Ago
Homilía La Asunción de la Virgen
Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)
“ María se puso en camino ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
La solemnidad de la Asunción o como la denomina la devoción popular: la Virgen de Agosto, es una llamada de atención en medio del estío y las vacaciones, cuando muchas poblaciones están de fiesta, teniendo a María como motivo de las mismas, sin que ello signifique que están centrados en el acontecimiento de fe que celebramos. Tenemos ahí un fuerte reto, un desafío: recuperar el contenido celebrativo de este día.
La Palabra que se proclama hoy nos ayuda a tomar en consideración el alcance de la Pascua y los compromisos que de ella se derivan.
Ahora se estableció la salud y el poderío y el reinado de nuestro Dios
Juan escribe para alentar en medio de las dificultades graves que vive la comunidad amenazada por la persecución de Domiciano. Ayer como hoy las experiencias trágicas que viven muchos seres humanos bajo amenazas reales y hechos que intentan la ruptura de su existencia y la convivencia pacífica, reclaman de nosotros apostar por la proclamación de la verdadera vocación humana: la vida según Dios manifestada en Cristo Jesús. Se abre el Santuario y aparece el arca de la alianza. Al solidarizarse el Hijo de Dios con cada ser humano, el cielo queda abierto y la alianza eterna se lleva a cabo. El anuncio que se hace: ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios. Y a esta salvación hace referencia la señal: en ella aparece toda la potestad de Cristo. María, como mujer nueva presenta en sí misma lo que la bondad de Dios ha realizado y cómo se ordena a la salvación de los seres humanos. Nosotros también tenemos una palabra que decir y la obligación de mostrar cómo en la propia existencia ha de acontecer la obra liberadora de Jesucristo.
Por Cristo todos volverán a la vida
Parece que los signos de muerte estuvieran logrando su objetivo: conseguir que el desaliento cunda y que parezca que no hay remedio a tanto despropósito. ¡Pero no! Dirá Pablo. Cristo ha resucitado de entre los muertos. Esta es la clave de la fiesta que estamos celebrando. Jesús murió realmente y verdaderamente resucitó. No en el deseo de sus discípulos sino a pesar de la fuerte resistencia de los suyos, que no eran capaces de admitir siquiera la posibilidad. Soy yo, no temáis, repetirá Jesús, antes y después de su muerte, cuando vivo se les presenta. Habla Pablo de primicias: primero Cristo, luego los de Cristo. En este luego, pero precediendo a los discípulos, la Madre del Señor. Como en Adán todos mueren, en Cristo todos reviven. Por lo tanto miramos a María y descubrimos que lo acontecido en Cristo es participado por María y lo será también por cada uno de nosotros. Esto no es una idea sino una promesa que se inicia con el bautismo al ser incorporados a la muerte y resurrección de Jesucristo. Y tiene tal fuerza que nos proyecta hacia el futuro adelantarnos en cierto modo a la plenitud que se pondrá de manifiesto en el momento final.
María se puso en camino
El dinamismo de la fe se pone de manifiesto en María. Con prontitud se pone en camino. Ella sale de sí misma y no presume de encumbramiento, sino que se define como sierva humilde, sin relieve, y reconoce en la noticia recibida al tiempo de conocer y aceptar su misión como cosa de Dios, que se espera de ella ponerse al servicio de quien lo necesita. Y no se detiene a examinar, sino que urgida por el mismo amor de Dios, va la montaña para ponerse a disposición de su pariente Isabel. Dos mujeres de fe, creyentes, que descubren el valor extraordinario de lo que se les comunica. Ante la presencia de María, Isabel la proclama dichosa por haber creído y ella misma llena del Espíritu Santo, aprecia la presencia del Señor en la Madre que le visita. Feliz María dirá Isabel. Feliz por haber dado crédito. Feliz por su sí responsable y por comprender el alcance de las obras de Dios. La solemnidad de la Asunción nos pone a todos en camino pues no se trata sólo de ensimismarse en la grandeza que se pone de relieve en la humildad de María, sino de tomar buena nota de lo que ella hace, que no es sino lo que en Dios ha reconocido y palpado en la comunión existencial con su hijo, suyo y de Dios. Mirar en la historia personal y en la de la humanidad la presencia y la actuación de Dios, siempre en favor de los pobres y los humildes. No tanto enmarcados en un grupo social, que también, sino reconociendo que todos somos pobres y necesitados a los ojos de Dios y que desde la pequeñez, como María, podemos llegarnos a los otros.