Dom
16
Jun
2024

Homilía XI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

¿Con qué compararemos el reino de Dios?

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

¿A qué compararé el reino de Dios?

El reino de Dios es como la semilla del grano de trigo. Depositada en la tierra, germina y crece por sí sola. Semilla que entraña dentro de sí una fuerza secreta que actúa indefectiblemente como verdadero principio vital acompañando todo el proceso de su desarrollo. En ningún momento alude Jesús al trabajo del campesino, a intervención humana alguna. Esté despierto o dormido, el sembrador no tiene que preocuparse, pues el grano crece y se desarrolla sin que se sepa cómo. Es la propia semilla la que hace su trabajo, se desenvuelve de forma independiente desplegando toda su energía interna.

 El reino de Dios es como el grano de mostaza. A pesar de ser la más pequeña de las semillas, una vez sembrada, crece y echa ramas tan grandes que las aves del cielo vienen a anidar a su sombra. La parábola pone en primer plano el sorprendente y grandioso resultado final de la acción de Dios, a la vez que subraya el valor decisivo del momento presente, por muy insignificante que pueda parecer. Con esta imagen, el evangelista está haciendo referencia a la alegoría del águila y el cedro del Líbano, muy conocida en la tradición judía y recogida en la primera lectura, con la que el profeta Ezequiel criticaba irónicamente la altivez, el orgullo y la vanagloria que se arrogaban los faraones y emperadores como benévolos protectores y benefactores de sus súbditos. En el nuevo reino mesiánico inaugurado por Jesús, es el Señor quien gobierna y protege a su pueblo. Su reino  eterno, aunque pase casi desapercibido en el presente, está llamado a convertirse en el frondoso árbol que dé cabida a toda clase de pueblos, razas y lenguas. 

Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que teníamos que hacer

Es la actitud del creyente consciente de la fuerza de la fe y del dinamismo que implica. Acoge humildemente su papel de servidor sin sentirse por ello indispensable, pues todo se lo debe a su Señor (Lc 17,10). Y es que la semilla del grano de trigo germina y crece por sí sola augurando y garantizando su cosecha final. Uno solo es el Señor que acompaña, guía y activa a su pueblo: el que moviliza todas sus energías ya sea de día y de noche, estén en vela o dormidos; el que se encarga de llevar a buen término la obra iniciada (Flp 2,13). En este sentido, no hay por qué preocuparse del mañana estando en sus manos (Mt 6,25). Dios es fiel a su promesa: la salvación, como el grano de trigo, ya está actuando.

Efectivamente, la Iglesia no  actúa por su propio poder, no es el reino soberano y eterno de Dios. Está sencillamente a su servicio como fiel administradora de sus designios. Inspirada en su Señor y atenta a sus criterios y proyecto de vida, busca en todo momento y lugar guardar con fidelidad y solicitud cada uno de sus mandatos. Es así como su testimonio se convierte en faro esclarecedor y signo de esperanza para cuantos, anidados en sus respectivas comunidades, anhelan habitar un día las muchas estancias preparadas en la casa del Padre (Jn 14, 2).   

Caminamos a la luz de la fe

Es lo que  nos recuerda el Apóstol en la segunda lectura: desterrados en nuestro cuerpo mortal, pero llenos de confianza y de buen ánimo, para ir a habitar junto al Señor. Como el grano de mostaza, es la semilla de la fe, escondida a los ojos de los poderes mundanos, la que va modelando el mundo interior del creyente hasta configurarlo con el que murió en el árbol frondoso de la Cruz. Ese es el objetivo primordial y la meta final del recorrido conversivo y transformador del cristiano.

Así de paradójica es la gestación que comporta el seguimiento discipular de Cristo Jesús. No nacemos cristianos. Nos vamos haciendo en la medida que acogemos la Palabra de Dios dejándole actuar libremente para que conforme nuestra existencia a la luz del Crucificado, el Señor de la Gloria que enaltece a los humildes (Lc 1,52). No somos los merecedores y protagonistas de esta metamorfosis y metabolismo del espíritu, cuyo resultado final no está en nuestras manos. Somos sencillamente receptores de una semilla de vida nueva, llamada a culminar en el frondoso final de la bienaventuranza prometida.

Sobre el grano de trigo. ¿Confías y te abandonas en el Señor? ¿No es Él, más allá de tu buena voluntad o determinación, el que sustenta y activa cuanto haces?

Sobre el grano de mostaza. ¿Afrontas esperanzado, con paciencia y perseverancia, el largo proceso de crecimiento y maduración que comporta el peregrinaje de la fe?