún no conocía al Señor a pesar de estar entregado a El y vivir en su casa. Tocará a Elí señalar al pequeño Samuel lo que tiene que responder. Somos enseñados. La andadura cristiana no se aprende al margen del testimonio de los que preceden en el compromiso bautismal. Hay que aprender, dirá el Papa Francisco “el arte del acompañamiento espiritual”. No se trata de una comunicación de saber intelectual, sino de sabiduría espiritual que surge de la experiencia personal en el encuentro con el Señor. Aprender a escuchar.

Pablo nos hablara del sentido cristiano de la corporeidad

La tentación de separar lo que Dios ha unido está a la orden del día. Hay que descubrir el valor de la corporeidad en la existencia humana. No es un accidente. No es algo que nos estorba la experiencia de encuentro con el Señor. Por eso dirá: el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. No tenemos otra vía y más segura que la está ligada a la humanidad. Y es ahí donde se encuentra la clave para no divagar en lo que se refiere a la experiencia de Dios. Si el Hijo de Dios asume la humanidad y en la corporeidad hace palpable a Dios mismo; si el ser humano en su corporeidad se convierte en templo en el que Dios habita, parece lógico que haya que redescubrir el sentido auténtico de la corporeidad para manifestar a través de ella nuestra pertenencia a Cristo. No es enemigo nuestro la corporeidad personal, sino que somos nosotros mismos: soy cuerpo y soy alma y en la unidad de ambos, con la armonía querida por Dios, podremos escuchar y responder a lo que se nos propone y encomienda.

Juan es el evangelista de los tiempos fuertes en la liturgia cristiana

También, cada año, cuando comienza un ciclo nuevo, será de su mano que somos introducidos. El Bautista sabe quién es Jesús y cuál su misión. Lo ha dejado bien claro al definirse ante los que le preguntan. En este caso, dos de sus discípulos le escuchan decir: “Este es el cordero de Dios”. La fuerza de su testimonio hace soltar amarras a ambos, porque se van detrás de Jesús. Se trata de irse detrás de la Palabra y no quedarse en la Voz. El Bautista es sólo “voz que grita”. La Palabra es la que comunica la vida. Hay que escuchar la voz para acoger la Palabra. En definitiva hay que aprender a escuchar.

Y escuchando bien, el seguimiento parece una consecuencia natural. Pero esto resulta insuficiente. Conviene clarificar la razón del seguimiento, purificar la escucha. Se escuchan  tantas cosas e importan sólo muy pocas. Por eso Jesús preguntará: “¿qué buscáis?”. Esa pregunta se torna personal: ¿qué busco yo?, porque para responder al que pregunta, debo tener bien claro qué busco. No respondieron la pregunta, tal vez porque no tenían claro lo que Juan había indicado, ya que preguntan: ¿Dónde vives?. Pudiera parecer una simpleza y no lo es. Tener claro dónde habita Dios es vital para cada bautizado. Se nos tiene que indicar, no lo inventamos nosotros y tampoco es la lógica consecuencia de la especulación humana. Para saberlo hay que aceptar la invitación que se nos hace: “Venid y lo veréis”. Se trata de experiencia de comunión de vida, que produce al mismo tiempo una sabiduría existencial que va más allá. De ella surge, necesariamente la misión que se descubre a partir del encuentro con El. Por eso Andrés comparte con su hermano lo que ha encontrado: “Hemos encontrado al Mesías”. Toca hoy vivir esa misma experiencia para poder llevar a los que buscan y parecen no hallar nada, al lugar en el que habita Cristo. Buen reto y mejor tarea.