Ago
Homilía La Asunción de la Virgen María
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ ¡Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones! ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Contemplamos a María plenamente inserta en las obras de Dios, que pueden resumirse en cuatro: creación, providencia, redención y glorificación.
María es fruto de la acción creadora de Dios, que se realiza por el Verbo y para el Verbo, tal como transmite el prólogo del Evangelio según San Juan: Todo se hizo por y para la Palabra que estaba al principio junto a Dios. «Sin ella nada se hizo» (Jn 1, 3). Por ella ha sido creada la humanidad y, dentro de la misma, ha hecho brotar la figura de María, a imagen y semejanza de la Trinidad, con la plenitud de dones naturales que serán el soporte de la gracia divina.
Parafraseando a Santa Catalina de Siena, puede decirse que Dios concedió a María una aguda inteligencia para conocer la verdad divina, firme memoria para acordarse especialmente de Dios en todos los instantes de su vida y decidida voluntad para amarle sobre todas las cosas. —Sin menoscabo de las demás criaturas humanas, el Verbo modeló en ella desde el principio las características sublimes y difícilmente expresables de la que iba a ser su Madre, de la que él iba a tomar una naturaleza humana verdadera. El evangelio de esta solemnidad la muestra solidaria con prontitud, en el ascenso a una población que se hallaba en una región montañosa, familiar, comunicativa, servicial. Sobre todo, dichosa por el tesoro de la fe que portaba como valor supremo.
La acción providencial, que gobierna la obra de la creación, conduce a la criatura racional hacia el fin que le es propio. Este es para todos la perfección más alta. Para María, en concreto, el acompañamiento providencial estuvo en conformidad con la misión que estaba llamada a realizar en la plenitud de los tiempos. Para tal cometido, sobre todo, fue preservada de toda mancha de pecado. Colaboró, siempre en sintonía con la voluntad de Dios, por medio de una diligente escucha de la Palabra revelada. La frecuencia a las asambleas de la sinagoga fue lo más asidua posible. Su mente y corazón le ayudaron a contemplar las Escrituras del Antiguo Testamento siempre en clave mesiánica, de tal modo que en los libros santos descubrió cuando contienen: los rasgos anticipados del Redentor y los suyos propios, como asociada representando a toda la nueva humanidad.
La acción reparadora de Dios se presenta a María como necesitada de su libre colaboración. Su libertad se hallaba muy madurada por la dimensión teologal. Iluminada por la fe y fortalecida por la esperanza y la caridad, sintonizó plenamente con el diseño de salvación que Dios tenía trazado para los hombres. Durante toda su vida se mantuvo en la palabra dada a su Señor, que consistió en no separarse del Verbo de Dios encarnado, desde la anunciación hasta la crucifixión y glorificación. Muchas veces la fe plasmada en el arte la ha presentado junto a la cruz redentora con rostro sereno marcado, ciertamente, por un profundísimo dolor, la mirada concentrada, a ejemplo de quien medita en el alcance del supremo amor de Jesús en que se ha mantenido perseverante hasta el extremo. Se vuelve en ligero movimiento hacia su Hijo, como para indicar que con él lo comparte todo: paz en el dolor, seguridad de que el fruto del sacrificio expiatorio es la redención que conseguirán los que se acerquen y entren por esta puerta, aceptación del misterio y, por tanto, del incomprensible camino diseñado por el Padre para atraer a todos hacia sí.
María, en fin, entra de la mano de Jesús resucitado en la acción glorificadora de Dios. Inseparable de él en los misterios desarrollados en su peregrinación terrena, lo es también en el misterio de su resurrección y ascensión a la gloria celeste. En la Asunción y coronación en los cielos el Señor premia su colaboración con la voluntad divina como criatura, como beneficiaria de su amorosa providencia y como activa asociada al misterio de la redención de la humanidad.
Hoy, en comunión con María, todo invita a la alabanza, a la alegría y bendición al Señor por este regalo hecho a María como Madre de la Iglesia. Unida a Cristo también ella será para nosotros pasarela que eleva a los cielos, para utilizar otra expresión de Santa Catalina de Siena. A lo largo de los siglos la piedad cristiana invoca a María, en relación con el misterio que hoy se celebra, la «sola esperanza de los que esperan», «aderezadora de la paz eterna», «restablecedora de los débiles», «suavísima consoladora», «suavísima respiración de los pecadores», «ayuda en toda necesidad y miseria», «fuente de misericordia», «consoladora piadosísima de los atribulados», «Señora venerabilísima del mundo», «eficacísima medicina de las almas heridas», «dulcísima Madre de Dios», «iluminadora de los ciegos», «ayuda en las angustias», «Madre que toma en brazos a los niños», «estrella del mar», «mediadora entre Dios y los hombres»… Son estos algunos títulos, muchos de ellos usados en superlativo, que recogen cuanto ha revelado el Señor en torno al misterio de su Madre y nuestra Madre. Pero se ha de convenir que nuestros superlativos —aunque lo intenten— no llegan a abarcar el misterio. Son insuficientes de todo punto para acercarnos a la realidad más profunda de María. A ella hemos de honrar en esta solemnidad de la Asunción, con el propósito de invocarle cada día con mayor fervor.