Oct
Homilía XXVIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ Tengo preparado el banquete ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Si la comida es necesaria para vivir, no lo es menos para celebrar los acontecimientos importantes de la vida. ¿Quién no ha asistido a un banquete de boda, comida de cumpleaños, cena de gala…? Y todo ello ¿no conlleva alegría? El refranero español apuntala esa alegría “No hay boda sin canto, ni ….”. Evidente. Eso es lo que celebramos este domingo: el Banquete de la Alegría y la Libertad.
Por si no había quedado suficientemente claro –véase el evangelio del domingo pasado- la alusión a las fuerzas “religiosas y a los senadores de Israel”, con la comparación de la viña y el trato a los criados, Cristo lo plantea hoy desde el banquete del REINO, reforzado por la lectura de Isaías.
El rey que invita al banquete, es un tanto especial. Solo recuerda e invita formalmente a los principales y amigos, y ante la negativa de todos ellos, -cada cual tenía sus quehaceres- en lugar de no seguir el rey adelante con el festín,-podía haberlo suprimido, que sería lo más normal- lo que hace es invitar de manera informal a los que estén en y por los caminos. Es un anfitrión que se sale de la norma: no suprime el banquete sino que invita informal e indiscriminadamente a todos. Era un rey que no guardaba ni normas ni convencionalismos sociales del momento. Pasa de lo políticamente correcto a lo ridículamente correcto.
Al escuchar la parábola de Mateo, el oyente tiene que tomar posición. Por el cumpli-miento de las leyes de la iglesia ¿tengo derecho a la invitación real? No necesariamente. Y si tengo derecho a la invitación, ¿puedo rechazarla? Claro que sí. La condición necesaria para aceptarla es desde la libertad y por amor al reino.
Ante el rechazo invitatorio el rey rompe con las normas, y es tal el valor del banquete, que envía a los criados a la encrucijada de los caminos. En el seguimiento de Cristo, siempre y sin saber cuando, aparece el cruce de caminos, ante los que no hay más remedio que optar, bien por entrar al banquete de la VIDA y compartir socialmente el alimento que en él se da, bien rechazando la invitación.
El traje de fiesta, es la invitación al banquete, el regalo del Señor. Si se deja en casa, cuando el rey se pasee entre los comensales (comensalidad) a reparar sus necesidades, la falta de invitación conllevará la exclusión del banquete.
Habría que ver a Jesús con los suyos disfrutando alegremente en las bodas de Galilea, del “festín de manjares suculentos y vinos de solera manjares enjundiosos, vinos generosos”. Pasó de la comparación del trabajo en la viña a la alegría del banquete de la libertad.
Dios no se da por vencido en su generosidad, por eso abre las puertas del banquete a la humanidad, aun contando con desplantes de los primeros invitados, y descuido de los segundos, que no saben valorar la grandeza de la invitación.
La parábola concluye con un proverbio: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” Los llamados responden anteponiendo sus intereses, ignorando y rechazando, incluso violentamente, la invitación, quizá por considerarla menos importante que sus propios intereses. Los escogidos, invitados harapientos y andrajosos, también, si no llevaban con dignidad su vocación. La invitación de Dios al Banquete del Reino de su Hijo obliga a poner en acto las aptitudes de los invitados.
La solidaridad, uno de los actos, está presente en la segunda lectura, la de Pablo a los Filipenses. La solidaridad se concreta en pasar de invitados a invitantes; de ser cristianos anunciadores, criados, y siervos de tal Rey, a salir a las encrucijadas para animar a quienes, con el traje de boda, deseen entrar a formar parte de la comensalidad divina, sintiendo la mirada de Dios, su voz, su cariño y su salvación: ser misioneros en el mundo.
En la encrucijada de los caminos de la vida, el verdadero seguidor de Cristo sigue la dirección del “Banquete del Reino”, dejando a un lado la de la indiferencia, el individualismo y la división, y así vivir para gustar la comunidad eclesial que es vino generoso y manjar enjundioso.
¿Hemos perdido la invitación del Señor, o la hemos roto? ¿Cuál es la dirección que hemos tomado en nuestro caminar? ¿Quizá el indicador de la encrucijada que apunta al bienestar? ¿Estamos acostumbrados a vivir sin tener en el horizonte de la vida la visión del Reino? Acomodados confortablemente en nuestro camino ¿vemos en el arcén al otro, para animarlo y acompañarlo? En definitiva, ¿cómo construimos el Reino de Dios en el mundo?
Ahí quedan las preguntas.