Mar
Homilía Tercer Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Destruid este templo, y en tres días lo levantaré ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
No tomar el nombre de Dios en vano
En el texto del Éxodo, nos encontramos con el famoso Decálogo, “los diez mandamientos”. El pueblo acepta ser el pueblo de Dios y éste le indica el camino a seguir para encontrar la liberación y la alegría de vivir. Es un camino donde hay que dar a Dios lo que es de Dios y a los hombres lo que es de los hombres. Tanto a Dios como a los hombres hay que darles amor y nunca ir en contra de ellos, como señala el Decálogo. Desde el principio, vemos a Dios unir para siempre a Dios y al hombre. La mejor manera de agradar a Dios y adorarle es amar al hombre. San Pablo acertó cuando nos dijo que el resumen de la Ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo.
En el Decálogo, Yahvé insiste a los de su pueblo que no pueden tener otro Dios fuera de Él, porque no hay más que un solo Dios. Todos los demás son falsos dioses: “Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos. No te postrarás ante ellos”. ¡Cuantos dolores de cabeza y amarguras del alma nos hubiésemos evitado los judíos y los cristianos respetando y viviendo este primer mandamiento de Dios!
Con frecuencia, el pueblo se fue detrás de dioses falsos. Tampoco hizo caso a Yahvé en otro punto importante: “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”. Esta actitud le llevó a ofrecer sacrificios a Dios, cuando su corazón estaba lejos de Dios. Pensaba que era suficiente ofrecer sacrificios de animales para agradar a Dios. Yahvé protesta contra esta actitud: “¿A mí qué tanto sacrificio vuestro. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones”. En la misma línea, vamos a ver actuar a Jesús en el evangelio de hoy, expulsando del Templo a los vendedores de animales.
La verdadera religión
La alianza sellada por el pueblo de Israel con Yahvé se fue deteriorando en muchos puntos. Uno de ellos era el culto a Dios. Jesús quiere denunciar este error, esta mentira, para proclamar lo que verdaderamente agrada a Dios, lo que de verdad debemos ofrecer a Dios.
Muchos judíos se conformaban con ofrecer animales a Dios en su Templo, principalmente en la gran fiesta de la Pascua. Con eso pensaban agradar a Dios, aunque luego su vida se alejase de lo que Dios les había mandado. Se había caído en un culto vacío: ofrecer animales, sacrificios… pero el corazón de los oferentes estaba lejos de Dios y lejos de los hombres. Jesús se revela contra esta práctica. Con un gesto inusual en él, expulsa a los animales del Tempo y vuelca las mesas de los cambistas que habían convertido “la casa de mi Padre en un mercado”.
Jesús no anula el culto, la adoración a Dios, pero debe ser otro. El gran homenaje a Dios, el verdadero culto, la verdadera religión, la verdadera relación con Dios, consiste en ofrecer y entregar la propia vida a favor de los hermanos. Consiste en vivir como vivió el mismo Jesús, que vino para servir y no ser servido, que lavó los pies a sus seguidores, y les amó hasta el extremo.
Predicamos a Cristo crucificado.
San Pablo, por revelación especial, buen conocedor de Cristo, de su vida, muerte y resurrección, ante los griegos, ante los judíos (y nosotros hoy ante los de cualquier cultura que desconozca a Cristo deberemos hacer lo mismo), predica a “Cristo crucificado”, que es un auténtico escándalo para los judíos y una locura para los griegos. Sin embargo, para nosotros es fuerza de Dios, sabiduría de Dios.
Hay que volver a insistir en que al predicar y adorar a Cristo crucificado no estamos exaltando el dolor. Estamos exaltando el gran amor de Cristo hacia toda la humanidad, y dándole gracias porque nos ha enseñado el camino que lleva a vivir con sentido y esperanza nuestra vida terrena, y a la resurrección después de nuestra muerte. Lo que dice Jesús del templo de su cuerpo, “destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, lo podemos decir de todos nosotros, sus seguidores, gracias a la intervención de Dios: “el que resucitó a Cristo también nos resucitará a nosotros”, probando así que el camino de entrega elegido y vivido por Jesús es el mejor camino para vivir la vida humana.