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Homilía Domingo sexto del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Si quieres, puedes limpiarme ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Hay textos del evangelio que, aun leídos hoy, expresan un mensaje fácilmente comprensible. Otros requieren, en cambio, conocer las creencias y costumbres de la época para poder percibir su significado. El de este domingo es uno de estos últimos. La prescripción del Levítico recogida en la primera lectura ofrece pistas suficientes para acercarnos a la novedad de la praxis de Jesús.
“Si quieres, puedes limpiarme”
Esta súplica del leproso expresa la esperanza de que alguien con poder y buena voluntad le sane de su dolencia y le rescate de la soledad y la exclusión.
Podemos comprender, desde los usos de nuestro tiempo, que un enfermo pida a Dios su curación. Muchos de nosotros hemos sido, al menos, testigos de esas demandas en lugares de peregrinación.
Más nos cuesta comprender ese rescate de la soledad y la exclusión cuando los establecimientos sanitarios cuentan con expertos y con medios para devolvernos la salud o para dar, al enfermo y a sus familias, recursos con los que afrontar dignamente la vida pese a que la salud haya quebrado inexorablemente.
Pero no era así en los tiempos de Jesús. La enfermedad no era sólo una dolencia para el enfermo y su familia. Religiosamente se la interpretaba como síntoma de un pecado, propio o heredado. Socialmente suponía quedar al margen de la producción y, por tanto, condenado a la mendicidad pública. Y en ocasiones más extremas, como la lepra, conllevaba la sentencia de “vivir solo y tener la morada fuera del campamento”.
¡Pobre enfermo: además de sufriente, pecador y excluido!
Han cambiado mucho las cosas desde entonces. Pero desgraciadamente no tanto como para que aquellos a los que no consideramos puros, sea por razones de raza o cultura, por motivos sociales y económicos, por comportamientos diferentes o por sufrir enfermedades vergonzosas… sean puestos bajo sospecha, tratados con cautela y, al menos funcionalmente, excluidos.
¿Cuántas miradas doloridas y desconcertadas nos están diciendo: “si quieres, puedes limpiarme? Posiblemente más de las que nos atrevemos a sostener.
“Quiero: queda limpio”
Jesús, de modo bien diferente a los amigos de Job o a los letrados que debatieron con aquel ciego curado y sus padres (Jn 9, 1-34), no se pierde en elucubraciones sobre el origen último del mal.
Para Jesús el mal no es un problema abstracto, ni un escándalo: es una llamada a la compasión y a la solidaridad. El mal está en las situaciones concretas donde un hombre o una mujer sufren. Ante el mal no hay interpretaciones mentales, por teológicas que parezcan ser, ni debates académicos. Ante el mal, parece entender Jesús, lo que procede es poner voluntad para sanar y voluntad para integrar.
Ese “quiero” de Jesús muestra la ternura y la riqueza de su mundo interior y revela también la profundidad de su experiencia de Dios: el Padre que amó tanto al mundo que le mandó a su Hijo para salvarlo. El Dios de Jesús no distrae de los males que sufrimos los humanos. Como en los inicios, nos pregunta por nuestros hermanos. Si, a diferencia de las argucias de la razón, la buena voluntad nos conecta sinceramente con la vida, ese “quiero” de Jesús le conecta sinceramente con los proyectos de Dios para que los humanos, todos los humanos, tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Nuestros “quiero” no tienen la eficacia del “quiero” de Jesús, pero no por ello debieran ser menos convencidos y decididos. No está en nuestra capacidad resolver sólo a golpe de buena voluntad todos los problemas. Pero sí lo está poner a esos problemas nombre y a esas personas y situaciones voz para que no pasen desapercibidas en las conciencias y las instituciones.
“Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”
Pablo entendió muy bien que acoger y seguir a Jesús era más que adherirse a una doctrina. Se trataba de comenzar a vivir de otra manera.
Hoy nos cuesta hablar de imitación de Cristo, porque su misterio personal no es el nuestro, ni su mundo y el nuestro coinciden en demasiadas cosas. Pero la manera de vivir de Jesús, sus actitudes y valores, su contar con Dios para que los humanos pudiesen contar con él… es un ejemplo a seguir. Los cristianos somos sus seguidores cuando recibimos de su modo de actuar un ejemplo para nuestros compromisos.
No hay orgullo ni autosuficiencia en Pablo cuando se propone como ejemplo en esta carta a los corintios. Es tan consciente de lo que hace bien como de sus debilidades (II Cor 11, 5-30). Pero sabe también por experiencia propia que a la fe se llega, además de por la gracia a Dios, por el testimonio de los otros (Hch 9,3-19).
Con esas palabras, es su testimonio lo que ofrece. Y es también lo que nosotros, creyentes en medio de un mundo que sigue excluyendo a muchas personas, podemos y debemos ofrecer. Quizá sólo podamos pretender, como Jesús, que si no son creíbles nuestras palabras lo sean, al menos, nuestras obras.