Ene
Homilía Segundo Domingo de Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Yo no lo conocía
Jesús era el desconocido para Juan el Bautista, como también hoy lo es en bastantes sitios y lugares e incluso para algunos cristianos. Juan lo descubrió gracias al Espíritu que fue quien se lo revela. Como cristianos, hemos de estar atentos a ese Espíritu, para ver al Cristo que se revela en los sencillos y humildes, en el emigrante, en el pequeño venido en patera, en la “violación de los derechos humanos” como dice el Papa Francisco en el mensaje de esta jornada.
Si el Bautista, no lo conocía: “yo no lo conocía”, quiere llamar con su redundancia a buscar al niño pequeño nacido hace unos días y cuyo bautismo celebrábamos el domingo pasado.
El verdadero conocimiento del rostro de Jesús en el mundo, se descubre por la apertura personal al Espíritu. La liturgia del año dará pautas y momentos para que la cotidianidad se convierta en eterna Navidad de un Dios-con-nosotros.
La actitud de búsqueda y espera de Juan el Bautista, anima al discípulo de Cristo a seguir en constante tensión de búsqueda esperanzada para que el sueño de Dios Padre, -“venga a nosotros tu reino”-, sea realidad en el mundo. No ceja el precursor Juan en la tarea de búsqueda, buen y gran ejemplo para quien aspira a ser verdadero seguidor del Jesús. Para amar, hay que conocer.
Solo el Espíritu puede llevar al seguidor de Cristo a proclamar, como Juan: “Éste es el Hijo de Dios. Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Si se reconoce la falta de perfección en el ser humano, si la corrupción no se acepta como tal (llamándola de otras maneras), si al extranjero se le ve como “extraño”, es porque en el alma está dormido, -o no está-, el espíritu del Señor. Lo contrario obliga a decir Él es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (pecado, palabra maldita y que cada vez está más en desuso por molesta).
La necesidad de vivir este Tiempo Ordinario con el espíritu del Adviento y Navidad del Dios-con-nosotros, necesita de la pureza del ser humano, del baño purificador en el Espíritu para confesar sin miedo que Jesús es el Hijo de Dios, nacido de María Virgen y consecuentemente esa presencia de Dios-EN-nosotros obliga a cumplir su voluntad cada día, como se proclama en el Salmo de este domingo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Proclamación que tiene implícita la filiación divina del seguidor de Jesús vivida con el estilo de éste.
Ante el pluralismo religioso de hoy, el cristiano de a pie ha de vivir en relación de apertura “relación positiva”, por elección libre y personal, a la llamada del Señor, con carácter de servicio como dice Isaías en la primera lectura en lo que se refiere al Siervo de Yahvé. El servicio es luz que ilumina y manifiesta a Dios a los demás y hace que esté orgulloso de sus servidores.
Ese orgullo divino se concreta cuando se sale (Iglesia en salida) a las “periferias existenciales como dice el Papa Francisco en esta Jornada Mundial de las Migraciones”. Identificar e identificarse con el diferente, con el excluido, es fruto de la vivencia del Espíritu de Dios en el ser humano y manifestación externa, que no puede guardarse y le obliga a ser luz y testigo en un mundo necesitado de espiritualidad profunda y manifestación de la divinización del hombre. Hambre del Dios verdadero que nada tiene que ver con el poder, el dinero, el placer; sino con el servicio sin acepción de personas. Si la salvación vivida personalmente, no llega a los demás, no es verdadera salvación. El seguidor Cristo es un misionero que no se queda en la búsqueda egoísta de la perfección individual, sino que hace perfectible todo, y a todos, sin a orillar la sabiduría de la Cruz y su paso por ella.
Es la llamada a la santidad y a la apostolicidad, como dice Pablo a los Corintios, que no permite aparcarse en esquemas favoritistas y/o oportunistas. No es tampoco esa santidad simple práctica devocional, sino que está más cerca de la sabiduría de la cruz por el contacto directo con el sufrimiento humano.
Como cristianos hemos de compartir la experiencia de darlo todo por causa de la justicia. “Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía” en palabras del Papa Francisco. Tocar al emigrante, al extranjero-extraño, al diferente, al que forzosamente ha tenido que abandonar su tierra, es principio de purificación y verdadero conocimiento de Dios por su espíritu en nosotros que nos permite reconocer a Dios, y a su Hijo de ellos.
El cristiano que procure aumentar en sí el conocimiento de Dios, vivirá, a lo largo de este año litúrgico, toda clase de bendiciones venidas de lo Alto.