Ene
Homilía II Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ Éste es el Cordero de Dios, que quita los sufrimientos del mundo ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
El Bautismo fue el acontecimiento inaugural de la misión de Jesús. De ahí que la Iglesia cristiana del evangelista Juan, puesta a dar una definición inicial de Jesús, relacionara el momento decisivo del bautismo con dos experiencias fundamentales a lo largo de la vida de Jesús: la relación con Dios como Padre y el hecho de actuar siempre bajo el impulso del Espíritu.
El Padre Dios se opone a todas las formas de mal y de sufrimiento
Muchos de los males y sufrimientos que padecemos los seres humanos son el resultado de ciertos comportamientos de unos hombres contra otros. De ahí que, para los cristianos, las guerras, las hambres, las pobrezas y enfermedades, el desempleo y los analfabetismos, etc. no sean valorados tan sólo como males que causamos a los otros seres humanos sino, sobre todo, como pecados, porque las ofensas que hacemos a los demás son ofensas que infringimos a Dios. En este contexto, llamar a Jesús “cordero de Dios” que quita el pecado del mundo es mostrar lo que realmente hizo a lo largo de su vida: curar enfermos, dar dignidad a los que no la tenían, compadecerse de los que sufrían, liberar a los que padecían todo tipo de esclavitudes. Éste era el modo que Jesús tenía de quitar los pecados: poniendo remedio a los efectos negativos y dolorosos que dichos pecados causan en las personas indefensas. Jesús, el Cordero por el que Dios quita el pecado del mundo, bien puede considerarse Hijo (Jn 1, 34) y llamar Padre al Dios cuya misericordia compasiva y generosa bondad se opone a todas las formas de mal y de sufrimiento de los seres humanos.
Los pecados de nuestro mundo
¿Hay “un” pecado que es raíz y madre de todos los demás, o lo que existe en la realidad es una multitud de pecados? Ambas cosas. Ciertamente causamos en los demás los más variados males. En esta variedad, los deterioros humanos y los padecimientos que causa un mal no son sustituibles por los que produce otro mal. Así, por ejemplo, el sufrimiento que origina el hambre no es intercambiable con la repugnancia que nos ocasiona una habitación desordenada; el odio entre hermanos no es lo mismo que el odio entre rivales deportivos. Son, pues, muchos y muy variados los sufrimientos que podemos causar a los seres humanos y cada uno tiene su especificidad. Pero también hay pecados básicos en cada cultura, es decir, aquéllos que tienen una gran influencia en todos los demás. En la nuestra, por ejemplo, el lucro, el deseo de ganancia sin medida y el considerar todo en la vida únicamente como mercancía que se compra y se vende pueden ser considerados como pecados básicos. Las guerras, antes que nada, son un enorme negocio. Los trabajadores están amenazados continuamente por el paro, porque se los considera únicamente como una mercancía rentable o ruinosa. Todos los demás valores, al padecer esta presión tan fuerte de los valores económicos, sufren los más variados deterioros, debilitamientos e incluso supresiones. Por ejemplo, la solidaridad, que está cada vez más ausente de nuestra vida pública “porque –evidentemente- no es rentable”.
La función de los cristianos no es solamente la de ayudar a suprimir los sufrimientos individuales, sino la de poner fin al dominio de ese pecado básico de nuestra cultura: el dominio absoluto de lo económico sobre todo lo demás. Este pecado está en el origen de no pocos sufrimientos en el mundo.
Jesús «bautizó con espíritu santo».
Jesús, lleno del Espíritu de Dios, recorría sus aldeas curando enfermos, expulsando demonios y liberando a las gentes del mal, la indignidad y la exclusión. «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Jesús contagia salud y vida. Las gentes de Galilea lo sienten como alguien que cura porque está habitado por el Espíritu y la fuerza sanadora de Dios. El Espíritu de Dios es una fuerza transformadora que, al igual que a Jesús de Nazaret, nos hace verlo todo desde la misericordia y la compasión de Dios. Cuando este mundo esté habitado por la fuerza del Espíritu, será una tierra nueva, como nos dice la Biblia.
Los cristianos, continuadores de la obra del Cordero de Dios
La obra del Cordero no está acabada, porque el dolor y el sufrimiento de las personas, como efectos de los pecados de otros, siguen estando ahí y nos rodean por todas partes. Los cristianos, transformados y guiados por el Espíritu de Dios, estamos llamados a ser actores de la salud y de la salvación, como lo fue Jesús de Nazaret, que impregnado por el Espíritu de Dios, vivió anunciando a todos los pobres, oprimidos y desgraciados la Buena Noticia de su liberación. Para ello contamos con la fuerza y la ayuda de este Espíritu de Dios.