Ago
Homilía La Asunción de la Virgen María
Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)
“ ¡Dichosa tú, que has creído! ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
La mujer que brilla en el cielo
El texto del Apocalipsis es enigmático, como lo es todo este libro. Pero la Iglesia ha visto en la "mujer vestida de sol y coronada de estrellas" una figura de María, la Virgen Madre de Dios. Aparece resplandeciente de gloria en "el templo celeste de Dios". Sin duda esta presentación ha contribuido, entre otras, a la exaltación que la figura de María ha recibido en la devoción del pueblo cristiano desde muy antiguo. Corresponde al puesto que ocupa junto a Jesucristo, su Hijo, en el conjunto de nuestra fe.
Esa figura luminosa aparece asociada a otra imagen que nos remite a un símbolo muy vinculado a la historia de Israel: el Arca de la Alianza. Es como si quisiera mostrarnos la íntima vinculación que existe entre la alianza con Dios y la gloria en la que se consumará más allá de la historia. La misma Virgen ha sido frecuentemente evocada en la liturgia mediante este símbolo. Pero podemos también entender esta referencia en el sentido de que vivir a fondo la alianza con Dios (y María la vivió como nadie, personalmente y en el seno de la Iglesia naciente) es la mejor garantía para alcanzar la gloria futura.
La mujer del texto va a dar a luz un niño. María es inconcebible sin la referencia a su Hijo y a los demás hijos -nosotros- que le fuimos confiados por él desde la cruz. Sobre ellos se cierne la amenaza del dragón, del que también habla el pasaje de hoy y que es figura del mal. Una amenaza que no llega a consumarse, porque sobre ella se impone "la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías".
El desenlace pascual de nuestra vida
La perspectiva de la resurrección se proyecta en María: su glorificación está íntimamente ligada a su resurrección, como partícipe del triunfo de su Hijo sobre la muerte.
Pablo habla de la solidaridad con Adán en la muerte, para resaltar la solidaridad con Cristo en la vida. La consumación de esa vida será el reino definitivo de Cristo, en el que participa ya su Madre, reina del cielo y de la tierra. Ella nos precede en ese itinerario que recorreremos todos; el seguimiento de Cristo es un seguimiento hasta esa meta trascendente a la que estamos destinados por la bondad de Dios.
Será también la victoria sobre todos los enemigos que hemos tenido en este mundo: el más insidioso de todos es la muerte, que será vencida para siempre. María ya la venció, y por eso, al pertenecer a nuestra misma estirpe humana, es también fundamento de nuestra esperanza.
El camino que nos conduce a esa meta
La escena del evangelio de este día es todo un programa de vida, del que María constituye su ejemplo más patente. Si ella alcanzó la glorificación junto a su Hijo, es porque vivió tal como refleja Lucas en este texto.
María, que acaba de concebir al Salvador, se apresura a visitar a su prima Isabel (el ángel le había hablado de su avanzada gestación) para ayudarla y, al mismo tiempo, compartir con ella la novedad insólita que se ha hecho realidad en ellas. La Buena Noticia que nos ha sido predicada es la que nos impulsa a compartirla con los demás; también nosotros hemos sido enviados para hablarles y actuar en favor suyo.
Isabel bendice proféticamente a María, proclamándola dichosa porque ha creído. La visita que Dios ha hecho a su pueblo para redimirlo (como nos recuerda el cántico de Zacarías) suscita en nosotros el reconocimiento por la obra de la salvación, y nos muestra el valor de la fe, que, siendo también un don de Dios, nos hace posible esa salvación.
Finalmente, María proclama con júbilo la misericordia que Dios ha desplegado en beneficio de toda la humanidad a través de ella misma, a pesar de su pequeñez. Se han cumplido así, de manera insospechada, las promesas divinas en favor de los más pobres y humillados. Proclamar la misericordia de Dios nos invita a comportarnos también nosotros así, especialmente con los menos favorecidos. Saber que cumple sus promesas nos revela el valor de la fidelidad. Y reconocernos instrumento de su proyecto de salvación nos hace ser humildes y motiva nuestro júbilo, a la espera del definitivo regalo de la vida eterna, para alabar con María la grandeza de su bondad.